Alejandro Rozado
Fui uno de los que murieron en la batalla de
Iztapalapa. Lo recuerdo bien, aunque los registros históricos sean aún vagos;
no fue una batalla memorable, no cayó acribillado ningún general de renombre y,
además, perdimos contra el enemigo. Nunca he podido precisar la fecha exacta
del combate, pero sí sé que aconteció a mediados del siglo XIX. Como toda batalla
idónea para sucumbir en ella, la nuestra inició también al romper el alba. Era
un día húmedo de verano. En aquel entonces, yo todavía cumplía como soldado
raso de infantería, y llevaba ya una agotadora campaña militar contra el
ejército invasor; además, el batallón al que pertenecía estaba muy maltrecho
por el cólera.
Acampados en un terreno cubierto por lodo al pie de
la gran colina de Iztapalapa, por donde siglo y medio después correría un eje
vial de ocho carriles, nos despertó la intensa agitación de los oficiales que
gritaban llamándonos a formación. Los enemigos estaban al otro lado de la loma,
a escasos dos mil metros de nuestro campamento. Era todavía de noche, pero
atrás de la cima, en dirección oriente, justo por donde se ubicaba el bastión
enemigo, resplandecía el rojo del cielo magnífico. El sordo murmullo de los
nuestros se extendía rápidamente sobre los espíritus de combate y se sobreponía
al dolor de huesos... Ésta es la guerra. El relincho de caballos nerviosos, el
roce del cuero de las mochilas acomodándose en las espaldas, el golpeteo vacío
de las cantimploras, las órdenes estridentes de los oficiales, los fusiles
cargados, la bayoneta calada, el sonido silbante de las espadas de la
caballería al desenfundarse, las siluetas a contraluz de nuestros pobrísimos
estandartes... Marcharemos cerrando filas al ritmo pausado de nuestros tambores
de guerra y resistiendo el fuego encarnizado de la artillería extranjera;
después haremos una carga directa a paso veloz y pelearemos ferozmente, cuerpo
a cuerpo... Se aproxima la hora. Ajusto mi uniforme y mi ánimo. Sé que moriré
tras esa colina. Pero extrañamente no percibo mi miedo. Más bien estoy excitado
por el amanecer: en esa dirección solar es por donde me encontraré brutalmente
con mi muerte.
[Texto escrito en 1994]