jueves, 11 de diciembre de 2014
Ayotzinapa y el transformismo mexicano: tesis para una coyuntura política
Alejandro Rozado
El punto político de inflexión: La masacre perpetrada en Iguala, Guerrero, la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre de 2014, cuando un conjunto de estudiantes normalistas rurales de la cercana ciudad de Ayotzinapa pretendían manifestar su rechazo a las políticas públicas de ahorcamiento presupuestal que se aplican sobre su escuela, marca un punto de inflexión en la lucha política contemporánea en México. El saldo de la fatídica noche guerrerense fue de 6 muertos (uno de ellos bárbaramente desollado después de haberle extraído los ojos) y 43 secuestrados -presuntamente asesinados, quemados y triturados sus huesos en un basurero en las inmediaciones de la cabecera municipal vecina de Cocula. El veloz e inverosímil operativo criminal estuvo, al parecer, ordenado por el presidente municipal de Iguala y su esposa (vergonzosamente miembros activos del izquierdista Partido de la Revolución Democrática), junto con policías municipales y sicarios del cártel de drogas local conocido como Guerreros Unidos. Del horror pasmoso suscitado en todo el mundo por la noticia se pasó a la indignación y a una protesta indicativa de que la sociedad ha llegado ya al límite de la tolerancia respecto del clima de inseguridad, falta de justicia real, corrupción generalizada en todos los niveles de gobierno y desconfianza absoluta en la clase política y el modelo de nación que ofrece a los mexicanos. La ola global de protestas sociales y de organismos internacionales ha puesto contra la pared no sólo al régimen político sino al Estado mexicano mismo. Éste se ha revelado, tras muchísimas evidencias trágicas y vergonzosas, que no es un Estado "fallido" (un conjunto de instituciones públicas que "no están pudiendo con el paquete"), como muchos analistas diagnosticaron desde hace algunos años. Es, más bien, un Estado canalla que simula sus insuficiencias mientras promueve activamente, al servicio de las élites del poder económico, el mayor despojo social no visto en más de un siglo.
Incorporación de las clases subalternas: Más allá del dolor impotente y el llanto desgarrado que ha suscitado a toda la nación, los hechos identificados con Ayotzinapa constituyen un capítulo de otro relato más alentador: lo que hoy vivimos con las protestas que encabezan los normalistas y sus familiares es la confrontación clara y abierta de las clases más desprotegidas de la sociedad contra el Estado canalla. Ni el empresario Alejandro Martí antes, ni la valiente señora de Wallace, ni siquiera el poeta Sicilia -por recordar a agraviados notables- lograron confrontarse con el poder de forma tan franca como ocurre ahora, por la sencilla razón de que eran (y son), después de todo, parte de los sectores privilegiados del sistema. En cambio, Ayotzinapa es el eslabón de otra historia que incorpora a sectores de las verdaderas clases subalternas al escenario político nacional: es el relevo de las autodefensas michoacanas (hoy mermadas, en parte por su localismo); es la expresión más nítida de la "crisis catastrofista" que necesita el país para cambiar de verdad.
Crisis catastrofista: Es la que vive México ahora. Se trata de una percepción política instalada en el imaginario social como caótica, incierta e insostenible, en la que el Estado (no fallido sino canalla) ha mermado escandalosa e irreversiblemente su credibilidad para dirigir a la sociedad hacia un determinado bienestar general -y conservarlo. Es una situación en que se han esfumado las garantías, consideradas mínimas, de seguridad y orden sociales. Es una crisis de hegemonía del bloque dominante; una crisis del Estado en general (no sólo una crisis ministerial o de gobierno). El catastrofismo ocurre cuando convergen al mismo tiempo: 1) el fracaso del proyecto al que el grupo en el poder convocó a que se incorporara entusiastamente la ciudadanía (en este caso, el neoliberalismo y su democracia mediática), y 2) la creciente agitación de protestas (tanto pacíficas como violentas) de sectores sociales antes pasivos y marginados de la acción política. Eso es lo que significa Ayotzinapa...
"¡Fue el Estado"!: Antes de examinar las posibles salidas a la crisis política actual, habría que interpretar qué fuerzas fundamentales se enfrentan y qué es lo que está en juego hoy en México. Por ejemplo, si -como afirmo- se trata de una crisis de hegemonía del bloque dominante, ¿significa esto que el Estado mexicano está en peligro de ser sustituido por otro? De ninguna manera. Aunque deseable, no existe fuerza alternativa en el horizonte político nacional capaz de ofrecer semejante inminencia. Lo único que existe (y no es poca cosa) es que por primera vez se hace una acusación abierta de la ciudadanía contra el Estado por la situación general de inseguridad y de insatisfacción en prácticamente todos los órdenes de la vida social. El clamor popular y señalamiento unánime de las conciencias despiertas ("¡Fue el Estado!") dice, con pocas palabras, mucho -si no es que todo: a saber, que el Estado es el responsable absoluto no sólo de la tragedia de Ayotzinapa sino de la catástrofe social que vivimos. Esto hace que las fuerzas alineadas en pugna sean básicamente dos: por un lado una vastísima ciudadanía plural -aún amorfa pero con gran capacidad de protesta- que acusa al Estado (no a la delincuencia) de esta crisis; y por otro lado, prácticamente toda la sociedad política (gobierno, legisladores, partidos, fuerzas armadas, medios) y los sectores nacionales y extranjeros beneficiados por el actual modelo económico, que defiende la no responsabilidad y, por tanto, la permanencia del mismo Estado. Se trata de la lucha nítida entre dos pluralidades: la de la sociedad civil contra la de la sociedad política. A nivel de ideas, esta lucha se traduce en la versión de un Estado canalla contra la de un Estado "fallido"; entre una ciudadanía que dice: "Tú fuiste" y un Estado que responde: "No, yo no fui: fueron los delincuentes". Entre una sociedad que se erige en fiscal general y acusa públicamente al Estado y éste que es puesto contra la pared y es sometido a juicio. Lo que está en juego, entonces, es el prestigio, la legitimidad y, por tanto, la autoridad del propio Estado mexicano. Ni más ni menos.
Las medidas anunciadas por el presidente Enrique Peña Nieto (su desafortunado "decálogo") para encarar la crisis catastrofista desatada por los hechos de Ayotzinapa han sido meros "correctivos" de un Estado que se autoconcibe (aunque sea de manera vergonzante) como "fallido". Ya lo ha anunciado el secretario de gobierno, Osorio Chong: se proponen cambiar "lo que no funciona" en las instituciones. En ningún momento se aprecia la voluntad de realizar reformas profundas al Estado; obvio, eso le corresponde impulsar a la sociedad civil ahora sí situada en el campo contrario al del poder político.
Disyuntiva de enormes sacrificios: Si la sociedad civil mexicana acusa al Estado por la crisis catastrofista que vivimos, éste tendrá, en vista de su autoridad puesta en juego, que defenderse y "probar" su inocencia ante la opinión pública con los recurridos argumentos del poder: la demagogia ("Fue la delincuencia organizada", "Nos quieren desestabilizar", "Todos somos Ayotzinapa": EPN), la reorientación culposa del gasto púbico ("ahí va dinero para Guerrero") y lo de siempre: la aprehensión de algunos chivos expiatorios. Como estas medidas paliativas carecerán del crédito popular y, por otro lado, no existen las condiciones para una solución democrática que renueve a fondo las instituciones -principalmente por la ausencia de una fuerza alternativa organizada-, lo que parece inevitable es que ingresaremos a una difícil etapa de desgaste recíproco de las fuerzas sociales en pugna, que implicarán nuevos y enormes sacrificios para la sociedad y que apuntará hacia una disyuntiva incierta llamada: transformismo.
El transformismo mexicano: Describía Gramsci al transformismo como la capacidad de las fuerzas sociales en pugna de eliminar política --e incluso físicamente- a las dirigencias adversarias, o bien de cooptarlas a su favor. Es decir, que puede haber un transformismo restaurador del viejo estado de cosas y otro que sea progresivo hacia un orden nuevo. Pero se trata de una serie de acciones cuyo blanco común son los liderazgos -altos e intermedios. México tiene una larga tradición de prácticas transformistas regresivas: el asesinato y encarcelamiento de líderes opositores radicales (el último de los cuales es el dr. Mireles) junto a la cooptación, incluso masiva, de otros dirigentes más "tibios" (como son los casos de los Chuchos del PRD y del Papá Pitufo y buena parte de las autodefensas michoacanas) y un sinnúmero de acciones coercitivas contra los dirigentes medios de la oposición (recuérdese cómo durante el sexenio de Salinas hubo cientos de líderes locales del PRD asesinados). Sin embargo, a partir de Ayotzinapa se ha establecido en el país un inédito equilibrio (catastrófico) entre la formidable emergencia ciudadana y el repliegue táctico del Estado. La sociedad civil acusa al Estado y éste no convence a la opinión pública de su inocencia por la tragedia de los normalistas. Esta nueva correlación de grandes fuerzas sociales, en que la hegemonía dominante se ha colapsado, abre al futuro político inmediato una etapa transformista para ambos bandos. El bando ciudadano intentará acorralar al Estado divulgando su desprestigio político en las plazas publicas, redes sociales y foros internacionales con el fin de legitimar la necesidad de un cambio democrático, mientras que el bando restaurador empleará todo su poder para desprestigiar a los indignados. De ahí que se trate de una disyuntiva histórica tremenda para la sociedad de imprevisibles consecuencias, pues la solución será una de dos: o la ciudadanía logra organizarse rápidamente en una fuerza alternativa nacional que ofrezca una reforma constituyente del Estado o el actual bloque dominante logra imponer la restauración del orden hoy refutado. Los periodistas estarán de plácemes con la situación porque se darán noticias vertiginosas en un sentido y otro de la disyuntiva transformista, como ha sucedido con las detenciones del 20 de noviembre -en que los activistas fueron acusados severamente y una semana después fueron defendidos y liberados por la ciudadanía.
El gran partido ciudadano: En vista de que la salida revolucionaria hoy es inviable y la solución cesarista de izquierda quedó anulada después del fraude electoral y la consecuente derrota política del movimiento que encabezó Andrés Manuel López Obrador en 2006, las opciones de la lucha popular se encaminan poco a poco a transitar por el estrecho margen del transformismo, que es una suerte de "Paso de las Termópilas" en la actual crisis catastrofista mexicana. Esta nueva etapa inaugurada trágicamente con la crisis de Ayotzinapa, consiste -como he escrito- en la clara polarización de dos fuerzas nacionales mutuamente enfrentadas: el partido de la ciudadanía indignada y el partido de los poderosos -que cumple las veces de una enorme costra social. Semejante delimitación política es resultado de una larga y sostenida historia de luchas durante los últimos 30 años de neoliberalismo en nuestro país. Si alguna vez se creyó que dicha confrontación se deslizaba "horizontalmente" entre la derecha y la izquierda del espectro político, la crisis catastrofista que ahora vivimos ya dejó claro que el conflicto más bien se desplaza "verticalmente" entre los de "arriba" y los de "abajo". Es un inconciliable enfrentamiento entre la sociedad política y la sociedad civil -convertida ésta por primera vez en partido, en el sentido amplio (no electoral) del término; es decir, en el sentido de un nuevo bloque histórico alternativo. Esta configuración de la ciudadanía en fuerza nacional tiene grandes virtudes, pues demuestra una extraordinaria capacidad de movilización simultánea en casi todo el país; exhibe, además, un multiverso de expresiones, conciencias, liderazgos, y grados de organización y movilización. El gran partido ciudadano que ha emergido desde la noche más oscura de nuestra vida contemporánea es un verdadero archipiélago -inconmensurable aún- de expresiones que convergen en la resistencia sistemática a los embates neoliberales. Mientras unos toman casetas de cobro o tiendas departamentales, otros asaltan palacios municipales o estaciones de radio y otros más se dan a la búsqueda de más fosas clandestinas o protestan por las calles de sus localidades. Cientos de periodistas e intelectuales -antes diletantes- se pronuncian ahora sobre la necesidad de establecer un nuevo orden ciudadano, mientras las grandes manifestaciones en la Ciudad de México desafían al Estado en su conjunto como fuente de autoridad legítima. Y no se diga el fenómeno de las redes sociales cibernéticas. Sin embargo, este gran bando movilizado carece todavía de algo fundamental: la articulación de un programa inmediato que convierta la indignación popular en un plan ciudadano mayor, capaz de aglutinar la multidiversidad de necesidades sociales manifiestas. Un plan breve y obvio para toda la opinión pública nacional e internacional que salga al paso a los intentos de restaurar el viejo orden.
La nueva comunidad ciudadana: Un "gran partido ciudadano" para México no es un nuevo partido electoral sino un gran campo social heterogéneo y multiforme que tiene en común la alta conciencia de pertenecer a una nueva comunidad política -la comunidad societaria o ciudadana- y que dicha comunidad indudablemente mayoritaria es la plataforma necesaria para impulsar un nuevo proyecto de país, contrario y diferente al que ha impuesto el bloque neoliberal dominante. Se trata en realidad de la conformación -aún embrionaria- de un nuevo bloque histórico que ya en sus acciones concretas aspira no sólo a reclamar sino a sustituir al actual Estado, bajo la bandera de una justicia eficaz -para lo cual es necesaria la ampliación del concepto de democracia real participativa en que la ciudadanía tome control directo de la supervisión del manejo honrado y transparente de los asuntos públicos. Sin una orientación como ésta, la emergencia social que ha surgido en buena parte del país no podrá resistir y permanecer activa luchando por sus justas demandas; será reprimida y/o cooptada por la fuerza y los recursos del Estado. Se trata de una nueva moral y un nuevo concepto de sociedad económica y cultural bajo el caro principio de la fraternidad por encima de la libre competencia. Una comunidad ciudadana que se opone y se coloca por encima del mercado, ese lugar fatídico de concurrencia de los ciudadanos aislados y enfrentados entre sí.
Guadalajara, Jal., a 11 de diciembre de 2014.
martes, 5 de agosto de 2014
Las metamorfosis poéticas de Efraín Huerta
Alejandro Rozado
PEQUEÑO LAROUSSE:
Nació / En Silao. / 1914. / Autor / De versos / De contenido / Social. /
Embustero / Larousse. / Yo sólo / Escribo / Versos / De contenido / Sexual.
E. H.
De la misma generación que Octavio Paz y José Revueltas, Efraín Huerta (1914-1982) fue un poeta querido y leído por un amplio sector de universitarios y en general por la clase media de México: aquella que impulsó los cambios políticos posibles antes, durante y después de 1968. La fidelidad de sus lectores obedeció a una lógica histórica muy precisa: Huerta, joven militante comunista, fue el primer poeta mexicano importante que se pronunció a la izquierda de los "revolucionarios" de su tiempo y de su versión hecha Estado.
Asimismo, y en consonancia con sus ideas políticas, rechazó de manera programática el refinamiento poético del influyente grupo de Los Contemporáneos. Decidido a romper no sólo moral sino estéticamente con una poesía disociada de la realidad histórica -como la heredada de cierto modernismo latinoamericano-, Huerta se esmeró en ser un poeta justamente contrario: un poeta de la calle y del pueblo, alguien cuyos versos fuesen punto de vista de la urbe y sus sombras. El manantial de su propia poesía habría de brotar de los suburbios de la gran ciudad; su estética emanaría propositivamente del subsuelo de una nueva realidad social moderna: la metrópoli.
En buena medida, Efraín Huerta consiguió este propósito para la poesía mexicana: distinguir otra forma poética de mirar la modernización que se cernía sobre el país a partir de los años 30's del siglo pasado -su único igual literario fue José Revueltas, aunque éste en el campo de la narrativa. En ese empeño, sin embargo, el joven poeta tuvo que recorrer un tortuoso camino hacia sí mismo, plagado de metamorfosis artísticas y negaciones temerarias.
Por ejemplo, extirpó a su poesía de toda cuerda vocal: en efecto, al menos la primera mitad de su obra mostró un problema persistente con el canto y el trino de las palabras. Huerta no entonó sino murmuró deliberadamente versos sin vocación adjetiva. Pero también expulsó la luz de su poesía, pues renunció a la imagen. Sus versos solían anudarse mediante inespecificidades; y el flujo poético tropezaba frecuentemente con nociones opacas, sustantivos verbales y gerundios aún más espesos que los conceptos. Para verificar lo anterior, tómese cualquier verso de los primeros años de su vida literaria; por ejemplo, de su conocido "Cuarto canto del abandono" (circa 1944):
Estoy
cargado de odio y bien encarcelado
por
aniquilamientos, abandonos y noches. Estoy, secos los labios, interrogando a nadie
por mi destino idéntico a bandera raída.
Y más adelante:
mezclados con un llanto perfecto de agonía.
Estoy chorreando lenta, penosísima angustia,
como ahogado que mide el espesor del mar.
Así le sucedió, "chorreando" penosísimamente y con terrible regularidad durante dos décadas de abundante y tenaz obra... hasta que se encontró con la ironía -ese divino arte de no tomarse en serio. Fue hasta entonces que Efraín Huerta se puso a volar -aunque de flor en flor, fecundándolas: nunca altos vuelos.
Afortunadamente, el fracaso de este proyecto literario lo devolvió a una poesía más amorosa, humorística, cada vez más libre, incluso cercana al chacoteo, la ocurrencia y el ingenio -que no el genio. Paradójicamente, al decaer su poesía militante, Huerta se convirtió en un poeta mucho más popular. Sus leidísimos y festejados "poemínimos" que descubrió y cultivó al final de su vida constituyeron el verdadero hábitat natural de este afamado cocodrilo de las letras mexicanas: el pantano en que se sumergió, conversó, rió y hasta chapoteó a gusto junto con sus lectores.
Como apunté más arriba, Huerta fue un autor sometido a profundas metamorfosis artísticas. Retomemos su obra desde el principio para identificar sus cambios:
En su primer libro, Absoluto amor (1935), apareció un poema que demostraba ya un prodigioso canto. Se llamó "Andrea y el tiempo" y fue escrito por Efraín a sus 21 años:
Inmovilizada
tarde
cercana
al suicidio. Sin eternidad
en
los cabellos ni en el tiempo:
madre
perfecta del otoño. (...)
Por
la noche se precipita
la
inquietud en mis brazos.
La
inquietud es muy parecida a Andrea
en
el estilo de no llegar
a
tiempo. Como Andrea
en
la manera de ser bellísimos
sus
hombros.
La
tarde nunca supo
hacerse
a la medida de mi dolor.
El
dolor me tiembla en las manos:
la
ausencia de los senos
de
Andrea, exceso de costumbre.
Todo tiene derecho a la belleza.
Esta luz erótica y musical que abrió tan tempranamente el poeta ("todo tiene derecho a la belleza") se cancelaría casi de inmediato y durante mucho tiempo, en gran medida por el intercalamiento de un proyecto poético contestatario, militante, legítimo quizá -incluso necesario-, en su obra. Así, para el año siguiente Huerta proclamaría dicho programa estético en su segundo poemario: Línea del alba. De su lectura se percibe el empeño autoral por fundar una nueva poética en torno a la figura del alba, símbolo de una energía lírica que se opondría al preciosismo de un Carlos Pellicer y su generación. Aquí, Efraín decía de su nueva poesía:
Amante
diaria,
claveteada
por besos y blasfemias:
qué
rabia con las violetas y las tardes,
con
las ojeras falsas y los junios de alabastro.
Rompe
lanzas, amante amada,
tus
lanzas de porcelana mojadas en esperma,
contra
esas tristes cosas.
Cabe recordar que por esos mismos meses (de 1935), Pellicer publicó su ponderado libro de sonetos: Hora de junio. A las tardes lánguidas de ese mes estival, huerta oponía la frescura del alba:
Letra
limpia del alba viva:
lejana
de romances cantados
con
azúcar y azahares en la boca,
de
sonetos envilecidos.
El
alba redimida.
Aquella que anunciaba con sus tambores de guerra la nueva rebelión de la subexistencia urbana; la madrugada astrosa de los jodidos del alma que pululaban por las calles de la gran ciudad de México. Sí, el amanecer tan cantado de las legiones marxistas y su ortodoxia, pero también el de los desclasados del utopista radical Weitling (compañero y rival de Marx y Engels en la Liga de los Justos de 1847), que auguraba un levantamiento de moral social que nunca llegó... Hubo que esperar hasta 1968 para que nuevas capas subalternas del país -los estudiantes- incendiaran a la capital mexicana con un nuevo espíritu democrático y libertario.
Mientras llegaba ese tiempo, hacia 1943, Huerta escribiría sentidos poemas consagrados a la lucha antifascista y e defensa de la Unión Soviética y de sus aliados comunistas en todo el mundo. Su libro Poemas de guerra y esperanza, por ejemplo, estuvo dedicado "al heroico pueblo chino" en su guerra revolucionaria. Y a los treinta años, desglosaría aún más aquel programa poético con la publicación de su libro más sonado de esa etapa: Los hombres del alba (1944).
En el prólogo del libro, su amigo, el apreciado crítico literario Rafael Solana, trató de encuadrar la bizarría estética del todavía joven poeta. Solana calificó -con un golpe sorpresivo de franqueza- a la poesía de Huerta como "sumamente desagradable", en el mismo sentido, claro, en que la pintura de Orozco también lo era... Pero lo horroroso -continuó Solana- no significa que no pueda ser artístico; simplemente se trata de otro punto de vista de la realidad. De modo que Huerta vendría a ser una especie de Baudelaire mexicano, pero sin la fuerza musical del francés y sin su liberador cinismo; tampoco el guanajuatense dio muestra alguna de la misoginia que caracterizó al autor maldito de Las flores del mal.
Más adelante, Solana afirmó que, para su amigo, "la música queda relegada a último término, como accesorio frívolo de la poesía"; y lo mismo observó de las imágenes huertianas: casi ausentes. Y era verdad: después de uno leer Los hombres del alba, se tiene la impresión de haber recorrido una vasta zona subterránea, un inframundo oscurecido como preludio del alba metropolitana. Pero lo que no apuntó don Rafael es que si en la poesía de aquel Efraín Huerta no destacaba ni la música ni las imágenes, lo que sí sobresalía en sus versos eran las sensaciones corpóreas ("Es una herida de alfiler sobre los labios tu recuerdo / y hoy escribí leyendas de tu vida / sobre la superficie tierna de una manzana."); por lo que me inclino a pensar que se trató de un poeta kinestésico, sensorial, reptílico. Un saurio del verso cuyas palabras reptaban al ras del suelo y el lodo, a mugre y el vómito del asfalto. A los hombres del alba los describía, precisamente, como:
Los
bandidos con la barba crecida
y
el bendito cinismo endurecido,
los
asesinos cautelosos
con
la ferocidad sobre los hombros,
los
maricas con fiebre en las orejas
y
en los blandos riñones,
los
violadores,
los
profesionales del desprecio,
los
del aguardiente en las arterias,
los
que gritan, aúllan como lobos
con
las patas heladas.
Los
hombres más abandonados,
más
locos, más valientes:
los
más puros.
Esta utopía radical -al estilo del viejo Weitling- en su estética, hizo que Huerta proclamara una "Declaración del odio" de rara virtud entrañable (en el sentido que ha dicho el poeta griego Adonis; "La luz, que tiene rostro / no tiene entrañas. / Lo oscuro tiene entrañas, / pero no rostro"). Para el poeta citadino, el odio era una configuración social hecha de sombras humanas: puños, huelgas, comercio sexual, poetas fariseos, mendigos y niños abandonados. "Declaración de odio" fue también un manifiesto contra los poetas elitistas y su "enfadosa categoría de descastados", una proclama de ruptura con los representantes de la nueva clase media cuarentenal y "sus afectos". Fue la vindicación, en suma, de "otra" sensibilidad moderna: la del los hombres del alba.
La severidad de Efraín Huerta llegó a su cima con La rosa primitiva (1950), poemario en donde se leen versos como estos:
Escribo
las palabras y el penetrante nombre del poema,
y
no encuentro razón, flor que no sea
la
rosa primitiva de la ciudad que habito.
Nunca
el poema fue tan serio como hoy, y nunca el verso
tuvo
la estatura de bronce de lo que no se oculta.
Sin embargo, semejante densidad pesimista no podía durar mucho más tiempo. Los viajes aligeraron, al fin, la poética construida por Huerta. Los poemas del viaje (1949-1953) fueron un verdadero descanso para el autor -y para sus fieles lectores. Todo poeta, llegado un momento, debe viajar para vivir -y vivir para escribir. Huerta recorrió amplias zonas del sur de los EU, Nueva York y Europa. El mundo descubierto le impidió continuar su solitaria cruzada contra el color y la música. En sus nuevos poemas, las imágenes respiraron ya a sus anchas. El poeta mismo la liberó de su prolongado cautiverio. De su poema "La lluvia", se lee esto:
Cae
sobre millones de cabezas de ganado,
sobre
los millones de mercados,
sobre
los millones de pequeñas y grandes iglesias,
sobre
millones y millones de Biblias.
Sobre
los verdes pastos y la mano rugosa del granjero,
sobre
las rubias cabelleras y los millones de ojos azules.
Cae
sobre San Antonio a la hora del acento de las campanas,
y
es como si cayera de los cielos
un
poema infinito (...)
Con Estrella en alto (1956), la poesía militante de Efraín Huerta fue menguando aún más en favor del amor, la intimidad, la felicidad o la tristeza. La muerte de Stalin y la clausura de la época más horrenda del comunismo fueron de la mano con esta "apertura" estética del poeta. Ahora éste se permitía emociones verbales. El amor comenzó a gozar de libertades -incluso la cursilería, pues aparecieron en sus versos flores ya superadas: demasiadas rosas modernistas, camelias, claveles y pétalos que caen... Como quiera que fuere, se trató de un Huerta mucho más lírico y sencillo, menos pretencioso, menos elaborado. Cuando su pluma, por fin, se anima a cantar, entona: "(...) yo sonrío / de sentirme tan grito, / tan espejo y ladrido." La reconsideración de toda su poética fundacional como cosa ya del pasado es muy clara; en "Acerca de la melancolía", dice:
La
melancolía es otra piel de los hombres.
Otros
huesos, otras arterias.
Otros
pulmones, otro sexo.
Alguna
vez los hombres del subsuelo
dirán
que la melancolía
es una gran bandera libertaria.
es una gran bandera libertaria.
Y sin duda que Huerta vive el advenimiento de una reconciliación consigo mismo: "Oh, rosa solitaria, pareces / un abismo y mil cadáveres de hielo, / contemplación, idea, palabra pronunciada sin odio" (de "Alba desde una estrella"). Durante los mismos años resurge también el erotismo:
Hoy
veo tus muslos llenos de constancia y pureza
como
si fuesen las olas que desviste
la
circular curiosidad del faro.
Y con ello se acaban o disminuyen los adjetivos crueles. La poesía finalmente seduce y suaviza a un luchador social que, sin embargo, fue hijo auténtico del dios Eros. En esta nueva metamorfosis, Huerta recupera los prodigios del ritmo para no perderlos más:
Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
Y no veías los árboles, ni la nube ni el aire.
Parecías desmayarte bajo el beso y su llama.
Parecías la paloma extraviada en su vuelo:
la paloma del ansia, la paloma que ama.
La reiteración rítmica intraversicular da viveza y emoción a los versos de un Huerta decidido a no dar marcha atrás. Y en su bello poema El Tajín (1963), esta nueva vitalidad adquiere una fronda precisa: el verso dentro del verso y el poema dentro del poema mismo.
Andar
así es andar a ciegas,
andar
inmóvil en el aire inmóvil,
andar
pasos de arena, ardiente césped.
Dar
pasos de agua, sobre nada
-el
agua que no existe, la nada de una astilla-,
dar
pasos sobre muertes,
sobre
un suelo de cráneos calcinados.
"Andar", "nada", "dar", analogías fonéticas; "pasos", "sobre", "agua", repetidos, reestructurados, reacomodados, resemantizados. Una composición sonora, rítmica y ritual al mismo tiempo.
Ni
un aura fugitiva habita este recinto
despiadado.
Nadie aquí, nadie en ninguna sombra.
Nada
en la seca estela, nada en lo alto.
Todo
se ha detenido, ciegamente,
como
un fiero puñal de sacrificio.
Parece
un mar de sangre
petrificada
a
la mitad de su ascensión.
Sangre
de mil heridas, sangre turbia,
sangre y cenizas en el aire inmóvil.
El regreso a las ruinas mesoamericanas es, a la vez, un regreso a la versificación básica no de los trovadores sino de los tambores genesiacos de la vida y la muerte en un solo acto. La palabra "sangre" es sacada a danzar por "nadie", y "nada" es una celebración repetida desde tiempos consuetudinarios en la mente sincretizada del poeta.
No hay espacio aquí para analizar otros poemas de los
años 60, que Efraín Huerta abrió como puertas y ventanas a lo modernísimo de su
obra; baste sólo con señalar una canción y un poema: "Canción para la
doncella del alba" y el maravilloso poema "Sandra sólo habla en
líneas generales", dedicado a una mujer frívola e inaccesible para el
poeta. La primera es una composición multiestructurada por cuartetos en que
cada uno de ellos combina con dinamismo rimas finales e intraversiculares,
atravesando dichas rimas a la canción en formas verticales, horizontales e
incluso diagonales: una obra poliédrica con vértices y aristas analógicas
-siempre distintas.
Se
mete piel adentro
como
paloma ciega
como
ciega paloma
cielo
adentro. (…)
Entra
a paso despacio,
dormida
danza;
entra
debajo un ala,
danza
despacio.
Y el segundo, es un deleitoso retrato de la mujer de clase media,
hermosa, animal y superflua que no le para la boca mientras su interpelado
babea descompuesto por la lujuria. El sentido del humor huertiano se ofrece como
una mazorca erguida al sol en su sexualidad inalcanzada; el humor poético que el México
de abajo necesitaba:
Hace dos días con sus noches pude verla
(ella vive en las calles de Racine
y yo en Lope de Vega, lo cual es todo un drama en seis actos)
y en sus ojos había una tormenta edénica y turbadora
como antes y después del primer pecado
-lo virginal no quita lo caliente-,
Eva maldita Eva milenaria, Eva evasiva Eva exhúbera
Eva general Eva particularmente deseada y detestada
Eva que sabe a postre de manzana postre de mieles
Eva que hele a café con Leche-de-la-Mujer-Amada
Eva liberada Eva que viajó por Europa
y en verdad que nunca salió de estas amargas calles (...)
Con éste se inicia una serie de otros poemas "calenturientos" en que sus narradores en primera persona ubican y siguen por las calles a mujeres frondosas y de provocativo andar. Tales son los casos de "Afrodita Morris [Ceremonial de las 13:30]", "Juárez-Loreto" y "Junio N.Y." Maneras elegantes y poéticas de decir: ¡adiós mamacita!; esculturas verbales que delinean los múltiples rostros del Deseo. En cambio, sus poemas de amor parecen inanimados por la rancia afectación modernista que Huerta finalmente no superó del todo. A Efraín no se le dio tanto la poesía amorosa como la erótica y sexual. Cuando se ponía serio, era cursi; en cambio, cuando se ponía alegre, era procaz y libertino. Cualidades que ya no perdió hasta su muerte.
Sólo hubo una excepción; es decir, un poema amoroso excepcional -publicado por la Revista de la Universidad de México en marzo-abril de 1970- que, para mi gusto, es el mejor de toda la obra huertiana: "Apólogo y meridiano del amante", un recorrido sinfónico por la mujer, sus relieves y entrañas, donde el imaginario del poeta convoca recuerdos con languidez y arrepentimiento de quien no sabe amar. Es el verdadero encuentro apasionado que con pujanza y tinta desigual buscó el poeta:
Cenital
guerrero de la carnalidad
retorno
al monumento-flor de una saturada piel.
Estuve
ausente todo un verano tembloroso,
en
medio de la contienda florida
de
los hirvientes amantes. (…)
Hoy
resido en tu muslo derecho,
aquí
y allá, para necesitarme, para,
invisible,
ascender hasta tus ciudades
y
tus pueblos; necesito aterrarme
con
mi propia ruina, voltear
de
revés mis remordimientos, porque,
ay
amada, he perdido la llave
del
inocente territorio de las catástrofes. (…)
Las palabras se despeñan con una cadencia inspiradísima y sabores ilimitados, sin necesidad ya de reiteraciones verbales -el ritmo lo da, paradójicamente, la melodía en sí. Su construcción orquestal, multisilábica en sus cimientos, es impecable como la Vida misma.
(…)
Di salvación a tu cuerpo
con
el atavío de las danzas vespertinas;
al
empezar el agua nocturna
te
dominé de mil maneras.
Tus
caderas rechinaron como la última carroza del cortejo.
Un poema universal prácticamente desconocido -o peor aún, ignorado por las antologías poéticas- y que fue concebido por quien alguna vez se auto parodió como "un buen poeta / De segunda / En un país / Del Tercer / Mundo"... No tengo duda que Efraín nació y vivió para componer esta pieza magistral de la literatura. El último zángano de la colmena alcanzó y preñó victoriosamente a la abeja reina.
En sus últimos años, Huerta cultivó y cosechó sus exitosísimos poemínimos: una suerte de apotegmas ingeniosos ("chistes", le diría su amigo Octavio Paz), satíricos, captados al vuelo de una "mariposa loca": un culto a lo breve espontáneo que se agita vivo entre los habitantes del refrán y del sentido común popular.
Hablando
Se
Enciende
La
Gente
Las sucesivas metamorfosis de Efraín Huerta hicieron que éste transitase poco a poco de una poesía de "contenido social" a otra de "contenido sexual":
Y
así
Le
dije
Con
desolada
Y
cristiana
Bondad:
Desnúdate
Que
Yo
Te
ayudaré.
lunes, 7 de julio de 2014
Alfonso Reyes: "gourmet"
Alejandro Rozado
-Me estoy pasando del Burdeos al Borgoña
Si me estaré volviendo romántico
"yo que siempre de los novios me reí"
ALFONSO REYES
Es archisabido que Alfonso Reyes fue el primer literato de México durante la primera mitad del siglo XX. Lo dijeron muchos, entre otros su amigo Borges:
"Considero a Reyes el más alto estilista en prosa en español de este siglo. (...) el primer hombre de letras de nuestra América. No digo el primer ensayista, el primer narrador, el primer poeta: digo el primer hombre de letras, que es decir el primer escritor y el primer lector".Y si lo dijo Borges, ya está: no hay duda. Y atrae la atención que esta indiscutida autoridad literaria del mexicano se haya forjado a una sana y deliberada distancia de las corrientes de origen romántico (el simbolismo, los malditos, las vanguardias) que proliferaron por toda la cultura occidental durante los siglos XIX y XX -distancia que también parece haber tomado el mismo Borges. A decir del propio maestro regiomontano, vivir influido por la "Idea de la Decepción" era ya algo pasado de moda incluso en sus tiempos ateneístas.
Reyes prefirió abrevar de las minerales aguas de otra cultura, la griega, cual si fuese el mejor de sus hijos adoptivos. De hecho, podría decirse que don Alfonso fue más hijo de Eurípides que de su propio padre, el malogrado general porfirista Bernardo Reyes -lo cual siempre me ha parecido muy sano y de buen gusto. Para el autor de Ifigenia cruel, una tragedia griega estaba más viva y era mucho más novedosa que cualquier notición del periódico de hoy. Y de la lengua española, nuestro polígrafo mexicano no reconocía, de entre su inmensa erudición, mayor fuente que el Siglo de Oro. Sus virtudes fueron, por tanto -y desde una edad extraordinariamente temprana-, "la proporción y el equilibrio", como alguna vez anotase Octavio Paz. Reyes: todo un clasicista, un adulto de la literatura que nunca fue joven. Toda la pasión que siempre habitó al talento reyista se sometió -y ahogó- bajo las sublimes y elegantes dotes de una sensibilidad clásica. Una elección estética del maestro, pero también moral.
Pues bien, una de las derivaciones de este perfil artístico (proporción, equilibrio), síntesis magistral del hedonismo y el estoicismo antiguos, fue el culto alfonsino por la degustación del buen comer y el buen beber. En este sentido, Reyes fue un verdadero gran gourmet de las letras. Nadie como él para hacer confluir los sabores y los sonidos. Todo un chef poético; su obra podría ser vista como un inagotable despliegue de arte culinario: un variado menú de opciones para el paladar, que van desde sugestivos romances y breves redondillas a manera de entradas hasta una suculenta combinación de tercetos guisados, versos pareados a fuego lento, sonetos en su jugo, sazonadas décimas y versos blancos muy digestivos.
Don Alfonso prefirió, como norma, probar los placeres extensos que prodiga la gula que entregarse a los placeres intensos de la lujuria. De ello hizo una cocina -y una sobremesa- vitalista y literaria al mismo tiempo:
"... y a la segunda copa de Chablis me sentí sumido en un perfecto egoísmo del cuerpo lleno de generalidades espirituales" (de su relato La cena, de 1912).
De una discreta lectura de sus versos, descubro que el buen comer y beber formaron carácter en la obra del maestro Reyes. El impulso goloso que delatan sus rasgos fisionómicos (era de baja estatura, gordito, carirredondo, calvo y de ojos sonrientes) se enalteció noblemente, por vía de la poética, en una suerte de exquisitismo artístico. Recuérdese, si no, el deleite literario que representa su "Minuta", compuesta por treinta y nueve divertimentos literarios que recorren el arte de la cocina y de la degustación alrededor de una mesa bien servida y en la que comparte inefables sabores con otros poetas de su predilección al calor de una charla metafórica de comensales de nuestra modernidad. Extraigo de esta jugosa creación de la marca Reyes y asociados algunos versos que se comportan como si fuesen manjares para el lector:
MINUTA
Juego poético
Pero cenemos Inés
si te parece primero
BALTASAR DE ALCÁZAR
EPÍGRAFE
Entre las opacas sombras
y opacidades espesas
que el soto formaba de olmos
y la noche de tinieblas
se ocultaba una cuadrada
limpia y olorosa mesa
a lo italiano curiosa
a lo español opulenta
JUAN RUIZ DE ALARCÓN
APERITIVO
Colaboración exquisita
de la señora y del señor
funde el hielo de la visita
el copetín del buen humor
BODEGÓN
(Décima primera)
"Aquí tengo destas costas
por cuantas desiertas playas
descubren las atalayas
con sus fuegos y sus postas
las centollas y langostas
sabogas ostias tortugas
verderoles y lampugas
que comerás con toronjas
apretando como a esponjas
sus mal formadas verrugas"
LOPE DE VEGA
El peregrino en su patria
SOPA
...Entre los pucheros anda el Señor...
SANTA TERESA
En buen romance casero
de verdura y de calor
con los brazos remangados
me siento a la mesa yo
Tierra terrena terruño
del fondo del corazón
Bien haya el caldo y bien haya
la madre que lo parió
PLATITO DE ALMENDRAS
(Décima segunda)
Al huésped que se concentra
siempre tu piedad le acuda
oh cápsula diminuta
de plata para la almendra
Como se rompe la hembra
o abre la reja el terrón
entra el diente de rondón
hasta la pulpa cautiva
la sal llama la saliva
y ésta la conversación
VINO BLANCO
Piensan que la rubia es menos mujer
que beber del blanco es menos beber
Para error tan craso
burla y punto omiso
Mas oh vino blanco salta del vaso
Lo mejor que puedes hacer
Es derramarte en el jugo del guiso
AVES
... algún palomino de añadidura los domingos...
CERVANTES
(...) Y negra pierna o cándida pechuga
el vino empapa lo que el pan enjuga
LEGUMBRES
Dice aquel -Si el amor tiene espinas
eso es ley de las flores más finas
-Mas por qué la amistad -dice ésta-
si es tan solo legumbre modesta
ENSALADA
Lechuga tomate escarola
cebolla honesta y ajo vil
de generoso aceite un ola
y náufragos de perejil
Rábano de alcanfor y almagre
y pimiento de bermellón
y al desorbitado vinagre
preferid el cuerdo limón
QUESO
... muchos quesuelos friscos
que dan de las espuelas a los vinos bien tintos
ARCIPESTRE DE HITA
A la ida y a la vuelta
ciudadano campesino
tienes la moral tan suelta
que no pierdes el camino
Síntesis de polo a polo
vulgaridad refinada
-Yo siempre con mermelada
-Y yo con vino
-Y yo solo
BOMBONERA
Gloria y punzada minúscula
en cualquier tiempo que sea
cuando el electrón de azúcar
el hígado bombardea
CAFÉ
(Décima tercera)
Cuentan que con filtro igual
y con idéntico tueste
y untando porque más cueste
el butiro candeal
lo que uno acierta mal
otro a derechas lo acierta
y que si a unos despierta
a otros rinde el café-
guerrero árabe que
corre su pólvora incierta
TABACO
(traducción de Stéphane Mallarmé)
Toda el alma resumida
cuando lenta la consumo
entre cada rueda de humo
en otra rueda abolida
El cigarro dice luego
por poco que arda a conciencia
La ceniza es decadencia
del claro beso de fuego
Tal el coro de leyendas
hasta tu labio aletea
Si has de empezar suelta en prendas
lo vil por real que sea
Lo muy preciso tritura
tu vaga literatura
¡Pero qué sobremesa, don Alfonso! Anfitrión y huésped de si mismo. Reyes no escribía precisamente para gustar a los demás, sino para que lo degustasen bajo sagrada comunión: éste es mi cuerpo y ésta es mi sangre, comed y bebed todos... O al cliente lo que pida.
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