martes, 29 de junio de 2010

Iwo Jima: el arte de recordar una cinta en blanco y negro


Alejandro Rozado


A la memoria del general brigadier
Jorge M. Maldonado (1935-2010),
quien arriesgó su vida en no pocas ocasiones
para impedir el asesinato de gente inocente
a manos del ejército mexicano.


- Cartas desde Iwo Jima (Letters from Iwo Jima), Clint Eastwood (2006), con Ken Watanabe y Kazunari Ninomiya.

En la isla de Iwo Jima hay un volcán, no muy elevado, que en febrero de 1945, durante la Segunda Guerra Mundial, fue testigo silencioso de una de las batallas más sangrientas del mundo moderno; se trata del extinguido volcán Suribachi desde cuya cima se domina toda la extensión del pedregoso islote, perdido en la inmensidad del Océno Pacífico. Los tres aeródromos construidos por el ejército japonés sobre una inverosímil meseta de la isla se habían convertido en punto estratégico clave para los planes estadounidenses de invadir al país del Sol Naciente. Toda la fuerza militar norteamericana posible decidió entonces darse cita en ese punto, Iwo Jima, que resultaría siniestro para el futuro de ambos países. Las cifras hablan por sí mismas: EU destinó 500 barcos de guerra con un cuarto de millón de soldados para asaltar esta guarnición defendida por apenas 21 mil japoneses comparativamente mal armados. Y sin embargo, lo que parecía "pan comido" para el ejército occidental se convirtió en una de sus peores pesadillas: después de 34 inesperados días de cruentos combates, el saldo de la batalla de Iwo Jima fue una victoria pírrica para los norteamericanos, pues si bien el 99% de los soldados japoneses murieron en acción, el número de bajas del lado americano fue superior al de los orientales: más de 24 mil efectivos. ¿Por qué? Si alguna explicación hubiera de tan demencial suceso, ésta pudiera provenir de la determinación japonesa de resguardarse en las cuevas del volcán y sus alrededores a través de 18 kilómetros de túneles intercomunicados que cavaron los soldados y en donde miles de ellos resistieron hasta el punto de la autoinmolación con granadas de mano activadas contra sus propios cuerpos -todo antes de caer en manos del enemigo.

De suyo se desprende que acometer la dolorosísima historia de Iwo Jima supuso siempre un gran reto para cualquier cineasta norteamericano; pero narrarla desde la visión de los vencidos y rodar la cinta con actores japoneses hablando en su propio idioma rebasó lo imaginable para cualquier producción hollywoodense. Desde luego, nada importante ocurre sin condiciones históricas favorables: tuvo que sobrevenir una profunda crisis en la economía japonesa contemporánea y la emergencia (durante los 90's) de un gigante más amenazador para Norteamérica, como lo es China, para que Cartas desde Iwo Jima pudiera ser concebida en la industria del cine estadounidense. Pero también fue necesario contar con la participación de una sensibilidad artística que no abunda en el cine norteamericano.

Después de revisar diferentes proyectos, Steven Spielberg, propietario de los derechos de la obra, ofreció la cinta al director del momento, Clint Eastwood, quien se involucró en el tema a tal grado que en 2006 se vería a sí mismo dirigiendo dos películas sobre la propia batalla de Iwo Jima. La primera, Flags of our Fathers, sería una mirada crítica de lo que significó finalmente para los norteamericanos dicha contienda: un fetiche de la fotografía del reportero Joe Rosenthal que le daría la vuelta al mundo cientos de veces, fotografía en la cual unos soldados colocan la bandera de las barras y las estrellas en la cima del Suribachi. La segunda película, Letters from Iwo Jima, se convirtió, en cambio, en la otra mirada: la que constata el extremo sacrificio de los soldados japoneses por contener el mayor tiempo posible la ofensiva de los Estados Unidos en su camino a Japón. Con esta segunda cinta, el veterano director seguramente realizó su última obra maestra.

El carácter magistral del filme radica, esencialmente, en el bello despliegue visual acerca del respeto. Porque de eso trata la cinta de Eastwood, del respeto por miles de soldados anónimos caídos, soldados que eran, al mismo tiempo, miembros de familias atribuladas por el conflicto bélico y a las cuales les fueron escritas innumerables cartas desde el frente de batalla; cartas tanto de consuelo como de desesperación, de apoyo como de resignación, de esperanza como de despedida. A través de ellas se desprenden y adivinan millares de historias particulares que una por una fueron nutriendo los contingentes que entraron salvajemente en combate. Hombres pacíficos que la guerra convirtió en homicidas y en suicidas; hombres dignos que padecieron la calamidad de la falta de agua durante un mes de sitio y las consecuentes enfermedades infecciosas derivadas de la inmundicia que soportaron. De hecho, entre el castigo del ataque enemigo y la disentería, los soldados japoneses fueron llevados a un infierno difícil de imaginar.

El guión sigue los pesares del joven soldado raso Saigo (Kazunari Ninomiya), ex panadero y padre de familia reclutado contra su voluntad para ir a "morir por el emperador". La llegada a Iwo Jima del destacado general Tadamichi Kuribayashi para asumir el mando de la defensa de la isla significó un cambio en la actitud de Saigo: de ser el inconforme quejón que a menudo se metía en problemas con sus superiores, el protagonista descubre en el prestigiado Kuribayashi (un estupendo Ken Watanabe) el contrapunto necesario para sobrevivir. Dos o tres encuentros ocasionales entre ambos personajes durante el sitio provocaron en Saigo el asombro de saberse "un buen soldado".   

Una película, entonces, acerca del respeto. Respeto por el enemigo y por uno mismo. ¿Y quién mejor que Kurosawa para inspirar ese tema? Cartas desde Iwo Jima debía ser, por tanto, una película que llevase la impronta del maestro fallecido. Se sabe que Clint Eastwood, mientras rodaba Flags of our Fathers, buscó entre la comunidad japonesa de cine al "nuevo Kurosawa" que pudiese filmar el guión de Letters from Iwo Jima. Como le respondieron que ya no había alguien equivalente al director de Los siete samuráis, Eastwood mismo -quien filmase con Sergio Leone en los 60's secuencias impares de westerns inspirados en el maestro japonés- decidió hacerse cargo de la dirección.

El resultado fue un homenaje a Kurosawa hasta en el menor de los detalles. La fotografía duotonal, los planos compuestos por dos cuerpos en tensión dramática a cada extremo de la pantalla, la humanización del samurái, la recurrencia de los encuadres dentro de otros encuadres -especialmente en las secuencias de combate desde el interior de las cuevas- confluyen hacia una ineludible impresión de toda la cinta: la de que los soldados residuales japoneses, aquellos que sobrevivieron los embates del enemigo y salieron de sus escondites para llegar al comando supremo y luego morir en el ataque final, son parte del sacrificado batallón que emerge de las penumbras de "El túnel", el mejor de los relatos que integran los Sueños (1990) de Kurosawa. Un batallón de hombres al borde de una historia que pronto se olvidaría de ellos; una unidad militar compuesta por maltrechos padres, hermanos e hijos enmudecidos, obedientes, terribles, que recién habían escrito sus últimas cartas para decir adiós a sus seres queridos.

Pero también el cuerpo de la película está lleno de referencias inconfundibles: los flashbacks son del tipo Rashomon, la dirección de actores, tan intimista, recuerda Los siete samuráis, los diálogos en las cuevas están cargadas del dramatismo de los parlamentos en los interiores de Yojimbo, la actuación de Ken Watanabe está inspirada en la de Toshiro Mifune en el papel de Barbarroja. ¡Y la fotografía! La fotografía de Tom Stern es el arte de teñir con sepias, verdes y grises los encuadres para que recordemos la cinta en blanco y negro.

En efecto, en la isla de Iwo Jima hay un volcán, no muy elevado, en cuyo interior fueron exterminados miles de hombres como si fuesen hormigas sometidas a un operativo de control de plagas. Desde lejos, la loma del volcán parece un inmenso túmulo donde se antoja enterrada toda la humanidad.