lunes, 13 de mayo de 2024

Milton: la empatía por el diablo


 

Alejandro Rozado

El poeta y políglota inglés John Milton fue una de las mentes preclaras del esplendor occidental en el siglo XVII, el siglo de Shakespeare, Cervantes, Calderón de la Barca, Galileo, Kepler, Rembrandt, Spinoza y Descartes. Su poema épico El paraíso perdido, en que narra la formidable sublevación celestial que termina con la expulsión de las huestes rebeldes al infierno, expresa las inquietudes modernas del autor -quien participó activamente en la revolución de Oliver Cromwell contra la monarquía de los Estuardo.

El protagonista más interesante de este largo poema publicado en 1667 es, sin duda, un Satán que encabeza a sus miles de ángeles insurrectos con argumentos del liberal republicanismo de la época:

(…) y si no todos somos iguales, todos somos libres, igualmente libres, porque la diferencia de clases y dignidades no se opone a la libertad que, por el contrario, se reconcilia con ellas. ¿Quién, pues, ni razonable ni justamente podrá alzarse con la monarquía sobre los que de derecho son iguales suyos?

Fracasados en su confrontación directa con el Omnipotente, y expulsados al Infierno, el Diablo discute en asamblea con los suyos una nueva estrategia de lucha contra la monarquía de Dios -que hoy identificamos como el paso de la "guerra de movimientos a la guerra de posiciones". Alejado del maniqueísmo cristiano, aquí Satán es el príncipe rebelde que no admite que el Creador deba ser el jefe autoritario de sus criaturas. No por ser éste el Padre debe decidir autoritariamente sobre la vida de los demás espíritus libres. El dolor, la indignación por la derrota, las dudas y reflexiones acerca del cambio de estrategia dirigida exitosamente contra Adán y Eva, hacen del Diablo un personaje moderno, contradictorio, dudoso, emocionalmente vulnerable, de gran carácter y capacidad de mando, pero desdichado en su destino:

¡Ah, miserable! ¿Por dónde huiré de aquella cólera sin fin, o de esta también infinita desesperación? Todos los caminos me llevan al infierno. Pero ¡si el infierno soy yo! ¡Si por profundo que sea su abismo, tengo dentro de mí otro más horrible, más implacable, que a todas horas me amenaza con devorarme! Comparado con él, éste en que padezco me parece un cielo… Renuncio, pues, a la esperanza, y con ella al temor, al remordimiento. No hay ya para mí bien posible.

La atmósfera infernal descrita por Milton es magistral y premonitoria de lo que el mundo viviría a partir del siglo XX:
Las desbandadas legiones veían por primera vez su triste suerte (…) todo un mundo de destrucción que Dios, maldiciéndolos, creó malo y únicamente bueno para el mal; mundo en que toda vida muere, en que toda muerte vive, y en que la perversa naturaleza engendra seres monstruosos, prodigios abominables, indefinibles, más repugnantes que los inventados por la fábula o concebidos por el temor…

El poema del republicano radical Milton influyó poderosamente en La Creación, oratorio compuesto por Joseph Haydn a fines del siglo XVIII. William Blake y Gustav Doré ilustraron ediciones de lujo de El paraíso perdido. El romántico inglés Thomas Carlyle recuperó el poema y su influencia llega hasta Mick Jagger y su Sympathy for the Devil, o la rola de Nick Cave and The Bad Seeds: Red Right Hand, tema musical de la serie Peaky Blinders.

Ciego como Homero, John Milton emuló la hazaña fundacional de aquél: si La Iliada dio fundamento a la cultura griega, El paraíso perdido hizo lo propio con la modernidad naciente.

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