Alejandro Rozado
Cada uno compuso su mayor poema rondando los 40 años e hicieron del endecasílabo su ritmo preeminente. José Gorostiza escribió Muerte sin fin en 1939 y Octavio Paz, Piedra de sol en 1957. Ambos poemas son grandes percepciones del tiempo: una (la de Gorostiza), más conceptual; la otra (la de Paz), más vital. Críticos de la modernidad, los dos poetas asociaron al tiempo con el agua y su inasible liquidez; pero el "instante eterno", esa disrupción poética que revienta el avance lineal del progreso, es concebido de forma diferente por cada quien.
Para Gorostiza, lo instantáneo es como un vaso de agua quieta:
que una noche impensada (...)
ocurre, nada más, madura, cae
sencillamente.
Para Paz, en cambio, es como una fuente:
un alto surtidor que el viento arquea,
El tiempo de Gorostiza es metafísico; el de Paz, histórico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe aquí tu comentario a este artículo: