miércoles, 29 de mayo de 2013

Dickens y Polanski: intertextos de "Oliver Twist"


Alejandro Rozado


-NOVELA: Aventuras de Oliverio Twist, Charles Dickens, en Obras Completas, tomo I, Ed. Aguilar, Madrid, 1948.
-PELÍCULA: Oliver Twist, de Roman Polanski (2005), GB, con Ben Kingsley y Barney Clark.


En 1834, la buena conciencia burguesa de Inglaterra -a través del gobierno- decretó con bombo y platilllo su "humanitaria" Ley de Pobres a través de la cual se dispuso que desaparecieran los mendigos de las calles. En lugar de verlos tiritando de frío bajo la cruda niebla londinense o exhibiendo sus miserias por las calles a la vera del Támesis, ahora los pobres habían adquirido el derecho a morir de hambre en los hospicios y albergues derivados de dicha ley. La habilitación de semejantes "instituciones de socorro", a través de concesiones a particulares que recibían modestos apoyos oficiales, fue suficiente motivo para que se multiplicasen las deserciones infantiles de los hospicios y se inflase el número los menores de edad incorporados a las bandas de ladrones y criminales.

De modo que los desahucios habitacionales provocados por el desempleo industrial masivo, la feroz sobrevivencia callejera de miles de familias obreras completas, luego el desplazamiento "legal" de los mendigos a las inhóspitas "instituciones de socorro" y, finalmente, la desembocadura de esta corriente de miseria en las aguas pútridas y descompuestas de submundo delincuencial, formaron una precisa ruta de "migración interior" durante las primeras décadas del siglo XIX bajo el capitalismo salvaje de triste memoria.

La conocida novela de Charles Dickens, Oliver Twist, representa la necesidad de expresar literariamente aquella terrible realidad social. Escrita en 1837, esta obra vendría a ser, históricamente, la faz artística de aquella formidable monografía de la clase obrera en Inglaterra que escribiese Federico Engels en 1843. Al respecto, véase en este mismo blog la entrada: "Un Engels sin Marx" ( http://www.archipielagodecadencia.blogspot.mx/search/label/Un%20Engels%20sin%20Marx%20%28sobre%20un%20estudio%20de%20la%20clase%20obrera%20inglesa%29 ). Una nueva fealdad como estética, la del lumpen proletariat, la de los desheredados de nuevo tipo que se hacinaban compulsivamente en las grandes ciudades industriales. Dickens mismo confesó su propósito artístico: "pintarlos en toda su deformidad".

El relato se desarrolla sinuosamente a partir del desdichado nacimiento de Oliver: un huérfano que recorre el periplo fatal de los menores más pobres entre los pobres -aquellos que ni siquiera tenían cabida en el estratégico "ejército laboral de reserva" que contribuía a deprimir los salarios de los obreros ingleses a los niveles más bajos de la historia del capitalismo. Así, la novela se convierte en la biografía de una sub clase social condenada por anticipado. Oliverio recorrerá los infiernos institucionales de asistencia hasta su fuga definitiva para ir a caer en manos de la delincuencia juvenil en pleno Londres. La referida sinuosidad de la historia se corresponderá entonces con la estética de los callejones londinenses recorridos febrilmente por personajes semejantes a ratas.

Pero de ser una novela de clases sociales que a veces se intersectan (con lúmpenes de habilidades complejas y astutas forjadas en la sobrevivencia, una clase media estúpida y mediocre con grotescas ínfulas de superioridad social y una clase acomodada de buenos burgueses con culpables fijaciones filantrópicas), Oliver Twist se convierte magistralmente en una novela criminal sin concesiones. Al grado de que el "final feliz" es sólo un decir después del espeluznante asesinato de Nancy, una mujer de los bajos fondos que jamás tuvo, literalmente, un techo seguro.

El viejo judío Fagin es el personaje con mayúscula de Dickens: amable, malvado y calculador al mismo tiempo, jefe de una banda de pillos menores de edad, avaro, inteligente y astuto -incluso bien relacionado en ese inframundo londinense. Todo un poder. Además, y pese a secuestrar a Oliverio para explotarlo y disponer de él como ladroncillo, representa la única figura paterna (una suerte de abuelo) en la infancia del protagonista.


Sin duda que el humanismo burgués del buen Dickens lo hizo resbalar muchas veces hacia melodramáticas tentaciones; sin embargo, cuando uno lee a este autor se tiene la extraña sensación de autovacunarse conforme avanza la lectura gracias a un agudo sentido del humor. Así, en los momentos más torvos de su historia (golpizas y humillaciones, soledad y secuestro, inmundicia y fatalidad), emerge un elegante espíritu irónico que sólo un Polanski podría equiparar y reproducir en el cine.

Ejemplo: el huérfano de 7 años, Oliverio, es dado en custodia a una familia que lo mata de hambre a pesar de recibir una pensión del Estado; por si fuera poco, los miembros de aquélla lo molestan sistemáticamente debido al origen callejero de su madre. Un día, el niño agredido estalla en cólera y es remitido a la Junta de Servicios Asistenciales. La señora Sowerberry -custodia de Oliverio-, después de haberle propinado una reverenda madriza, se queja ante el inspector:

"¡Debe estar loco!", exclamó.

"No es locura, señora -replica el inspector Bumble tras unos instantes de profunda meditación-. Eso es la carne".


"¿Qué?", preguntó la señora Sowerberry.

"La carne, señora, la carne -contestó Bumble con énfasis-. Le habéis dado de comer en exceso, señora. Habéis creado en él un alma y un espíritu artificiales... que no cuadran a una persona de su condición; eso es lo que dirán los de la Junta, que son unos filósofos prácticos. ¿Qué tienen que ver los pobres con el alma y el espíritu? Harto es que les permitamos tener cuerpos vivos. Si le hubieseis alimentado con gachas, señora, esto no hubiera ocurrido jamás".

"¡Válgame Dios! Eso me sucede por ser generosa", exclamó la señora Sowerberry alzando los brazos hacia el techo. 

A tan singular donaire literario para abordar hechos atroces como los sucedidos a Oliverio, sólo podría equipararse -como hemos dicho- el talante cinematográfico de un Roman Polanski, quien tuvo la circunstancia atinada para filmar esta obra de Dickens en el año 2005.

Nadie como el cineasta polaco -prófugo de la justicia y del cine norteamericanos- para rescatar al novelista inglés del oprobio en que lo sumergió Hollywood durante muchas décadas. Comedias musicales insulsas de un Oliver Twist para públicos complacientes alejaron a este clásico literario de la universalidad que merece. Sin embargo, Polanski incluso lo mejora, pues desaparece del guión ese ramal melodramático que hace finalmente del niño desahuciado por la sociedad un afortunado heredero de buena familia; prefiere, en cambio, centrarse en un Twist residual del progreso, subsumido en un hábitat de sabandijas generacionales que han aprendido a sobrevivir a la acumulación capitalista más despiadada de que se tenga memoria, despojándola de un pedazo siquiera de su inconmensurable ambición. El crimen y el robo como la forma más desesperada que tienen los jodidos de redistribuir la riqueza.



Como en la novela, el personaje de personajes es el viejo Fagin (aquí magistralmente representado por Ben Kingsley). Con esa vocecilla aguda y lisonjera, la mirada afilada y perspicaz, la avaricia contenida por ciertas buenas maneras, el paternalismo para con Oliverio y demás raterillos urbanos, la villanía matizada por la cortesía hacia el prójimo, hacen del personaje una construcción superior del cine. Pero la caracterización del temible Bill Sykes no es menor: andrajoso, grande, de mandíbula canina, sombrío y amenazante como el pulgoso perro asesino que lo resguarda siempre, este personaje se distingue de Fagin mediante una sutil frontera ética -que aparece, por lo demás, en casi toda la narrativa criminal. Fagin es un sociópata extremo que de algún modo nefasto protege a sus ladronzuelos; mientras que Sykes es un psicópata asesino bajo cuya proximidad no hay protección alguna.

Habría que agradecer póstumamente a Dickens por la facilidad del casting de la película de Polanski. Se trata de una galería de retratos tan fina y acabadamente descritos que al cineasta pareciera que sólo le correspondió localizar a los actores y vestirlos e incorporarlos a esta producción excelsa. Y se podría decir que el diseño de producción del filme Oliver Twist es el vedadero intertexto entre literatura y cine y, más precisamente, entre Dickens y Polanski: las callejas filmadas con vocación mortecina, los pestilentes rincones habitados por la más astrosa humanidad, las inmundas viviendas en que las enfermedades de la miseria son dueñas y señoras de la vida y la muerte, los barrios siniestros e inaccesibles para la propia policía, son el paisaje literario de ambos autores. Al ver algunas de las secuencias de esta cinta de Polanski, comprendemos que la relación entre la letras europea del siglo XIX y el buen cine moderno está apenas configurándose.

En suma, Polanski exhibe el pesimismo que Dickens sugirió con el más sincero dolor de su alma; la moraleja de ambos autores podría ser: "Oliverio, despuès de todo, se salva de ese horror engendrado por la civilización... Los demás, no".


Guadalajara, mayo de 2013.