Alejandro Rozado
- La mujer de la arena, Kobo Abe, Tokio, 1962.
- La mujer de las dunas (Suna no onna), de Hiroshi Teshigahara (Japón, 1964).
Un maestro solitario aficionado a los insectos raros se toma unos días de descanso para ir a cierta playa en uno más de sus afanes coleccionistas. Al terminar su primera jornada, los aldeanos le ofrecen hospedaje con una joven viuda cuya casa se encuentra hundida en un hoyanco rodeado de arena -el elemento natural dominante en la localidad. El forastero es descendido al agujero con cuerdas y poleas. Conforme convive allá abajo, el hombre se da cuenta que está secuestrado y no tiene forma de salir. En adelante, debe esmerarse -junto a la viuda- en proteger la casa de la acumulación continua de arena.
La aclamada novela de Kobo Abe (Tokio, 1924) es una parábola tortuosa acerca de la entropía universal y su palpable e inmediato efecto provocado en un par de protagonistas. La recreación de un clima inhóspito permanente en aquella extraña localidad japonesa -debido a la fuerza constante del viento, a la destructora humedad de la atmósfera y a la consuetudinaria erosión arenosa- configura el escenario propicio para este relato de pesadilla.
La arena (esa partícula de rocas fragmentadas, cuyas diminuta dimensión se presta para ser movida con facilidad por cualquier fluido) es el mudo protagonista omnipresente y metafísico de la historia. La arena -un conglomerado de partículas desprendidas entre sí, puestas a merced de las corrientes de aire y de agua en continuo movimiento- representa el desgaste irreversible de la materia, la desconfiguración general de todas las cosas -incluida la incesante fuerza corrosiva a la que se somete la propia vida humana.
Novela fatalista a cual más, émula de El Proceso kafkiano, La mujer de la arena representa sin embargo una reflexión posnuclear. Su autor pertenece, por su fecha de nacimiento (1924) a la generación de Hiroshima y Nagasaki: la primera gran experiencia mortal del polvo atómico. Una entropía a lo bestia. La fijación de Kobo Abe por las consecuencias de la Segunda Ley de la Termodinámica en este mórbido relato poco tiene que ver con la frivolidad de una moda estética "existencialista" sino con la angustiosa percepción tangible de la realidad en su proceso irremediable de pulverización:
"Desde el momento en que hay vientos y corrientes de agua sobre la tierra, resulta inevitable la formación de la arena. Mientras los vientos soplen, los ríos corran y los mares se agiten, nacerá grano por grano la arena de la tierra, y como un ser viviente, se esparcirá por doquier. La arena nunca descansa. Silenciosa pero certeramente, invade y destruye la superficie del planeta".Para Kobo Abe, entonces, la existencia es un arenal en potencia, un proceso molecularmente devastador que degrada las formas y que amenaza día y noche, con su desgaste, todo indicio vital. Polvo somos y en polvo nos convertiremos...
La ficción literaria sitúa un silencioso aunque álgido frente de batalla contra la erosión total en el barranco de un poblado abandonado por la civilización moderna, donde los aldeanos se ven obligados a secuestrar forasteros incautos para ponerlos a trabajar, cavando y haciendo obras que contrarresten la inescrupulosa acción ventisca y la consecuente invasión de los gránulos de arena en todos los intersticios de la vida. Literal: los oídos, la boca, los pliegues de la piel, los ojos mismos. Incluso el espíritu.
El nihilismo posnuclear del novelista japonés construye, sin embargo, una situación de encierro funcional para la abandonada aldea que, de manera consuetudinaria, resiste primitiva y estoicamente los embates areneros desde su empalizadas y formas de vida subterráneas. El secuestro y empleo de mano de obra no libre se ha impuesto en la medida que las nuevas generaciones de los locales ya no les interesa dedicar su vida a las labores de resistencia contra la arena, Pero la claustrofobia reciclada en las resecas páginas de la narración no es más que el formato dramático de un hecho más profundo y terrible: a saber, que uno mismo, en el fondo, no es tan libre como se auto concibe sino que se halla determinado por dinámicas que no elegimos, que nos rebasan y que nos obligan imperceptiblemente a hacer no lo deseable sino lo que toca hacer. Cuando al fin, el maestro raptado se ve en franca posibilidad de huir de su encierro, una incomprensible pulsión homeostática lo induce a renunciar a su propia libertad individual. Como si la arena misma, en su incesante labor universal, asignase tareas inapelables a los pequeños mortales, más allá de sus propósitos personales de vida.
El entusiasmo provocado por esta correosa novela entre la comunidad artística nipona hizo que dos años después de su publicación se estrenase la película La mujer de las dunas -basada en aquélla. La dirección -a cargo del vanguardista Hiroshi Teshigahara y respaldada por un guión del propio Kobo Abe- dio prodigiosas imágenes al escrito y relanzó con nuevos y más hondos significados a la obra en cuestión. Cine y literatura alcanzaron así algo inusual: ser complementarios y potenciar una sinergia estética del encierro y la aridez desconsoladora en la segunda posguerra mundial.
Aparte de la porosidad y granulación fotográfica alcanzada -a través de macro acercamientos a la piel sudorosa de los protagonistas, por ejemplo-, surgen analogías eróticas visuales entre el cuerpo desnudo y ondulado de la mujer concubina del hombre secuestrado y las dunas de arena que se asolean en el paisaje costero proyectando sombras tenues y sedosamente terribles entre cada secuencia del relato cinematográfico. Apunte especial merece la composición excepcional de la música que acompaña a la cinta como una narración paralela, gracias al trabajo sin igual del maestro Toru Takemitsu -conocido posteriormente por sus colaboraciones en películas de Akira Kurosawa y de Shohei Imamura.
Muchos artistas deambulan por la vida en busca de un cometido que sintetice su presencia histórica concreta. Otros, más claridosos, van directo a su propósito realizando una obra -o serie de obras específicas. Pienso que Kobo Abe nació para escribir La mujer en la arena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Escribe aquí tu comentario a este artículo: