lunes, 22 de abril de 2013
La tregua de los ''maras'': un hecho insólito
Alejandro Rozado
Para Claudio Bermúdez, temerario amigo
que alguna vez se metió en territorio mara
y sobrevivió.
Toda negociación de paz va siempre a la zaga del ritmo de cualquier guerra; y cuando en sa lenta dinámica del entendimiento se pacta una cierta tregua, ésta suele ser bastante efímera.
Lo sobresaliente hoy es que en El Salvador (pequeño país hermano apenas del tamaño del Estado de México y con 6 millones de habitantes) hay una insólita tregua acordada entre las dos organizaciones criminales más peligrosas de la región (la Mara Salvatrucha y la Mara del Barrio-18, responsables del 90% de los crímenes que se cometen en esa nación); además, dicha tregua ha cumplido ya ¡un año! en días recientes. Los números que arroja esta auténtica hombrada son contundentes: el promedio de asesinatos diarios en ese país centroamericano, gobernado por el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional, ha descendido de 14 a 5.
Subrayo: el pacto de no-agresión entre las dos más temibles organizaciones criminales ha logrado lo que ninguna estrategia oficial persecutoria o preventiva del delito en cualquier lugar del mundo: bajar espectacularmente (66%) el índice de asesinatos en tan sólo doce meses.
Y aunque oficialmente el presidente salvadoreño, Mauricio Funes, no reconoce participación en dicha tregua (pues el gobierno "no negocia con criminales"), este inusual cese de hostilidades de las pandillas no hubiera sido posible sin la influencia directa de dos factores externos: la iglesia y la izquierda. Tanto el obispo castrense Fabio Colindres como el ex guerrillero y ex asesor del Ministerio de Seguridad salvadoreño, Raúl Mijango, han hecho una labor extraordinaria de negociaciónentre los líderes maras encerrados en prisión, al grado que las dos grandes bandas han empeñado su palabra de detener la escalada asesina. Suena fácil, pero en el lapso mencionado se ha evitado -estadísticamente hablando- 3,200 muertes en una nación que era considerada la segunda más violenta del mundo -después de Honduras.
Cierto, dicha tregua no ha redundado en una disminución igual de las extorsiones y secuestros entre la población civil. Pero, como ha declarado el obispo Colindres, no se les puede pedir a esos grupos que abandonen así nomás sus "medios de vida" (la extorsión) si carecen de toda alternativa para (re)integrarse a la vida social -de ahí la fragilidad del acuerdo. Pero mientras el prelado y el ex guerrillero buscan conurgencia el apoyo presupuestal y programático de la ONU y los EU para pasar a otro nivel de solución del conflicto, vale la pena reflexionar sobre esta proeza salvadoreña. Desyaco, por lo pronto, dos puntos:
- En primer lugar, la eficacia de la palabra de honor empeñada por estas pandillas particulares -aunque su idea de "honor" pueda ser muy opuesta a los valores civiles y democrático de la vida civilizada- contrasta ostensiblemente con el valor demagógico de los compromisos oficialistas que saturan a la sociedad política contemporánea. Parece no haber duda de que la capacidad de convertir a la palabra en realidad social la tienen hoy en día las instancias civiles no-estatales; sin embargo, nunca se nos hubiese ocurrido icluir aquí a sociedades del crimen tan temidas como los propios maras salvadoreños -mucho menos que la firma de sus acuerdos fuesen tan encabronadamente reales.
- En segundo lugar, la praxis involucrada por los mejores elementos de la izquierda y la iglesia demuestra que un discurso verdaderamente comprensivo de la problemática social injusta que pulula debajo de la criminalidad es capaz de sensibilizar y permear ciertas estructuras de violencia. Como afirma el obispo Colindres, en sus conversaciones con los jefes maras encarcelados, éstos han admitido que las extorsiones representan sólo un medio económico de vida; pero que ello no salva de la marginalidad y la inseguridad extremas a sus familias. Y este método tan sencillo (hablar desde el corazón y mirando al alma del prójimo) ha logrdo que la palabra encuentre hoy interlocutores donde antes no los había.
No cabe duda que las improntas tanto del obispo Oscar Arnulfo Romeo como de Farabundo Martí se trenzan en formas históricas insospechadas y esperanzadoras.
San Remo, Cajititlán, Jal.
Abril de 2013.
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