martes, 5 de agosto de 2014

Las metamorfosis poéticas de Efraín Huerta


Alejandro Rozado

PEQUEÑO LAROUSSE:
Nació / En Silao. / 1914. / Autor / De versos / De contenido / Social. /
Embustero / Larousse. / Yo sólo / Escribo / Versos / De contenido / Sexual.
E. H.


De la misma generación que Octavio Paz y José Revueltas, Efraín Huerta (1914-1982) fue un poeta querido y leído por un amplio sector de universitarios y en general por la clase media de México: aquella que impulsó los cambios políticos posibles antes, durante y después de 1968. La fidelidad de sus lectores obedeció a una lógica histórica muy precisa: Huerta, joven militante comunista, fue el primer poeta mexicano importante que se pronunció a la izquierda de los "revolucionarios" de su tiempo y de su versión hecha Estado.

Asimismo, y en consonancia con sus ideas políticas, rechazó de manera programática el refinamiento poético del influyente grupo de Los Contemporáneos. Decidido a romper no sólo moral sino estéticamente con una poesía disociada de la realidad histórica -como la heredada de cierto modernismo latinoamericano-, Huerta se esmeró en ser un poeta justamente contrario: un poeta de la calle y del pueblo, alguien cuyos versos fuesen punto de vista de la urbe y sus sombras. El manantial de su propia poesía habría de brotar de los suburbios de la gran ciudad; su estética emanaría propositivamente del subsuelo de una nueva realidad social moderna: la metrópoli.

En buena medida, Efraín Huerta consiguió este propósito para la poesía mexicana: distinguir otra forma poética de mirar la modernización que se cernía sobre el país a partir de los años 30's del siglo pasado -su único igual literario fue José Revueltas, aunque éste en el campo de la narrativa. En ese empeño, sin embargo, el joven poeta tuvo que recorrer un tortuoso camino hacia sí mismo, plagado de metamorfosis artísticas y negaciones temerarias.

Por ejemplo, extirpó a su poesía de toda cuerda vocal: en efecto, al menos la primera mitad de su obra mostró un problema persistente con el canto y el trino de las palabras. Huerta no entonó sino murmuró deliberadamente versos sin vocación adjetiva. Pero también expulsó la luz de su poesía, pues renunció a la imagen. Sus versos solían anudarse mediante inespecificidades; y el flujo poético tropezaba frecuentemente con nociones opacas, sustantivos verbales y gerundios aún más espesos que los conceptos. Para verificar lo anterior, tómese cualquier verso de los primeros años de su vida literaria; por ejemplo, de su conocido "Cuarto canto del abandono" (circa 1944):

Estoy cargado de odio y bien encarcelado
por aniquilamientos, abandonos y noches.
Estoy, secos los labios, interrogando a nadie
por mi destino idéntico a bandera raída.

Y más adelante:

Estoy muriendo solo de veloces venenos
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy chorreando lenta, penosísima angustia,
como ahogado que mide el espesor del mar.

Así le sucedió, "chorreando" penosísimamente y con terrible regularidad durante dos décadas de abundante y tenaz obra... hasta que se encontró con la ironía -ese divino arte de no tomarse en serio. Fue hasta entonces que Efraín Huerta se puso a volar -aunque de flor en flor, fecundándolas: nunca altos vuelos.
Quizá la limitación de su genuina búsqueda artística lo fue también de su circunstancia histórica: no significó lo mismo ser un "poeta del proletariado" en un México cuya clase obrera vivió medio siglo bajo el dominio corporativista absoluto de Fidel Velázquez, que serlo -como Neruda- en un país (Chile) cuyos obreros fueron independientes y combativos desde sus orígenes. De modo que Huerta no pudo más que llegar a un callejón sin salida estético, especialmente tras incursionar por el realismo socialista de triste memoria.



 
Afortunadamente, el fracaso de este proyecto literario lo devolvió a una poesía más amorosa, humorística, cada vez más libre, incluso cercana al chacoteo, la ocurrencia y el ingenio -que no el genio. Paradójicamente, al decaer su poesía militante, Huerta se convirtió en un poeta mucho más popular. Sus leidísimos y festejados "poemínimos" que descubrió y cultivó al final de su vida constituyeron el verdadero hábitat natural de este afamado cocodrilo de las letras mexicanas: el pantano en que se sumergió, conversó, rió y hasta chapoteó a gusto junto con sus lectores.
 
Como apunté más arriba, Huerta fue un autor sometido a profundas metamorfosis artísticas. Retomemos su obra desde el principio para identificar sus cambios:
 
En su primer libro, Absoluto amor (1935), apareció un poema que demostraba ya un prodigioso canto. Se llamó "Andrea y el tiempo" y fue escrito por Efraín a sus 21 años:
 
Inmovilizada tarde
cercana al suicidio. Sin eternidad
en los cabellos ni en el tiempo:
madre perfecta del otoño. (...)
Por la noche se precipita
la inquietud en mis brazos.
La inquietud es muy parecida a Andrea
en el estilo de no llegar
a tiempo. Como Andrea
en la manera de ser bellísimos
sus hombros.
La tarde nunca supo
hacerse a la medida de mi dolor.
El dolor me tiembla en las manos:
la ausencia de los senos
de Andrea, exceso de costumbre.
Todo tiene derecho a la belleza.
 

Esta luz erótica y musical que abrió tan tempranamente el poeta ("todo tiene derecho a la belleza") se cancelaría casi de inmediato y durante mucho tiempo, en gran medida por el intercalamiento de un proyecto poético contestatario, militante, legítimo quizá -incluso necesario-, en su obra. Así, para el año siguiente Huerta proclamaría dicho programa estético en su segundo poemario: Línea del alba. De su lectura se percibe el empeño autoral por fundar una nueva poética en torno a la figura del alba, símbolo de una energía lírica que se opondría al preciosismo de un Carlos Pellicer y su generación. Aquí, Efraín decía de su nueva poesía:
 
Amante diaria,
claveteada por besos y blasfemias:
qué rabia con las violetas y las tardes,
con las ojeras falsas y los junios de alabastro.
Rompe lanzas, amante amada,
tus lanzas de porcelana mojadas en esperma,
contra esas tristes cosas.
 
Cabe recordar que por esos mismos meses (de 1935), Pellicer publicó su ponderado libro de sonetos: Hora de junio. A las tardes lánguidas de ese mes estival, huerta oponía la frescura del alba:
 
Letra limpia del alba viva:
lejana de romances cantados
con azúcar y azahares en la boca,
de sonetos envilecidos.
El alba redimida.
 
Aquella que anunciaba con sus tambores de guerra la nueva rebelión de la subexistencia urbana; la madrugada astrosa de los jodidos del alma que pululaban por las calles de la gran ciudad de México. Sí, el amanecer tan cantado de las legiones marxistas y su ortodoxia, pero también el de los desclasados del utopista radical Weitling (compañero y rival de Marx y Engels en la Liga de los Justos de 1847), que auguraba un levantamiento de moral social que nunca llegó... Hubo que esperar hasta 1968 para que nuevas capas subalternas del país -los estudiantes- incendiaran a la capital mexicana con un nuevo espíritu democrático y libertario.
 
Mientras llegaba ese tiempo, hacia 1943, Huerta escribiría sentidos poemas consagrados a la lucha antifascista y e defensa de la Unión Soviética y de sus aliados comunistas en todo el mundo. Su libro Poemas de guerra y esperanza, por ejemplo, estuvo dedicado "al heroico pueblo chino" en su guerra revolucionaria. Y a los treinta años, desglosaría aún más aquel programa poético con la publicación de su libro más sonado de esa etapa: Los hombres del alba (1944).
 
En el prólogo del libro, su amigo, el apreciado crítico literario Rafael Solana, trató de encuadrar la bizarría estética del todavía joven poeta. Solana calificó -con un golpe sorpresivo de franqueza- a la poesía de Huerta como "sumamente desagradable", en el mismo sentido, claro, en que la pintura de Orozco también lo era... Pero lo horroroso -continuó Solana- no significa que no pueda ser artístico; simplemente se trata de otro punto de vista de la realidad. De modo que Huerta vendría a ser una especie de Baudelaire mexicano, pero sin la fuerza musical del francés y sin su liberador cinismo; tampoco el guanajuatense dio muestra alguna de la misoginia que caracterizó al autor maldito de Las flores del mal.
 
Más adelante, Solana afirmó que, para su amigo, "la música queda relegada a último término, como accesorio frívolo de la poesía"; y lo mismo observó de las imágenes huertianas: casi ausentes. Y era verdad: después de uno leer Los hombres del alba, se tiene la impresión de haber recorrido una vasta zona subterránea, un inframundo oscurecido como preludio del alba metropolitana. Pero lo que no apuntó don Rafael es que si en la poesía de aquel Efraín Huerta no destacaba ni la música ni las imágenes, lo que sí sobresalía en sus versos eran las sensaciones corpóreas ("Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo / y hoy escribí leyendas de tu vida / sobre la superficie tierna de una manzana."); por lo que me inclino a pensar que se trató de un poeta kinestésico, sensorial, reptílico. Un saurio del verso cuyas palabras reptaban al ras del suelo y el lodo, a mugre y el vómito del asfalto. A los hombres del alba los describía, precisamente, como:
 

Los bandidos con la barba crecida
y el bendito cinismo endurecido,
los asesinos cautelosos     
con la ferocidad sobre los hombros,
los maricas con fiebre en las orejas
y en los blandos riñones,
los violadores,
los profesionales del desprecio,
los del aguardiente en las arterias,
los que gritan, aúllan como lobos
con las patas heladas.
Los hombres más abandonados,
más locos, más valientes:
los más puros.
 
Esta utopía radical -al estilo del viejo Weitling- en su estética, hizo que Huerta proclamara una "Declaración del odio" de rara virtud entrañable (en el sentido que ha dicho el poeta griego Adonis; "La luz, que tiene rostro / no tiene entrañas. / Lo oscuro tiene entrañas, / pero no rostro"). Para el poeta citadino, el odio era una configuración social hecha de sombras humanas: puños, huelgas, comercio sexual, poetas fariseos, mendigos y niños abandonados. "Declaración de odio" fue también un manifiesto contra los poetas elitistas y su "enfadosa categoría de descastados", una proclama de ruptura con los representantes de la nueva clase media cuarentenal y "sus afectos". Fue la vindicación, en suma, de "otra" sensibilidad moderna: la del los hombres del alba.
 
La severidad de Efraín Huerta llegó a su cima con La rosa primitiva (1950), poemario en donde se leen versos como estos:
 
Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo la estatura de bronce de lo que no se oculta.
 
Sin embargo, semejante densidad pesimista no podía durar mucho más tiempo. Los viajes aligeraron, al fin, la poética construida por Huerta. Los poemas del viaje (1949-1953) fueron un verdadero descanso para el autor -y para sus fieles lectores. Todo poeta, llegado un momento, debe viajar para vivir -y vivir para escribir. Huerta recorrió amplias zonas del sur de los EU, Nueva York y Europa. El mundo descubierto le impidió continuar su solitaria cruzada contra el color y la música. En sus nuevos poemas, las imágenes respiraron ya a sus anchas. El poeta mismo la liberó de su prolongado cautiverio. De su poema "La lluvia", se lee esto:
 
Cae sobre millones de cabezas de ganado,
sobre los millones de mercados,
sobre los millones de pequeñas y grandes iglesias,
sobre millones y millones de Biblias.
Sobre los verdes pastos y la mano rugosa del granjero,
sobre las rubias cabelleras y los millones de ojos azules.
Cae sobre San Antonio a la hora del acento de las campanas,
y es como si cayera de los cielos
un poema infinito (...)
 
Con Estrella en alto (1956), la poesía militante de Efraín Huerta fue menguando aún más en favor del amor, la intimidad, la felicidad o la tristeza. La muerte de Stalin y la clausura de la época más horrenda del comunismo fueron de la mano con esta "apertura" estética del poeta. Ahora éste se permitía emociones verbales. El amor comenzó a gozar de libertades -incluso la cursilería, pues aparecieron en sus versos flores ya superadas: demasiadas rosas modernistas, camelias, claveles y pétalos que caen... Como quiera que fuere, se trató de un Huerta mucho más lírico y sencillo, menos pretencioso, menos elaborado. Cuando su pluma, por fin, se anima a cantar, entona: "(...) yo sonrío / de sentirme tan grito, / tan espejo y ladrido." La reconsideración de toda su poética fundacional como cosa ya del pasado es muy clara; en "Acerca de la melancolía", dice:
 
La melancolía es otra piel de los hombres.
Otros huesos, otras arterias.
Otros pulmones, otro sexo.
Alguna vez los hombres del subsuelo
dirán que la melancolía
es una gran bandera libertaria.
 
Y sin duda que Huerta vive el advenimiento de una reconciliación consigo mismo: "Oh, rosa solitaria, pareces / un abismo y mil cadáveres de hielo, / contemplación, idea, palabra pronunciada sin odio" (de "Alba desde una estrella"). Durante los mismos años resurge también el erotismo:
 
Hoy veo tus muslos llenos de constancia y pureza
como si fuesen las olas que desviste
la circular curiosidad del faro.
 
Y con ello se acaban o disminuyen los adjetivos crueles. La poesía finalmente seduce y suaviza a un luchador social que, sin embargo, fue hijo auténtico del dios Eros. En esta nueva metamorfosis, Huerta recupera los prodigios del ritmo para no perderlos más:

Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.
 
La reiteración rítmica intraversicular da viveza y emoción a los versos de un Huerta decidido a no dar marcha atrás. Y en su bello poema El Tajín (1963), esta nueva vitalidad adquiere una fronda precisa: el verso dentro del verso y el poema dentro del poema mismo.
 
Andar así es andar a ciegas,
andar inmóvil en el aire inmóvil,
andar pasos de arena, ardiente césped.
Dar pasos de agua, sobre nada
-el agua que no existe, la nada de una astilla-,
dar pasos sobre muertes,
sobre un suelo de cráneos calcinados.
 
"Andar", "nada", "dar", analogías fonéticas; "pasos", "sobre", "agua", repetidos, reestructurados, reacomodados, resemantizados. Una composición sonora, rítmica y ritual al mismo tiempo.
 
Ni un aura fugitiva habita este recinto
despiadado. Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada en la seca estela, nada en lo alto.
Todo se ha detenido, ciegamente,
como un fiero puñal de sacrificio.
Parece un mar de sangre
petrificada
a la mitad de su ascensión.
Sangre de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil.
 
El regreso a las ruinas mesoamericanas es, a la vez, un regreso a la versificación básica no de los trovadores sino de los tambores genesiacos de la vida y la muerte en un solo acto. La palabra "sangre" es sacada a danzar por "nadie", y "nada" es una celebración repetida desde tiempos consuetudinarios en la mente sincretizada del poeta.
 
No hay espacio aquí para analizar otros poemas de los años 60, que Efraín Huerta abrió como puertas y ventanas a lo modernísimo de su obra; baste sólo con señalar una canción y un poema: "Canción para la doncella del alba" y el maravilloso poema "Sandra sólo habla en líneas generales", dedicado a una mujer frívola e inaccesible para el poeta. La primera es una composición multiestructurada por cuartetos en que cada uno de ellos combina con dinamismo rimas finales e intraversiculares, atravesando dichas rimas a la canción en formas verticales, horizontales e incluso diagonales: una obra poliédrica con vértices y aristas analógicas -siempre distintas.
 
Se mete piel adentro
como paloma ciega
como ciega paloma
cielo adentro. (…)
 
Entra a paso despacio,
dormida danza;
entra debajo un ala,
danza despacio.
 
Y el segundo, es un deleitoso retrato de la mujer de clase media, hermosa, animal y superflua que no le para la boca mientras su interpelado babea descompuesto por la lujuria. El sentido del humor huertiano se ofrece como una mazorca erguida al sol en su sexualidad inalcanzada; el humor poético que el México de abajo necesitaba:
 
Hace dos días con sus noches pude verla
(ella vive en las calles de Racine
y yo en Lope de Vega, lo cual es todo un drama en seis actos)
y en sus ojos había una tormenta edénica y turbadora
como antes y después del primer pecado
-lo virginal no quita lo caliente-,
Eva maldita Eva milenaria, Eva evasiva Eva exhúbera
Eva general Eva particularmente deseada y detestada
Eva que sabe a postre de manzana postre de mieles
Eva que hele a café con Leche-de-la-Mujer-Amada
Eva liberada Eva que viajó por Europa
y en verdad que nunca salió de estas amargas calles (...)
 
Con éste se inicia una serie de otros poemas "calenturientos" en que sus narradores en primera persona ubican y siguen por las calles a mujeres frondosas y de provocativo andar. Tales son los casos de "Afrodita Morris [Ceremonial de las 13:30]", "Juárez-Loreto" y "Junio N.Y." Maneras elegantes y poéticas de decir: ¡adiós mamacita!; esculturas verbales que delinean los múltiples rostros del Deseo. En cambio, sus poemas de amor parecen inanimados por la rancia afectación modernista que Huerta finalmente no superó del todo. A Efraín no se le dio tanto la poesía amorosa como la erótica y sexual. Cuando se ponía serio, era cursi; en cambio, cuando se ponía alegre, era procaz y libertino. Cualidades que ya no perdió hasta su muerte.
 
Sólo hubo una excepción; es decir, un poema amoroso excepcional -publicado por la Revista de la Universidad de México en marzo-abril de 1970- que, para mi gusto, es el mejor de toda la obra huertiana: "Apólogo y meridiano del amante", un recorrido sinfónico por la mujer, sus relieves y entrañas, donde el imaginario del poeta convoca recuerdos con languidez y arrepentimiento de quien no sabe amar. Es el verdadero encuentro apasionado que con pujanza y tinta desigual buscó el poeta:
 
Cenital guerrero de la carnalidad
retorno al monumento-flor de una saturada piel.
Estuve ausente todo un verano tembloroso,
en medio de la contienda florida
de los hirvientes amantes. (…)
Hoy resido en tu muslo derecho,
aquí y allá, para necesitarme, para,
invisible, ascender hasta tus ciudades
y tus pueblos; necesito aterrarme
con mi propia ruina, voltear
de revés mis remordimientos, porque,
ay amada, he perdido la llave
del inocente territorio de las catástrofes. (…)
 
Las palabras se despeñan con una cadencia inspiradísima y sabores ilimitados, sin necesidad ya de reiteraciones verbales -el ritmo lo da, paradójicamente, la melodía en sí. Su construcción orquestal, multisilábica en sus cimientos, es impecable como la Vida misma.
 
(…) Di salvación a tu cuerpo
con el atavío de las danzas vespertinas;
al empezar el agua nocturna
te dominé de mil maneras.
Tus caderas rechinaron como la última carroza del cortejo.
 
Un poema universal prácticamente desconocido -o peor aún, ignorado por las antologías poéticas- y que fue concebido por quien alguna vez se auto parodió como "un buen poeta / De segunda / En un país / Del Tercer / Mundo"... No tengo duda que Efraín nació y vivió para componer esta pieza magistral de la literatura. El último zángano de la colmena alcanzó y preñó victoriosamente a la abeja reina.
 
En sus últimos años, Huerta cultivó y cosechó sus exitosísimos poemínimos: una suerte de apotegmas ingeniosos ("chistes", le diría su amigo Octavio Paz), satíricos, captados al vuelo de una "mariposa loca": un culto a lo breve espontáneo que se agita vivo entre los habitantes del refrán y del sentido común popular.
 
Hablando
Se
Enciende
La
Gente
 
Las sucesivas metamorfosis de Efraín Huerta hicieron que éste transitase poco a poco de una poesía de "contenido social" a otra de "contenido sexual":
 
Y así
Le dije
Con desolada
Y cristiana
Bondad:
Desnúdate
Que
Yo
Te ayudaré.
 
 
(Guadalajara, agosto de 2014, en el centenario del nacimiento de Efraín Huerta)