lunes, 28 de enero de 2019
La dominación imperceptible
Alejandro Rozado
La nueva forma de dominación total, aunque imperceptible, que vivimos a partir de la irrupción de la era de la información convive con las anteriores dominancias históricas del Estado moderno y configura un nuevo escenario global de disputas políticas, económicas y culturales. He aquí expuesto el panorama conceptual a través de breves tesis.
EL ESTADO:
Vivimos la inédita descomposición de nuestra civilización que se condensa en la crisis de lo que entendemos por Estado: ese complejo de relaciones de dominación (consentidas o no) que ayudan a reproducir y mantener el orden establecido en beneficio de un grupo privilegiado. Por lo regular, dichas relaciones se concretan en aparatos regulados (institucionales o no), y van desde: el gobierno, la administración y la fuerza pública (el Estado en sentido estricto); la familia, la escuela, las costumbres y los medios de comunicación (el Estado en sentido amplio), hasta las casi imperceptibles leyes del mercado, los flujos de las redes sociales, los lazos afectivos y las formas colectivas e individuales de hablar, pensar y sentir (lo que llamaríamos el Estado invisible). Para mejor apreciar esta crisis histórica, es importante prestar atención a estos distintos niveles de dominación estatal.
LA FORTALEZA:
El Estado domina sistemáticamente a los grupos subalternos mediante una combinación de tres niveles de poder: 1) en sentido estricto, 2) en sentido amplio y 3) en sentido imperceptible o invisible. El Estado en sentido estricto es la parte más visible del poder, su núcleo duro: la fortaleza (el "castillo" de Kafka). Su función es resguardarse mediante el monopolio de la fuerza, la recaudación de impuestos y la administración laberíntica y arbitraria de la justicia contra la ciudadanía no privilegiada. A través del ejército, policía, cárceles, jueces, recaudadores y una amplia burocracia ejecutiva, este nivel de Estado ejerce el dominio coercitivo. Su tipo es muy nítido en las dictaduras militares, pero es intrínseco a todo Estado.
En México, por ejemplo, este nivel estatal se halla en crisis desde el momento en que ya no posee el monopolio de las armas (ejecuciones criminales), ni de la recaudación (cobros de plaza), ni de la justicia (ahora la propia ciudadanía busca los cuerpos de sus familiares en fosas clandestinas, por ejemplo). / Pero los otros niveles de Estado también están en crisis.
LA HEGEMONÍA:
El Estado moderno no es sólo su núcleo duro y visible desde donde ejerce la dominación; incluye también el ejercicio de la hegemonía (sin coerción física) de un proyecto de vida injusto y desigual a través de otras instancias no públicas sino privadas. Las entidades que forman e informan, como los medios de comunicación, las escuelas, las iglesias, los sindicatos, los partidos, las agencias de publicidad y tantas otras formas de organización civil constituyen aparatos desde los cuales se promueve el consenso ciudadano del orden establecido, por desventajoso que éste sea. Gramsci decía que estas entidades son como trincheras -extendidas alrededor de la fortaleza coercitiva del Estado-, las cuales ofertan una idea de vida social aceptable para las conciencias enajenadas.
En México, este nivel amplio del Estado se halla también en una profunda crisis de hegemonía, pues todas esas instancias han entrado en franco descrédito ante la mayoría de los ciudadanos.
EL ESTADO IMPERCEPTIBLE:
Si bien las funciones de represión y hegemonía del Estado moderno se encuentran en profunda crisis, existe otro plano (digital) de acción estatal muy extendido y vigoroso. Se trata del Estado invisible o imperceptible, el cual ejerce con eficacia la función de inhibir al máximo la capacidad individual de respuesta ante la operación de los grupos dominantes. Su poderosa influencia es discretísima, pues los lazos para reaccionar se dan por aceptados con sorprendente comodidad a través de señales digitales y no por discursos. Así, los flujos especulativos del mercado financiero, las equívocas tendencias en las redes sociales, los inverosímiles gobiernos por tuits, las severísimas adicciones a celulares que arrasan con las conciencias de niños y jóvenes -sin terapia alguna de rehabilitación-, los estilos de vida light que se ofertan en los malls, la violenta reducción de la lectura hasta el idiotizante consumo del meme y la mercadotecnia de la política, son algunos de los efectos devastadores que la dominación ejerce sobre los grupos subalternos hasta disminuirlos a la mini conciencia de egos carentes de sentido de vida. El Estado invisible tiene la tarea de aniquilar dicha conciencia y convertir a la ciudadanía en muertos vivos.
En México esa súper hegemonía goza de cabal salud y no está en crisis.
BAUMAN:
Cuando el sociólogo polaco describió nuestra modernidad como "líquida", se refirió básicamente al carácter efímero-temporal de las acciones y unidades sociales contemporáneas -en comparación con la "solidez" de las otroras instituciones modernas. Sin embargo, dicha liquidez -como particular estado de la materia- dista mucho de describir el funcionamiento real de la sociedad del siglo 21. Ésta se asemeja más a las características del plasma. Vivimos una realidad plasmática.
LA VIDA PLASMÁTICA:
La forma de Estado que ha alcanzado supremacía global es más parecida a la constitución del plasma que a la realidad líquida de Bauman. Como es sabido, el plasma es un estado primordial de la materia cuyos átomos están disociados de sus electrones bajo intensa interacción (líquida o gaseosa). Esta naturaleza ionizada del plasma lo convierte en un extraordinario conductor de electricidad y ondas electromagnéticas. Un ejemplo accesible del fenómeno plasmático es la tormenta eléctrica. En ella, la transmisión de luz adquiere un formato caprichoso, instantáneo, fugaz e intenso. Relampagueante siempre.
Así funciona la vida en red de esta era de la comunicación. Somos como partículas ionizadas -conductoras veloces de información emocional pero con fragmentaria capacidad de retención- que configuran tendencias, hashtags, millones de likes y de visitas en brevísimo tiempo, para después apagarse hasta la súbita aparición de un nuevo relámpago. Y así sucesivamente. Esta membrana mundial de dominación está constituida por nosotros mismos, quienes con nuestra inocente actividad de "estar conectados", nos adherimos con inmediatez a cualquier cantidad de contenidos y formas y, con ello, vamos aniquilando la verdadera conciencia libre, tal como lo necesita el imperceptible, global y plasmático Estado imperial que nos rige.
LA SUPREMACÍA DIGITAL:
Es la forma culminante de la dominación política que ha alcanzado el poder global sobre cualquier conciencia ciudadana del mundo. Se trata de un nivel tan alto de enajenación humana que la lucha de proyectos sociales alternativos se ve relativizada al mínimo. La vida plasmática -de medios y mensajes digitales- es tan redonda que nadie se sustrae de su poder de aniquilación del pensamiento y las emociones libres. Sólo a través de la devastación de la personalidad humana (depresiones y trastornos emocionales cada vez más frecuentes, así como disociaciones consumistas y glamorosas) se puede apreciar el alto grado de violencia "indolora" a que estamos sometidos. Todo "defecto" del sistema es contemplado de antemano como perfectible -incluso para la disidencia. Las inconciliables desigualdades humanas tienen, bajo la supremacía, su propio cauce de acción inofensiva mediante las "instituciones de defensa de los derechos humanos" y similares. Y para las "debilidades" personales está la amplia oferta de terapias adaptativas. La supremacía digital va más allá de las dominaciones hegemónicas -siempre enfrentadas a otros proyectos- y de la coerción estatal, pues ahora los conflictos económico-políticos quedan convertidos en meros "descontentos sociales" efímeros. Y el desastre de la vida planetaria puede ser así tolerado mediante el infalible entretenimiento de las redes sociales y sus multiversos virtuales.
SUPREMACÍA DIGITAL, HEGEMONÍA Y COERCIÓN:
La supremacía es una forma de dominación tan totalizante que resulta casi imposible sustraerse de su "hechizo". Todo ciudadano, por el hecho de estar conectado a la red, se convierte en un usuario-cliente de la vida plasmática y participa de su inevitabilidad. Uno puede darse cuenta de ello -del mismo modo que muchos adictos lo hacen respecto de su adicción-, pero es mucho más difícil eludir su poder de atracción. ¿Por qué? Porque es un poder real, aunque intangible: el poder del Estado imperceptible. Entonces, la supremacía es la esfera de la dominancia política que tiende a englobar y absorber los otros dos planos en disputa (a saber: el plano de la lucha por una hegemonía alternativa y el de la lucha contra la represión del Estado), planos que siguen activos en calles, plazas y miles de instituciones de la sociedad civil. Una forma elemental de representar lo anterior es a través de las círculos concéntricos. El círculo central sería el eje y núcleo duro del Estado estricto que ejerce la coerción; el segundo trazo circular sería el ámbito desde el cual se vive la hegemonía del Estado amplio; y finalmente, el tercer trazo (el más externo y periférico) sería el de la realidad plasmática que engloba a las anteriores y desde la cual el Estado imperceptible ejerce la supremacía.
Hasta aquí, el esquema. La realidad, desde luego, es más compleja y, sobre todo, cambiante. De hecho, el conflicto dinámico entre esos tres tipos de dominación política contribuye, en buena medida, a la historicidad de la propia decadencia civilizatoria que nos toca vivir.
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