- Berman, Morris, El crepúsculo de la cultura americana, México, Ed. Sexto Piso, 2002, 274 pp.
En su impar novela Farenheit 451, Ray Bradbury expuso hace más de medio siglo que la mejor opción que tendría la comunidad futura de exiliados (sobrevivientes de conciencia del inminente desastre de la civilización) sería rescatar y "conservar los conocimientos imprescindibles, intactos y a salvo". En esta ficción futurista, el Estado llegaría a eliminar los libros hasta su prohibición absoluta, así que la única manera de garantizar la subsistencia clandestina de las mejores obras de la cultura sería memorizándolas. La organización que surgiría -"flexible, fragmentaria y dispersa"- para sustentar este modesto pero trascendente propósito sería la de los book people: gente autoasignada para la grabación mnemotécnica de las grandes obras y cuya comunidad dispersa se convertiría en una virtual biblioteca universal ambulante (un libro por persona); la conservación de dichas obras se haría "molecularmente", recitándolas fielmente de padres a hijos, con lo cual se regresaría así a la homérica transmisión oral de la literatura. Esta visión crepuscular de Bradbury inspira el horizonte de Morris Berman en The Twilight of American Culture, cuya traducción al español comentamos en esta ocasión.
Berman parece ser un norteamericano singular: matemático de la Universidad de Cornell y doctor en filosofía por la Universidad Johns Hopkins, su itinerario intelectual lo ha conducido directamente al tema más dramático de esta época: la declinación histórica de nuestra civilización, cuyo cáncer -según el propio Berman- está localizado en los Estados Unidos y ha hecho metástasis en el resto del planeta. Dedicado a la historia de la ciencia, es autor de una trilogía de libros sobre la evolución de la conciencia occidental: El reencantamiento del mundo; Cuerpo y espíritu: la historia oculta de Occidente, e Historia de la conciencia (todos publicados por la editorial chilena Cuatro Vientos). Por añadidura, el libro que aquí nos ocupa resultó, en retrospectiva, un trabajo preparatorio de lo que constituiría su título más polémico hasta el momento: Dark Ages America (2006).
El autor se ha hecho las preguntas históricas pertinentes a esta época, similares a las que animan y desvelan a este blog; en particular, la búsqueda dolorosa de sentido en los tiempos que corren. Para Berman, con los albores del siglo XXI nos encontramos ante una versión confirmatoria de lo ya anunciado por el filósofo alemán Oswald Spengler hace casi un siglo: el colapso de una civilización que está tocando fondo, por vías muy parecidas -por cierto- a las descritas en la decadencia del imperio romano. Sin embargo, hay un rasgo singularísimo que acompaña a la actual caída histórica: el ostentoso gasto económico y tecnológico imperial. Esta aparente contradicción explicaría, en parte, la negación reflejada por los estudios estadounidenses acerca del tema, los cuales están más atraídos por la inmediatez de los problemas de hoy y sus urgentes necesidades de solución. Tanto la gran revolución cibernética e informativa, el aumento impresionante de los niveles de productividad y consumo en grandes regiones del mundo desarrollado y la vida vertiginosa de las grandes metrópolis -aparte de ser característico del ritmo allegro vivace del último movimiento sinfónico de Occidente-, conforman el espectacular escenario del capitalismo corporativo mundial, el cual suple cada vez más la falta de luz propia con luz artificial. Semejante derroche de energía tecnológica y consumista es la forma histórica que caracteriza al declive de los Estados Unidos: el "mundo McWorld" de impetuosa actividad comercial que parece tener como consigna la eliminación de todo vestigio de lo que concebimos como cultura.
Más que una investigación, El crepúsculo de la cultura norteamericana aspira a ser una especie de guía para los inadaptados y exiliados del modo de vida absurdo y sin futuro que ofrece el régimen económico y político dominante. Las ideas expuestas se apoyan en fuentes de segunda mano y parecen ser las conclusiones de una larga reflexión del autor. Precisamente por ello, éste se detiene poco en debatir acerca de la inevitabilidad o no del colapso cultural de EU; más bien lo da como un hecho consumado por fuerza de necesidad histórica. También piensa que las alternativas de Occidente son de larguísimo plazo y no distrae nuestra atención en la búsqueda de soluciones inmediatas (Berman hace consideraciones con la misma perspectiva de Vico, Hegel, Nietzsche y Spengler: en términos de siglos, no de décadas). ¡Pero eso es inusual en el pensamiento norteamericano!
A partir de estas presuposiciones de gran calado historicista, Berman describe cuatro factores de actualidad que son comunes a la situación de colapso más o menos inminente de toda civilización:
1) Una desigualdad económica y social desorbitada, a través de la acumulación corporativa del capital mundial, la disminución de las clases medias y el incremento escandaloso de los sueldos de los altos funcionarios tanto del gobierno como de la iniciativa privada, así como el descenso violento de los niveles de vida del resto de la población. La competencia comercial con la nueva potencia china obliga al capital occidental a emigrar al tercer mundo para obtener mano de obra más barata, situación que ha terminado por moderar a la izquierda de los países desarrollados so pena de desfondarse en el desempleo total de sus representados. Los intereses del primer mundo se convierten en un imperativo tal que vence las resistencias y fronteras formales de los Estados nacionales, sometiendo sus economías mediante élites regionales favorecidas y asociadas a las empresas corporativas. Todo lo cual provoca el derrumbe de las estructuras productivas y de consumo que sostenían realidades económicas locales con personalidad cultural propia.
2) Observación de rendimientos decrecientes por unidad de inversión en las políticas sociales como pensiones, salud, etc. Esta tesis de origen marxista -en cuanto a la observación del agotamiento de la competencia entre capitales- y weberiano -en cuanto la observación de la contradicción intrínseca de la modernización social- presupone que a mayor democracia, mayores necesidades sociales deben ser atendidas a través de la instiucionalización de costosas e ineficientes oficinas públicas -con el agravante de que la captación de recursos es notoriamente menor en comparación del aumento de la demanda de este tipo de servicios públicos.
3) La caída abrupta de la educación y el entendimiento en general -uno de los renglones que más escandalizan al autor. Al referir los datos que documentan el descenso del nivel educativo de los estudiantes de EU, así como los alarmantes niveles de lectura y "cultura general" que exhibe penosamente el grueso de los ciudadanos norteamericanos, Berman sugiere que su país se ha convertido en "una gigantesca máquina de fabricar imbéciles" que incluso parecen celebrar su propia ignorancia. El autor estima que el número de individuos genuinamente alfabetos -es decir, aquellos familiarizados con un mínimo de textos y escritores base: Marx, Darwin, Dickens, Cervantes...- no llega a los 5 millones en los Estados Unidos. Los estragos de esta tragedia cultural se reflejan en los hábitos "intelectuales" de la llamada Generación X: cuatro horas de televisión diaria o frente a la pantalla de su computadora como mínimo, una novela de Danielle Steele al año, asistencia a universidades que conciben cada vez más la educación superior como un entretenimiento visual orientado al consumo, reducción drástica del repertorio del lenguaje y su sustitución por abreviaturas, siglas y claves, y un desprecio por el conocimiento que no sea operativo, lo que implica desterrar de la formación académica las disciplinas humanísticas.
4) La muerte espiritual de la sociedad. Este último diagnóstico es expuesto por Morris Berman en forma de un sistema de evidencias culturales equivalentes que desembocan en la identificación clara de la nueva ideología dominante: el consumismo corporativo. Un cuerpo de ideas y criterios que colocan en el centro de las preocupaciones del ciudadano contemporáneo la necesidad de comprar. Esta necesidad ha penetrado la mentalidad occidental hasta imponerse por encima de cualquier otro valor que promueva el bienestar humano. El verbo tener se ha convertido en el criterio superior de la vida occidental, venciendo en su lucha a el conocer, el amar o el saber estar. “Comprar para tener” es el máximo significado a que puede aspirar una sociedad que ha renunciado a seguir viva.
Con todo, la llamada "muerte cultural" de Occidente no significa, en rigor, ausencia alguna de subjetividad colectiva sino su vulgarización extrema. De ahí que el verdadero gusto dominante de esta etapa consumista sea lo que se conoce como kitsch: una absurda pasión “de masas” por lo irrelevante, lo vacío pero inflado aparatosamente y “protegido por el fino abrigo del fraude”. ¡Pero lo kitsch en grande y a lo bestia!: ventas millonarias de libros de superación personal escritos por gurús que reivindican filosofemas orientalistas obsoletos desde hace siglos en sus propios países de origen; giras de conciertos multitudinarios de grupos de rock que se reciclan y homenajean a sí mismos como si fuesen grandes acontecimientos históricos con el beneplácito de sus millones de fans; la publicidad como la fuente primordial de “ideas” condensadas en slogans de rápida digestión e inmediato olvido; el cine hollywoodense como la narrativa contemporánea que degrada los códigos de violencia hasta el nivel de lo chistoso y gratuito; la información noticiosa de los grandes monopolios mediáticos como sinónimo de fuente fundamental del conocimiento; el ideal extendido de ser forever young y que la madurez emocional y la sabiduría que otorga la experiencia son la forma extrema del aburrimiento, y –en suma- un sinfín de otros lugares comunes, constituyen testimonio suficiente de la degradación de una gran cultura hasta el nivel inferior del entretenimiento: esa espesa capa adiposa de "actividades" consumistas que anquilosan los residuos brillantes de la mentalidad occidental, otrora orgullosa por su pujanza y osadía de pensamiento.
A pesar de lo inevitable del colapso de nuestra civilización, Morris Berman piensa que el hombre consciente de hoy tiene una importantísima tarea: conservar, sembrar y cultivar en este páramo occidental las semillas necesarias para el advenimiento de una nueva era social. Estudioso de la historia del conocimiento, este autor estadounidense apoya su idea en las investigaciones especializadas acerca del accidentado tránsito de la decadencia del imperio romano hacia una nueva cultura europea. La Edad Oscura que atravesó la región duró al menos seiscientos años (del siglo V al XI de la era cristiana) hasta que nuevos brotes de una nueva sensibilidad artística e intelectual surgieron en el sur de Francia. Durante esos largos seis siglos en que se apagaron las luces de la cultura greco-latina a lo largo y ancho del continente, hubo pequeños pero significativos lunares de resistencia en que se resguardaron lo más posible las obras más representativas de la antigüedad; dichos centros de acopio y conservación fueron los monasterios cristianos, en donde los monjes que se refugiaban de las vicisitudes de la barbarie exterior se dedicaron a la transcripción, edición y archivo de los textos rescatables los pensadores clásicos.
Desde luego, la historia no es teleológica y Berman mismo se encarga de subrayar que durante el oscurantismo de la época –incluyendo la conciencia de los propios monjes- rigió por completo la incertidumbre sobre el futuro cultural. Aún así, llegó un momento de confluencia histórica en que muchos factores económicos y sociales (especialmente el resurgimiento de una clase media próspera) propiciaron un giro epocal importantísimo; no importa que aquellos ascetas del medioevo no comprendiesen cabalmente los libros que copiaban o que sus interpretaciones estuviesen condicionadas pobremente por su propia ortodoxia; lo que cuenta es que sin esa labor de rescate realizada durante generaciones y generaciones de vida monástica, el renacimiento cultural mediterráneo hubiese sido impensable.
Pues bien, este monasticismo de viejo cuño sirve a Morris Berman de analogía para elaborar su propuesta de una alternativa para aquellos exiliados conscientes de la decadencia occidental –aunque el nuevo monasticismo poco tenga que ver con retiros y encierros religiosos. Retomando las ideaciones de Ray Bradbury, entre otros escritores de ciencia-ficción contemporáneos, el autor sostiene que ha llegado la hora de admitir que poco o nada se puede hacer para detener el colapso civilizatorio y que la tarea más pertinente con este momento histórico es recuperar los mejores valores de Occidente (la generosidad de la tradición socialista, la poderosa tradición intelectual y la elevada conciencia de una individualidad que albergue un mundo interior sensible) y difundirlos en baja escala a manera de una tenaz sobrevivencia. Los sujetos que estarían convocados a semejante tarea serían los cientos de miles de individuos no integrados por el “mundo McWorld”, y cuya vida monástica contemporánea consistiría en socializar en pequeños grupos los conocimientos que dieron significado supremo a Occidente. Aquel profesor de literatura que se esmera en transmitir el valor de la poesía a sus escasos alumnos interesados, aquella madre de familia que no ceja en enseñar a sus hijos a separar la basura para su mejor aprovechamiento, aquel joven que se niega a participar en la nefasta práctica del bullying en las escuelas, aquel incansable luchador social ("amante de causas perdidas") que persiste bajo las más desfavorables condiciones en organizar y transmitir la importancia espiritual del "nosotros", o aquel grupo de selectos amigos que se reúnen a discutir algún tema de interés humanístico alrededor de una mesa con buen café, confortables bebidas y bajo la atmósfera mágica del humo de los cigarros que los envuelva mientras reflexionan, son algunos ejemplos del nuevo monasticismo aquí propuesto. Labor modestísima y sin grandes expectativas –dado lo incierto de los procesos históricos-, los “nuevos monjes” (como los llama el autor), en todo caso, tendrían la esperanza de influir (mucho o poco, no se sabe) en el surgimiento de otra cultura.
El crepúsculo de la cultura americana es, pues, un llamado a las “comunidades de abandonados” (Horkheimer) para construir múltiples “zonas de inteligencia” y modos de vida que resistan el embate del consumismo que extermina las formas de vida cultural contemporáneas. Lectura recomendable que habrá que sopesar con interés, ya que la opción monástica (¿neomonasticismo?) definiría para muchos una nueva perspectiva histórica de la que se desprenden tareas y formas nuevas de organización social.
Huatulco, Oax., diciembre de 2010.