viernes, 30 de julio de 2010

Venganza de la naturaleza (nota sobre un relato de Jack London)

   
Alejandro Rozado


- El llamado de lo salvaje (The Call of the Wild), Jack London (primera edición en inglés: 1903), Buenos Aires, Ed. Cantaro, 2003, 139 pp.

Jack London (1876-1916) fue un joven obrero, después vagabundo, escritor de relatos de viajes, pródigo novelista, aventurero del mar y militante socialista en tiempos del emergente capitalismo norteamericano. Nacido en California, tuvo una vida intensa hasta su muerte; antecedente inmediato del escritor de acción que sería Ernest Hemingway, London también amaba treparse a una embarcación y perderse en la inmensidad oceánica. Muy joven logró adquirir su propia nave, y al final de sus días realizó un viaje de tres años junto con su esposa, después del cual regresó a California irreversiblemente envejecido por las enfermedades adquiridas en altamar. En la línea vital y literaria de Melville y Conrad –contemporáneos suyos-, sus novelas fueron auténticas crónicas de experiencias personales que escribió con abundancia en su corta vida (cuarenta años). Identificar a Jack London como un escritor del género juvenil de aventuras ha sido un recurso comercial de la industria editorial que –por cierto- ha dado buenos resultados; su novela Colmillo Blanco ha sido un éxito -incluso en la industria del cine con varias adaptaciones del libro. Sin embargo, la obra de este escritor estadounidense rebasa rápidamente la etiqueta de ventas en cuanto uno se asoma a sus páginas.

Tal es el caso de la novela que nos ocupa, El llamado de lo salvaje (publicada por primera vez en 1903), en la que a partir de una fábula animal, el autor sigue el doloroso periplo inverso que va de la vida doméstica hasta el extravío en la naturaleza de lo salvaje. Se trata de la historia de un perro, cruzado de San Bernardo con Pastor, llamado Buck. Su impresionante físico llama la atención de los traficantes de perros y es secuestrado del latifundio de un senador californiano y trasladado a las quiméricas tierras de Alaska. La narración en tercera persona pareciera inspirada en las descripciones de la etología del siglo acerca de las motivaciones del comportamiento animal; sin embargo, como en toda descripción etológica, se trata también de una inevitada humanización literaria a propósito de las vicisitudes que arrastra Buck en relación con los hombres y los perros con los que compartirá los trabajos forzados a los que será sometido. Desde luego que puede haber muchas otras lecturas acerca del texto, pero me interesa subrayar el paralelismo entre la suerte de este perrazo y el destino que London sugiere para nuestra civilización.

La historia de Buck es un descenso del estado de confort en el rancho de su dueño a un estado de salvajismo recuperado y liberador, después de atravesar un lastimoso itinerario de maltratos y aprendizajes para la sobrevivencia. El perro cautivo padece las calamidades de la esclavitud, de las cuales la más importante es la “ley del garrote”: una especie de régimen conductista a base de palos brutalmente asestados cada vez que cualquier animal intente gobernarse por sí mismo o sublevarse a mordidas contra “el que manda”. Pero también aprende la “ley del colmillo”, establecida por el riguroso celo que reina entre las cuadrillas de los perros esquimales de tiro. Buck se tiene que adaptar a los dos ámbitos so pena de perecer. Con la ley del garrote no hay problema para el can, pues es una regla tan clara y sencilla como temible; en cambio, la ley del colmillo es un gélido micro universo competitivo y cambiante que organiza la inteligencia y la pasión de los animales alrededor del trineo.

Mientras arrastran cargas pesadas de correspondencia a través de miles de kilómetros de nieve y tormentas, cada perro desempeña una función específica que depende del lugar que ocupe en el tiro; dichas funciones están rigurosamente jerarquizadas y autorreguladas entre ellos mismos mediante un amplio código de gruñidos, peladas de diente, ladridos y mordiscos. La rivalidad entre los miembros de la manada es tan aguda que cada can experimenta el imperativo impostergable de cumplir su tarea al grado de realizar sacrificios impensables. Por ejemplo, el pasaje sobre la agonía de uno de esos perros, llamado Dave, es uno de tantos momentos de la novela que es sencillamente imposible de concebir en el relato de una producción de Disney o de la Warner. El noble y callado animal, probado en su eficiencia durante incontables viajes, en cierto instante es invadido por tremendos dolores e inflamaciones que lo van incapacitando para seguir las labores de arrastre del trineo a través de la estepa; los conductores tratan de sustituirlo, pero el Dave pelea, riñe y logra mantenerse en su puesto a pesar de sus escalofriantes aullidos. Jalar del trineo es lo único significativo en la existencia de ese maravilloso ejemplar que terminará siendo abandonado por su cuadrilla mientras desfallece de cansancio y dolor.

Del mismo modo, la cuestión del liderazgo al interior de la manada se desarrolla como una sorda lucha de caracteres por encabezar el tiro, lucha al final de la cual se define por medio de un enfrentamiento bestial entre un perro de instinto agresivo y traidor que responde al nombre de Spitz, y un Buck ya fogueado por miles de millas corridas bajo larguísimos inviernos. Las dentelladas de los canes estremecen el campamento invernal hasta que un golpe de mandíbula de Buck le quiebra los huesos de una pata a su rival y lo deja mortalmente fuera de combate. Las ventiscas polares acallan los alaridos, y las tormentas de nieve borran las huellas de esos pequeños dramas de animales que a nadie importan. Jack London y la atención a los bárbaros susurros de la naturaleza recóndita. Como si el escritor buscase, a través de la aventura de la vida y de sus letras, la frontera entre la civilización y la barbarie: lejano lugar donde pudiese surgir alguna comprensión superior a la de sus ideales socialistas.

En la última parte de la novela, cuando Buck es adoptado por un sencillo y rudo gambusino, John Thornton, la prosa documental cede poco a poco su lugar a una narración de corte mítico; el autor se va desplazando perceptiblemente de la realidad a la leyenda. La exploración de los bosques que ejecuta Thornton en compañía de su perro le permite a éste identificar un perturbador y al mismo tiempo irresistible llamado de los lobos: una convocación genética hacia la plenitud indómita. Así, el leal agradecimiento que Buck profesa a su nuevo amo no le impide convertirse paulatinamente en un animal de una monstruosidad fabulosa. A esas alturas del relato, Buck es ya la transformación espiritual de un perro grande y sobreviviente en un Perro Fantasma enorme: un lobo gigante que liderea los aullidos de su nueva manada para atemorizar a los hombres de la región y vengar así el gratuito asesinato cometido contra el buen Thornton. El poder mitológico como contrapeso imaginario de una sociedad humana enferma de depredación civilizatoria.

El llamado de lo salvaje: la epopeya de un perro convertido en dios terrible. Dios de los hombres. Dios de los lobos. Venganza de la naturaleza.