martes, 11 de mayo de 2010

Cementerio de ahuehuetes



  
Alejandro Rozado


En mayo de 2006, ocurrió un hecho sangriento en Atenco, Estado de México: se dio un levantamiento popular radical que fue reprimido por las fuerzas del orden. La barbarie de los registros fue tal que conmovió al país entero. He aquí una evocación literaria a propósito de dichos acontecimientos.


En San Salvador Atenco existe un cementerio de ahuehuetes a un costado del pueblo. Extrañamente, es un lugar llamado El Contador. Se trata de una reserva hermosa y abandonada de árboles viejos, un lugar adonde pareciera que acuden a morir esas formidables y longevas coníferas mexicanas. Así como la región está regada de ruinas mesoamericanas, este parque ancestral resguarda otro tipo de ruinas: troncos colosales de hasta cuarenta metros de alto con más de quinientos años de vida; muchos de ellos son gigantes muertos tendidos sobre la yerba, en donde anidan aves y ardillas; otros aún permanecen en pie, con sus largos brazos retorcidos, arrugados y fuertes -aunque secos. Parecen grupos de elefantes -"coléricos, distantes...", diría el poeta cubano Eliseo Diego.

Hoy en día, al referirse a Atenco, todo mundo habla de machetes, mas nadie de ahuehuetes... Será quizá porque esta reserva es un espacio de excepción, un lugar por donde no pasa el tiempo humano: la historia. Frente a los alaridos seculares, en esta zona impera el más absoluto silencio intemporal. Muchos de esos árboles ya verdeaban por la hermosa rivera del lago de Texcoco, cuando los tecpanecas incursionaban ese territorio azotando al reino de los texcocanos con bárbaras masacres. Dice la leyenda que posiblemente uno de esos ahuehuetes protegió al niño Netzahualcóyotl de la muerte, al trepar éste por sus ramas mientras era testigo oculto del asesinato de su padre, a palos y hachazos, a manos de las huestes del cruel Tezozómoc. Los tecpanecas saquearon las chozas, violaron a las mujeres de los texcocanos y las raptaron hacia el reino de Azcapozalco. Tiempo después, restaurados los agravios de su reino, el viejo rey poeta tenía como paseo preferido precisamente el del Contador. 


Ahora, seiscientos años más tarde, los nuevos tecpanecas llegaron uniformados de azul a repetir el mismo ritual guerrero, el mismo ciclo de la venganza ancestral. Y me pregunto: ¿cuántas batallas salvajes habrán contemplado los ahuehuetes de Texcoco? ¿Alguien se habrá percatado desde qué altura del tiempo inmemorial esos árboles de la sabiduría y la quietud nos miran matándonos a machetazos, piedras y palos, los unos a los otros? ¿Desde qué silencioso instante de la historia testifican nuestra furia descargándose sobre los caminos? ¿Cuánto durará esta prolongada noria de la historia girando?

En estos terribles días en que uno de los lagos más hermosos y florecientes del Anáhuac está totalmente seco, y sólo corren por su imperturbable llanura las tolvaneras de polvo y sal, el viento parece responder a nuestras preguntas con uno de los últimos versos del rey Netzahualcóyotl, el poeta del ahuehuete: "No para siempre en esta vida". No para siempre…

3 comentarios:

  1. Pase recientemente toda una mañana bajo la sombra de un ahuehuete y buscando una imagen encontré tu blog, gracias, disfrute mucho la lectura

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    1. América: gracias por tus palabras. Es un texto que es muy visitado pero que no se comenta. Así que me honra especialmente tu lectura.

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  2. Recientemente pase toda una mañana bajo la sombra de un ahuehuete, buscando una imagen me encontré con tu blog y con este texto, gracias, disfrute mucho leerte

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