Alejandro Rozado
Hace unos años, una colega y yo tocamos la puerta en altas esferas del gobierno y de las finanzas privadas para ofrecer nuestro proyecto, pero nadie nos hizo caso. Hoy, ante una nueva oleada migratoria de spingbreakers a nuestros litorales, es momento de exponer abiertamente de qué se trata:
Zona de Vómito es un modelo de inversión integral para el sector turístico nacional, que contribuirá a la generación de empleos, la afluencia de divisas y la preservación de nuestras riquezas naturales, especialmente en las costas y playas mexicanas. Después de un análisis profundo de costo-beneficio y de ventajas comparativas, así como de la asesoría de las más prestigiadas firmas internacionales en la materia, se ha llegado a la conclusión de que Zona de Vómito ofrece diversos atractivos para estimular con éxito a los inversionistas extranjeros y nacionales.
El criterio fundamental y revolucionario que modificará las formas de inversión de capitales en el futuro inmediato, consiste en admitir que la escoria humana no sólo es inevitable sino, incluso, deseable. Es tiempo de sumar y no de restar. Tiempo de integrar, no de segregar. Ya pasaron los días en que el conformismo proteccionista campeaba sobre la clase capitalista; expresiones como “siempre habrá pobres y ricos” o “más vale una roja que cien descoloridas”, reflejaban una ideología pusilánime que en nada contribuía al desarrollo de la justicia social a través de la igualdad de oportunidades. Ahora, gracias al trabajo constante de nuestros ingenieros sociales, gozamos de un panorama productivo totalmente distinto, lleno de optimismo y esperanza para las siguientes generaciones.
Zona de Vómito es un proyecto eficazmente probado en centros de desarrollo turístico internacionales como Puerto Vallarta, Acapulco y Cancún, con resultados francamente alentadores. El grupo marginal beneficiario de este proyecto no es el de los indígenas locales, la comunidad gay o los hippies del tianguis de Coyoacán emigrados a las playas. Hemos elegido a otro sector marginal posmoderno, cuyos integrantes sufren el rechazo social constante con secuelas psíquicas evidentes, que nos indican que no encuentran su lugar. Nos referimos al cada vez más numeroso grupo de jóvenes primermundistas universalmente identificados como springbreakers.
De todos es conocido que este vasto (y basto) grupo migratorio que invade anualmente nuestras playas ha decidido cargar con todo el dolor de la historia de la humanidad; hartos de las guerras de exterminio a cargo de una civilización que los consiente demasiado, estos aguerridos jóvenes buscan infructuosamente distinguirse de otras formas de protesta social como las de los altermundistas (antes globalifóbicos). La convergencia de ambos movimientos radica en que terminan igualmente desnudos en las playas, mientras los grandes tiburones de las finanzas siguen haciendo su agosto. Pese a su difundida mala re-putación, los springbreakers son muchachos y muchachas bastante dóciles, su imbecilidad los convierte en sujetos muy poco exigentes en comparación con otras minorías como los indígenas. Estos últimos, por ejemplo, lo quieren todo –porque en realidad no tienen nada. En cambio, los jóvenes migrantes anglosajones lo tienen todo y ya no aspiran a nada: lo único que desean es “pasarla bien” y que los dejen destruir en paz. Su sencillez de aspiraciones raya incluso en el conformismo, pues su única verdadera protesta consiste en bailar como perros en celo, sin moverse de su lugar y pegando de chillidos (“¡Uuh, uuh!”) delante de cualquier cámara de televisión que se les acerque. ¡Inocencia pura! Pero también firmeza de ideas: gracias a ellos ahora sabemos que alguien que se encuera en público demuestra que es muy consecuente con sus ideales. Antes, para demostrar esa congruencia de principios, había que dejarse morir en una huelga de hambre prolongada. ¡Pero eso no era incluyente ni, obviamente, autosustentable! En cambio, quitarse la ropa es totalmente intercambiable.
Ahora bien, como toda migración arrastra consecuencias en el equilibrio del medio ambiente (por ejemplo, las invasiones de mexicanos a EU o las de los africanos y turcos a Europa genera una muy mala atmósfera entre los primermundistas), las incursiones de springbreakers a nuestro territorio pueden ocasionar trastornos naturales de incalculables daños. De ahí que el proyecto Zona de Vómito se proponga prevenir con sentido ecológico esta indeseable situación.
El proyecto es muy sencillo: se trata de promover el establecimiento de núcleos concentrados y delimitados de reventón: áreas hoteleras y de antros dispuestos de tal forma cercana que se atraigan entre sí, por decirlo de alguna manera, de tal modo que la vida glamorosa se convierta en un fenómeno autosuficiente. Un proyecto así garantiza a estos jóvenes resentidos con la globalización vomitar a gusto sin tener que ir a hacer lo mismo a las zonas ecológicas protegidas. El proyecto Zona de Vómito hará que las bellezas naturales de las localidades sean prácticamente prescindibles para estos curiosos neobárbaros. De noche, estos chicos sin derechos podrán hacer sus escatológicas protestas sin límite de tiempo; y de día ya todo caerá por su propio peso. Y si alguno que otro todavía desease dar lata a pleno sol, recomendamos a las autoridades facilitar la simulación de la Pirámide del Sol (como le hacen en Las Vegas con la simulación de los canales de Venecia con todo y gondoleros), e incluir los cientos de escalones que la caracterizan para que, al subirlos, la última perrada de ebrios se canse por completo. Así los corales de nuestros litorales estarán a salvo, las especies animales y vegetales no correrán mayor peligro y las aguas de nuestros tropicales ríos se liberarán de la contaminación de bloqueadores para el sol y otros químicos contenidos en las deposiciones “chatarra” de estos extranjeros tan dañados por la época que desgraciadamente les tocó vivir.
De modo que el entretenimiento ilimitado nocturno dentro de un área concentrada causará un campo magnético invisible y espontáneo, aprovechando la naturaleza estúpida de los sujetos migratorios a los que nos hemos referido. Solitos se controlan. Además, los costos de vigilancia y de mantenimiento serán mínimos: la policía, además de poco recomendable, es innecesaria; y los servicios de limpieza y restauración estarán a cargo de trabajadores mexicanos: si van a limpiar la porquería anglosajona allá en el extranjero, mejor que la limpien aquí sin los riesgos de atravesar la frontera.
¡No a la xenofobia! Esos pobres diablos representan fuentes de empleo para los mexicanos, además de que tienen derecho a manifestar lo que sienten. No discriminemos al hedonismo cocacolero: la estupidez es humana y también tiene derechos.
El criterio fundamental y revolucionario que modificará las formas de inversión de capitales en el futuro inmediato, consiste en admitir que la escoria humana no sólo es inevitable sino, incluso, deseable. Es tiempo de sumar y no de restar. Tiempo de integrar, no de segregar. Ya pasaron los días en que el conformismo proteccionista campeaba sobre la clase capitalista; expresiones como “siempre habrá pobres y ricos” o “más vale una roja que cien descoloridas”, reflejaban una ideología pusilánime que en nada contribuía al desarrollo de la justicia social a través de la igualdad de oportunidades. Ahora, gracias al trabajo constante de nuestros ingenieros sociales, gozamos de un panorama productivo totalmente distinto, lleno de optimismo y esperanza para las siguientes generaciones.
Zona de Vómito es un proyecto eficazmente probado en centros de desarrollo turístico internacionales como Puerto Vallarta, Acapulco y Cancún, con resultados francamente alentadores. El grupo marginal beneficiario de este proyecto no es el de los indígenas locales, la comunidad gay o los hippies del tianguis de Coyoacán emigrados a las playas. Hemos elegido a otro sector marginal posmoderno, cuyos integrantes sufren el rechazo social constante con secuelas psíquicas evidentes, que nos indican que no encuentran su lugar. Nos referimos al cada vez más numeroso grupo de jóvenes primermundistas universalmente identificados como springbreakers.
De todos es conocido que este vasto (y basto) grupo migratorio que invade anualmente nuestras playas ha decidido cargar con todo el dolor de la historia de la humanidad; hartos de las guerras de exterminio a cargo de una civilización que los consiente demasiado, estos aguerridos jóvenes buscan infructuosamente distinguirse de otras formas de protesta social como las de los altermundistas (antes globalifóbicos). La convergencia de ambos movimientos radica en que terminan igualmente desnudos en las playas, mientras los grandes tiburones de las finanzas siguen haciendo su agosto. Pese a su difundida mala re-putación, los springbreakers son muchachos y muchachas bastante dóciles, su imbecilidad los convierte en sujetos muy poco exigentes en comparación con otras minorías como los indígenas. Estos últimos, por ejemplo, lo quieren todo –porque en realidad no tienen nada. En cambio, los jóvenes migrantes anglosajones lo tienen todo y ya no aspiran a nada: lo único que desean es “pasarla bien” y que los dejen destruir en paz. Su sencillez de aspiraciones raya incluso en el conformismo, pues su única verdadera protesta consiste en bailar como perros en celo, sin moverse de su lugar y pegando de chillidos (“¡Uuh, uuh!”) delante de cualquier cámara de televisión que se les acerque. ¡Inocencia pura! Pero también firmeza de ideas: gracias a ellos ahora sabemos que alguien que se encuera en público demuestra que es muy consecuente con sus ideales. Antes, para demostrar esa congruencia de principios, había que dejarse morir en una huelga de hambre prolongada. ¡Pero eso no era incluyente ni, obviamente, autosustentable! En cambio, quitarse la ropa es totalmente intercambiable.
Ahora bien, como toda migración arrastra consecuencias en el equilibrio del medio ambiente (por ejemplo, las invasiones de mexicanos a EU o las de los africanos y turcos a Europa genera una muy mala atmósfera entre los primermundistas), las incursiones de springbreakers a nuestro territorio pueden ocasionar trastornos naturales de incalculables daños. De ahí que el proyecto Zona de Vómito se proponga prevenir con sentido ecológico esta indeseable situación.
El proyecto es muy sencillo: se trata de promover el establecimiento de núcleos concentrados y delimitados de reventón: áreas hoteleras y de antros dispuestos de tal forma cercana que se atraigan entre sí, por decirlo de alguna manera, de tal modo que la vida glamorosa se convierta en un fenómeno autosuficiente. Un proyecto así garantiza a estos jóvenes resentidos con la globalización vomitar a gusto sin tener que ir a hacer lo mismo a las zonas ecológicas protegidas. El proyecto Zona de Vómito hará que las bellezas naturales de las localidades sean prácticamente prescindibles para estos curiosos neobárbaros. De noche, estos chicos sin derechos podrán hacer sus escatológicas protestas sin límite de tiempo; y de día ya todo caerá por su propio peso. Y si alguno que otro todavía desease dar lata a pleno sol, recomendamos a las autoridades facilitar la simulación de la Pirámide del Sol (como le hacen en Las Vegas con la simulación de los canales de Venecia con todo y gondoleros), e incluir los cientos de escalones que la caracterizan para que, al subirlos, la última perrada de ebrios se canse por completo. Así los corales de nuestros litorales estarán a salvo, las especies animales y vegetales no correrán mayor peligro y las aguas de nuestros tropicales ríos se liberarán de la contaminación de bloqueadores para el sol y otros químicos contenidos en las deposiciones “chatarra” de estos extranjeros tan dañados por la época que desgraciadamente les tocó vivir.
De modo que el entretenimiento ilimitado nocturno dentro de un área concentrada causará un campo magnético invisible y espontáneo, aprovechando la naturaleza estúpida de los sujetos migratorios a los que nos hemos referido. Solitos se controlan. Además, los costos de vigilancia y de mantenimiento serán mínimos: la policía, además de poco recomendable, es innecesaria; y los servicios de limpieza y restauración estarán a cargo de trabajadores mexicanos: si van a limpiar la porquería anglosajona allá en el extranjero, mejor que la limpien aquí sin los riesgos de atravesar la frontera.
¡No a la xenofobia! Esos pobres diablos representan fuentes de empleo para los mexicanos, además de que tienen derecho a manifestar lo que sienten. No discriminemos al hedonismo cocacolero: la estupidez es humana y también tiene derechos.
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