viernes, 25 de octubre de 2019

Chile: tiempo de temeridad



Alejandro Rozado 

Aquel fatídico 11 de septiembre del 73, mi roomate Juan Bozzano fue a buscarme por los pasillos de la Facultad de Ciencias. Me sacó de la clase de geometría analítica II, bajo la mirada reprobatoria del profesor, para darme la noticia del golpe militar en Chile. Corrimos a la Escuela Nacional de Economía, en cuyo auditorio comenzaba a celebrarse una asamblea del Cogobierno. El desconcierto era absoluto entre los asistentes: informaciones contradictorias llegaban a cuenta gotas a través de las agencias noticiosas. Se rumoraba que Allende aún se defendía en La Moneda, que los obreros chilenos se levantaban en armas, que el depuesto ministro de defensa –el general Prats- se había sublevado contra el traidor Pinochet. Pero más tarde se desmentía todo lo antes imaginado. Una triste angustia oprimía a la concurrencia. La mesa que conducía la reunión titubeaba, sudorosa, entre discutir las medidas oficiales a tomar (como la redacción de un desplegado para la prensa) o abrir un compás mayor de espera para confirmar noticias más detalladas provenientes del Cono Sur. Los estudiantes sentíamos un hueco en el estómago cuya aspereza nos era difícil tolerar y maldecíamos por lo bajo, mientras los oradores deliberaban. Entonces pidió la palabra Juan, que estaba sentado a mi lado.

     Se levantó de su butaca y, ante la imposibilidad práctica de acercarse al pódium pues el auditorio estaba repleto de universitarios, decidió hablar desde su lugar -sin micrófono. En ese momento comprobé que mi compañero de buhardilla no era un simple intelectual libresco sino un extraordinario orador y agitador político. Con voz vibrante y llamativo acento castizo, Juan exhortó a los asambleístas:

     -¡Compañeros! –inició su arenga-: los hechos acaecidos hoy en el hermano país chileno indican que están asesinando a la democracia; la vía pacífica al socialismo en América Latina ha sido aplastada a sangre y fuego. Ignoramos, al momento, si ha fallecido el compañero presidente Salvador Allende. Pero mientras lo averiguamos, soy de la idea de que podemos decidir, ¡aquí y ahora! –subrayó con vehemencia-, algunas acciones de cara a este acontecimiento terrible para los universitarios y las fuerzas progresistas, en vez de continuar en esta pasmosa espera sin resultados. ¡Que están matando la esperanza de millones de almas en todo el mundo, carajo! ¡Y nosotros aquí cruzados de brazos! ¡Basta de especular y actuemos de inmediato con la energía que exige este crítico momento!

     La asamblea comenzó a sacudirse a través de murmullos y micro movimientos corporales por centenas. Juan continuó gritando:

     -¡Propongo que el Cogobierno de esta Escuela de Economía convoque a una magna manifestación callejera por el centro de la ciudad en protesta por esa salvajada  fascista, exigiendo al gobierno mexicano se pronuncie en contra del golpe militar y realice con prestancia los oficios diplomáticos de derecho de asilo político para salvar el mayor número de vidas posibles, allá en Santiago!

     La propuesta cayó como un obús en el centro del auditorio. Los primeros en objetar esta medida adujeron que era insensato convocar a una marcha después de los sangrientos resultados del 10 de junio, ocurridos un par de años atrás. A lo que Juan, exaltado, respondió:

     -¡Compañeros! ¡Hoy no es tiempo de temores sino de temeridad! –y preguntó con los brazos abiertos a los asistentes-: ¿Cómo vamos a conquistar el derecho a expresarnos libremente en este país si no es ejerciéndolo a través de una práctica valiente y decidida?...

     Entonces, tendió su mano derecha al frente, señalando con el dedo índice en dirección al pódium, y dijo con voz de mando:

     -¡Pido a la mesa que se discuta y vote mi propuesta!

     Se desataron nuevas intervenciones en pro y en contra de lo planteado por Juan; después se sometió a votación. La asamblea de Economía determinó convocar a la gran manifestación universitaria que se llevaría a cabo la tarde del 13 de septiembre por primera vez en dos años de temor a una nueva matanza de estudiantes. Dos días después, un mundo de gente desfiló por la avenida Reforma hasta el Hemiciclo a Juárez. Festivos, habíamos recuperado la confianza de tomar de nuevo las calles.

     La sagacidad de Juan Bozzano -joven madrileño exiliado por Franco en 1972-lo hacía capaz de voltear cualquier reacia asamblea a su favor, a base de argumentos y llamados incendiarios perfectamente combinados. Lo vi actuar decenas de veces con la mayor gallardía y me adiestró a hacer lo mismo –aunque yo nunca fui capaz de dar la voltereta a ninguna pinche asamblea. 

     Puedo decir que el pinochetazo redirigió mi vida. Y la serie de golpes militares subsecuentes que azotaron Sudamérica me contagiaron la fiebre de actuar con mayor seriedad y lo más pronto que fuera posible. Sólo me faltaba un empujoncito…

[Fragmento de mi novela El Moscovita, en proceso de publicación.] 

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