viernes, 23 de agosto de 2019
Paul Auster: perderse en el anonimato
Alejandro Rozado
Desde su Trilogía de Nueva York (1987) hasta Mr. Vértigo (1994), pasando por El Palacio de la Luna (1989) y Leviatán (1992), se distingue ya una pauta narrativa en la obra del novelista Paul Auster que revela aquella falsa estética aspiracional de Occidente: "extraviarse en el anonimato". Un deseo recóndito y autocomplaciente de mandar el mundo a volar y descoserse. Surgido en la era Reagan, este anhelo se hizo tendencia entre los intelectuales y artistas de la izquierda liberal ante la pérdida de perspectiva frente al neoliberalismo. El escritor y también cineasta neoyorkino plasmó en relatos exitosos este sentimiento que lo llenó de elogios en los 80's y 90's, hasta que el recurso se agotó. Veamos:
- Quinn, un escritor de novela policíaca, es contratado como detective privado en un extraño caso que lo conduce, al final de sus averiguaciones, a ocultarse indefinidamente en un callejón hasta perder el sentido completo de su investigación y de su propia vida.
- El estudiante Marco Fogg, tras perder a su tío -única figura paterna que tuvo- cae progresivamente en la indigencia callejera y, luego de recuperarse y trabajar con un paralítico millonario, decide emprender un viaje absurdo al lejano Oeste en busca de la identidad de su padre, a quien encuentra y pierde también absurdamente.
- Un encantador escritor, Ben Sachs, disidente de la guerra de Vietnam, sufre un accidente espectacular del cual sale ileso, pero le provoca un giro a su vida sellado por la errancia absoluta cometiendo actos terroristas anodinos.
- Walt, un niño huérfano, aprende a levitar gracias a un mentor que tiene una granja descuidada en las praderas de Kansas City, hasta que el chico pierde el don y realiza un periplo sin pies ni cabeza que lo hace recorrer la historia americana de entre guerras...
Qué fascinación tan protagónica: deshacer la identidad propia, precipitar las historias deshilvanando personajes -antes pletóricos de modernidad- como un estambre a punto de rodar cuesta abajo. Cada protagonista tiene ya su guión preconcebido, la pendiente trazada para desenrollarse sin freno hasta confundirse en la intrascendencia de lo mundano. Un Auster incontinente.
Me dicen que su última novela de ¡mil páginas!, titulada: 4 3 2 1, sí vale la pena. Pero con el simple título adivinamos hacia dónde se dirige una vez más... Ya no me la aviento.
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