martes, 30 de julio de 2019

Lo Numinoso: un "mysterium tremendum"


Alejandro Rozado


Otto, Rudolf, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, 1917.


- El epígrafe de Goethe es profundísimo: El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Con ello, el clásico sociólogo alemán de las religiones, Rudolf Otto, compara fenomenológicamente –sin igualar del todo- la experiencia del horror con la de la revelación divina.

 - Las religiones teístas exigen una concepción más rigurosa de Dios a través de un sistema congruente de conceptos y predicados expuestos racionalmente. Sin embargo, dichos sistemas no agotan, ni mucho menos, la noción de lo esencial de la divinidad. La ortodoxia, pues, se refiere lógicamente a un objeto que, sin embargo, no es comprendido, porque la divinidad es inefable e indefinible. La atención de lo esencial de la religiosidad debe estar puesta en las emociones, desde sus más primitivas manifestaciones.

- Lo numinoso es el neologismo que Rudolf Otto acuña para designar aquello primitivo y común a todo sentimiento religioso que poco tiene que ver con la idea popular de bondad que hay en la palabra santo. Santo es más que bueno, y lo numinoso es ese mucho más. Lo divino. La categoría, sin embargo, sólo es comprensible por vía indirecta, por aproximaciones así como por analogías de otras experiencias.

- Ni la gratitud, ni el amor, ni la confianza, ni la resignación, ni la sumisión o la seguridad son el momento religioso propiamente dicho. Schleiermaher se ha aproximado bastante en la descripción de esta emoción esencial, cuando dice que se trata de un sentimiento de absoluta dependencia. Pero aún es una analogía. El autor cita a Abraham en el Génesis (“He aquí que me atrevo a hablarte yo, que soy polvo y ceniza”) para precisar más a Schleiermaher con esta otra categoría: sentimiento de criatura, es decir, sentimiento de hundimiento y anegación en la propia nada que desaparece frente a Aquél que está por encima de todo lo creado. Desde luego que este sentimiento de criatura no es lo numinoso en sí, sino un fenómeno concomitante a lo numinoso, como la sombra que provoca todo objeto –la sombra del numen.

- Mysterium tremendum.- Es la categoría que compendia “aquello que… puede agitar y henchir el ánimo con violencia conturbadora” a través de emociones asociadas por introyección o vibración empática con ellas. Dicho “miedo de algo oculto” es, en positivo, esa emoción esencial vinculada a la categoría de sentimiento de criatura; puede sentirse de varias maneras:

Puede penetrar con suave flujo de ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después se ahíla y tiembla y, al fin se apaga… Puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y convulsiones. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas feroces y demoniacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi brujescos.

- Lo tremendo es algo más y muy diferente que un “temor natural”; es un espanto sobrenatural “que nada de lo creado, ni aun lo más amenazador y prepotente, puede inspirar” [terror y horror]. Este gran miedo es la médula de todas las religiones desde las manifestaciones primitivas hasta las más subliminales.




- ¿Cuáles son las expresiones más toscas de ese pavor numinoso?: El horror demoniaco, o a fantasmas y duendes, que es corpóreo (pelos erizados, escalofrío por la espalda, parálisis, mudez, carne de gallina, temblores). Aun en sus elaboraciones más elevadas de santidad mística, no deja de palpitar ese estremecimiento primario que convoca “al ya descrito ‘sentimiento de criatura’, de propia nulidad y anonadamiento ante lo espantoso que se experimenta”. / La cólera o ira de Dios es otro aspecto de lo numinoso que se inflama y estalla de forma inexplicable y que no tiene nada que ver con la “justicia divina”, como muchos teólogos racionalistas afirman.

- A la inaccesibilidad absoluta de lo numinoso es necesario añadirle el elemento de omnipotencia absoluta: lo majestuoso del poder numinoso. Esta mayestática presentida permanece aun cuando los aspectos primitivos de horror desaparecen –como es el caso de la mística. Es decir, persiste la concomitancia del sentimiento de criatura a la majestad tremenda de lo divino. La desestima del sujeto se expresa inmejorablemente en las palabras del místico mahometano Bajesid Bostami:

Entonces, el Señor, el muy alto, me descubrió su secreto y me reveló toda su gloria. Allí, mientras yo le contemplaba, no con los míos, sino con sus propios ojos, vi que mi luz, comparada con la suya, no era más que tiniebla y oscuridad. Y que mi grandeza y magnificencia no era nada ante la suya. Y cuando con los ojos de la verdad examiné las obras de piedad y devoción que había realizado en su servicio, reconocí al punto que todas procedían de Él mismo y no de mí.

- Un tercer elemento del mysterium que le es inherente al numen es su energía omnipresente: todo aquello que es vida, pasión, voluntad, movimiento, agitación, impulso, que no tiene pausa, es tanto una forma demoniaca (en las especulaciones de Fichte sobre lo absoluto como gigantesco con febril afán de acción como mística, o en la voluntad demoniaca de Schopenhauer), como una fuerza sublime, casi insoportable, del amor divino que arrasa con los místicos.

- El misterio es lo que provoca radicalmente aquello que es heterogéneo absolutamente; el alien, lo otro, la otredad totalmente ajena a lo conocido y que por lo mismo nos hace retroceder. No es el simple misterio de lo que no se ha tenido respuesta (pero que alguna vez tendremos) sino aquello que jamás tendrá explicación. ¿Lo supracósmico?

- El aspecto fascinante. Es el elemento cualitativo que define lo tremendo: algo dual que retrae y atrae; una armonía numinosa hecha de altos contrastes –incluso estéticos. Aquello que nos detiene y distancia en virtud de su majestad y, al mismo tiempo, nos fascina y embarga hasta capturarnos; “este doble carácter de lo numinoso se descubre a lo largo de toda la evolución religiosa, por lo menos a partir del grado de pavor demoníaco”, dice Rudolf Otto después de citar a Martín Lutero (“Así nosotros veneramos un santuario con temor y, sin embargo, no huimos sino que nos acercamos con más ahínco”). Esto es quizá lo más singular y notable de la historia de todas las religiones: “En la misma medida que el objeto divino-demoníaco pueda aparecer horroroso y espantable al ánimo, se le presenta otro tanto como seductor y atractivo”, de tal modo que aparece un efecto dionisíaco altamente perturbador que capta los sentidos, arrebata y hechiza hasta la embriaguez,como ocurre con las víctimas del mito de mitos de lo monstruoso occidental: Drácula.



- Otto vuelve a citar a Goethe en su obra Años de viaje, en que Whilhelm, en casa de Makarien, sube al observatorio y dice: “Lo enorme acaba por ser lo sublime: excede nuestra capacidad de comprensión”. Del mismo modo, en Las afinidades electivas el escritor alemán añade a la enormidad ese aspecto inquietante: “Así una ciudad, una casa, donde ha ocurrido un hecho enorme, sigue siendo medrosa a todos los que la pisan. Allí la luz del día no alumbra tan clara y las estrellas parecen haber perdido su brillo”. Alto contraste, pues.

- Pero ¡ah, lo sublime goethiano!: esa categoría estética que tan grácilmente se intercambia, por ley analógica, con lo numinoso. De hecho, la comparación o “acoplamiento” de experiencias parecidas entre lo sublime y lo horroroso y espantable se da –indirectamente pero con mucha facilidad- en ciertas medios de expresión de las artes como: la enormidad en la arquitectura gótica (especialmente en la Catedral alemana de Ulm), los montajes prosódicos en ciertas lecturas de salmos en lenguaje incomprensible (latín, etc.), la oscuridad y el silencio –particularmente entre los occidentales- y el vacío como una extensión horizontal yerma en las culturas orientales. Todos ellos, aproximaciones al horror como ansiedad fisiológica extrema que se emparenta, paradójicamente, a la experiencia de lo santo.

NOTA: El autor refiere que lo terrible y lo sublime se confunden sólo en las fases primitivas de la experiencia numinosa, pero al avanzar la racionalidad sistemática de las teologías, el horror y lo santo se separan definitivamente. Sin embargo, no considera Rudof Otto que las sociedades decaen y que al final de sus ciclos se aproximan a lo primitivo -aunque de una forma senil. En las decadencias civilizatorias el horror vuelve a adquirir la potencia sociológica de las primeras edades culturales -sólo que es un horror urbano, por decirlo así: moderno y decadentista. Ejemplos hay muchos: el vampiro que llegan a Londres, los muertos vivientes que emergen de sus tumbas tras lluvias ácidas, los monstruos alienígenas que invaden la Tierra, la venganza de una Naturaleza herida por la contaminación, la psicopatía asesina y caníbal, los demonios sueltos por las calles en busca de cuerpos que poseer, y un arrebatador etcétera. 

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