- "El disparo", en Los relatos de Belkin, de Alexander S. Pushkin, Salvat editores, Navarra, 1983.
Alexander Pushkin narró en 1832 esta pequeña épica rusa. La semejanza con los westerns norteamericanos no parece casual.
Un gran tirador entre los húsares convive entre los oficiales de su regimiento como indiscutido macho alfa. Silvio -que así se llama a pesar de ser ruso- ostenta su liderazgo con aventuras extravagantes y fanfarronadas aplaudidas por sus iguales, hasta que un joven conde -cordial, encantador y desenfadado- se incorpora a filas y le va restando a aquél su prestigio entre la oficialía y las mujeres. Naturalmente celoso, el macho alfa realiza una serie de provocaciones contra el recién ingresado hasta que éste se ve obligado a retarlo a un duelo de pistolas.
A la mañana siguiente, ambos contrincantes asisten puntuales a la cita con su destino. Llama la atención a Silvio que el joven conde llegue degustando un puño de cerezas recogidas por el camino del bosque cercano. Echan a la suerte quién tirará primero: gana el noble, pero falla su puntería: la bala sólo perfora el gorro de Silvio. Toca el turno al oficial provocador: sabe que tiene la vida del otro en sus manos y se regodea en su inmediato poder. Sin embargo, el gallardo noble exhibe una actitud desconcertante ante su muerte más que segura. Silvio narra:
"Llegaba mi vez. Lo miré ávidamente, tratando de captar siquiera una sombra de inquietud. Estaba a merced de mi pistola, eligiendo las cerezas maduras y escupiendo los huesos que llegaban hasta mí... Una idea malvada pasó por mi mente. Bajé la pistola.
-Parece que no se ha hecho el ánimo de encontrarse con la muerte -le dije-, no quiero interrumpir su desayuno.
-No me molesta en lo absoluto -replicó él-. Puede disparar si gusta, aunque puede hacer lo que mejor le parezca. Le debo el disparo, siempre estaré a su disposición.
Y así quedaron. "¿Qué gano -pensó el perturbado tirador- quitándole la vida, si él no le tiene el menor aprecio?" La superioridad moral de su frívolo adversario obligó a Silvio a posponer su turno, quedando pendiente el disparo final para otra ocasión.
Pasarían varios años antes de que ambos varones se encontrasen de nuevo, ya en circunstancias muy diferentes. ¿La venganza del ego o el enaltecimiento de la virtud? ¿Quién ganará este otro duelo? El desenlace es maravilloso e imprevisto.
La diferencia de alcurnia se disuelve en esta afrenta: bajo el remolino de las pasiones masculinas se va imponiendo la necesidad de un nuevo acuerdo de igualdad cuando los seres se hallan al filo de la muerte. ¿La igualdad de la apenas vislumbrada modernidad entre dos individuos solitarios y ante su destino? ¿O acaso sea sólo una reedición de la antigua ley del honor tradicional? El dilema no es menor si recordamos que el autor, campeón indiscutible del romanticismo nacionalista ruso, cayó abatido precisamente en un duelo pocos años después de escribir este relato fundacional para una Rusia renaciente.
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