miércoles, 17 de agosto de 2011

Resistir y no resignarse (sobre el último libro de Ernesto Sábato)



Alejandro Rozado



El mundo nada puede
contra un hombre que canta en la miseria.
  
ERNESTO SÁBATO


- La resistencia, Ernesto Sábato, Buenos Aires, Seix Barral, 2000, 149 pp.

Son pocos, pero aún hay hombres que, al vivir, maduran. Y menos todavía quienes, con la longevidad, llegan a sabios. Ernesto Sábato fue uno de ellos -quizá el último. Vivir cien años puede ser tormentoso para cualquier insensato; pero un privilegio para almas tan lúcidas como la del escritor argentino.

Desde la cima adquirida con la edad, el autor de El túnel publicó -a sus noventa años- un bello libro cuyo título, La resistencia, condensa con precisión la actitud que caracterizó su vida. Sin embargo, no se trata de un libro autobiográfico (el novelista ya había publicado sus memorias unos años antes) sino de un texto acerca de los problemas del hombre contemporáneo ante su decadencia. Del mismo modo que Séneca escribió sus Cartas morales en los peores tiempos de Roma, el maestro Sábato desglosa su libro -al término del siglo fatídico que le tocó vivir- a través de cinco cartas y un epílogo.

Cada filosofía es histórica y a cada propósito filosófico particular le corresponde un género literario propio. En tiempos de esplendor cultural, las filosofías sistemáticas se valen del tratado (Descartes); en épocas de crisis, los pensadores prefieren las contribuciones críticas (Kant, Marx); y cuando caducan las civilizaciones, los pensadores optan por la brevedad fragmentaria del aforismo (Cioran) o la intimidad informal de las cartas. En el caso de Sábato, un adiós meditado, cuidadoso y sensible; un legado invaluable para quien ha sido objeto de sus preocupaciones: el prójimo.

La resistencia es un libro que advierte al hombre contemporáneo del desastre histórico que se cierne sobre su cabeza. No es una profecía sino una premisa de época, la aceptación de una cadena de acontecimientos inminentes e inevitables: "Nuestra cultura está mostrando signos inequívocos de la proximidad de su fin. (...) Hoy con dificultad vamos aceptando su muerte, su necesario invierno". Las señales que el escritor enumera son arbitrariamente magníficas: la contaminación sonora, la enajenación televisiva, la supuesta "falta de tiempo" que tenemos en las metrópolis, la industria del entretenimiento, etc. Un personaje como él, situado más allá del bien y del mal, puede darse el lujo de confesar sus debilidades personales y, aún así, acertar en su diagnóstico de la sociedad:
"Algo que a mí me afecta terriblemente es el ruido. Hay tardes en que caminamos cuadras y cuadras antes de encontrar un lugar dónde tomar un café en paz. (…) En todos los cafés hay, o un televisor, o un aparato de música a todo volumen. (…) ¿cómo nos respetamos tan poco? ¿Cómo hace el ser humano para soportar el aumento de decibeles en que vive?"

Difícil no estar de acuerdo con él; sin embargo, el argumento principal de La resistencia es más bien propositivo: ante la pérdida del sentido que aqueja a la humanidad, será necesario -dice el autor- el rescate de los valores antiguos que daban cohesión afectiva a los hombres: la vida comunitaria de los pueblos, las zonas sagradas para el espíritu, las labores artesanales y rurales, la capacidad de gozo en una conversación al calor de un aromático café o en el absoluto silencio.

Sábato argumenta, además, que estas formas premodernas de vida son las verdaderas células de la democracia; por lo que su preservación y cultivo es tarea altamente política: "Creo en los cafés, en el diálogo, creo en la dignidad de la persona, en la libertad". Nótese el vínculo que establece esta breve declaración de fe entre distintos niveles de categorías (el café, la dignidad humana, la libertad). Es el suyo, definitivamente, un criterio poético: sin la existencia de buenos cafés que prescindan de música estridente y en donde se pueda respirar el aroma de las tazas bien servidas, y se lean periódicos y revistas, se fume libremente y se converse animosamente, de plano no puede haber democracia. Porque en lugares así se urde el delicado tejido social con vocación de diversidad y simpatía por el otro. El céntrico cafecito nada tiene que ver con los lugares consumistas de reuniones multitudinarias que acostumbra tener una sociedad de masas homogeneizada por los medios electrónicos de comunicación.

En la línea del nuevo monasticismo para nuestros tiempos de decadencia, La resistencia es un libro que, ante el desastre que vivimos, llama a no resignarse. Y resistir. Lejos de proponer la ya insensata y grandilocuente idea de “cambiar al mundo”, lo que sugiere el escritor argentino es preservar molecularmente aquellas costumbres y valores asequibles a toda persona que sigan significando formas de vida humanista de nuestra cultura. El radio de esta acción estratégica es, desde luego, pequeño, pero reproducible espontáneamente por series y grupos innumerables sin ningún afán de poder. No es momento de ofrecer grandes alternativas sino de rescatar lo más posible nuestras maneras modestas de vivir sin la enajenación dominante. Ya habrá mejores tiempos, sugiere el maestro Sábato, pero ahora la tarea verdaderamente importante es conservar todo aquel bagaje sensible, presumiblemente útil, para el resurgimiento cultural.
"Si nos volvemos incapaces de crear un clima de belleza en el pequeño mundo a nuestro alrededor y sólo atendemos a las razones del trabajo, tantas veces deshumanizado y competitivo, ¿cómo podremos resistir?"

Antes, resistir era un acto heroico; ahora, en cambio, es un acto discreto –casi íntimo-, “algo menos formidable, más pequeño”: los hechos alrededor de una mesa compartida, pronunciar sencillas palabras de amor, escuchar un disco preferido, frecuentar una esquina entrañable o leer y subrayar los libros por los que vamos dejando huella. Pero sobre todo, alentar este espíritu entre los demás.

Que así sea.


Guadalajara, agosto de 2011.