Ocurrió en las llanuras asiáticas, durante el año de 1771. Lejos de nuestras tierras así como de nuestra contemporaneidad. Más de medio siglo después de la tragedia, el escritor inglés, Thomas de Quincey rescató en páginas vibrantes, tras una acuciosa investigación periodística, este dramático y olvidado episodio colectivo de la historia; conmovido, calificó a esta movilización social como el acontecimiento de mayor bravura y sacrificio de que se tenga memoria:
Ninguna migración humana es aterciopelada, pero la de los calmucos del dieciocho fue una sacrificadísima expedición nómada-militar que duró siete meses aciagos. Los rasgos románticos ineludibles de esta movilización que el estudioso inglés destaca en su crónica ("las enormes distancias recorridas, las tremendas derrotas acaecidas, las rutas ignoradas, los enemigos oscuramente conocidos y las adversidades vagamente prefiguradas") tienen que ver con el carácter arrojado, de corazón sencillo y antiguo linaje que caracterizó a tan orgulloso pueblo oriental. Un empeño histórico apenas comparable con:
El éxodo tártaro culmina con una escena de furor miltoniano: "Una hueste de locos era perseguida por una horda de demonios". Muertos de sed y agotamiento, tanto unos como otros corrían en total desorden -bajo una implacable matanza mutua- desesperados por tomar agua del Tenguiz.
Las circunstancias románticas que rodearon tal hazaña ponen de relieve su grandeza. Lo repentino del inicio y la feroz rapidez de su puesta en marcha nos anuncian el carácter bárbaro y apasionado de los líderes del movimiento.Esta es la historia: Por agudos motivos políticos, religiosos y étnicos, la nación nómada de los calmucos -cuyo archipiélago de tribus se dispersaba por las extendidas planicies al oriente del Volga- decidió desprenderse de la "protección" zarista de Catalina -la cual les cedía grandes extensiones de pastos a cambio de servicios militares para el imperio. Cansados de ser usados como carne de cañón contra los turcos y empujados por intrigas palaciegas desde Moscú, los básicos jefes tártaros indujeron a su joven Kan de aquel entonces para que persuadiese y condujese a su pueblo rumbo a la frontera china contra la voluntad y cruel resistencia del poder ruso. Y así sucedió. Se trató de un Gran Regreso, con tintes míticos, a las tierras del viejo emperador oriental -de donde habían partido cien años atrás-; pero también aquella presurosa emigración adquirió la forma de una tremenda calamidad: una huida épica a marchas forzadas contra el tiempo.
Ninguna migración humana es aterciopelada, pero la de los calmucos del dieciocho fue una sacrificadísima expedición nómada-militar que duró siete meses aciagos. Los rasgos románticos ineludibles de esta movilización que el estudioso inglés destaca en su crónica ("las enormes distancias recorridas, las tremendas derrotas acaecidas, las rutas ignoradas, los enemigos oscuramente conocidos y las adversidades vagamente prefiguradas") tienen que ver con el carácter arrojado, de corazón sencillo y antiguo linaje que caracterizó a tan orgulloso pueblo oriental. Un empeño histórico apenas comparable con:
(...) la expedición egipcia de Cambises, la Anábasis protagonizada por Ciro el Joven y la consiguiente retirada de los Diez Mil, las expediciones romanas a Partia -sobre todo las de Craso y Juliano- y la célebre retirada de Napoleón en Rusia.Es difícil imaginar desplazamiento tan gigantesco: seiscientos mil hombres, mujeres, ancianos y niños recorriendo de tres mil quinientos kilómetros de estepas, montañas, hielo y desiertos; montando a obedientes e invaluables camellos y caballos; arreando ganado vacuno, bovino y caprino; y asediados por huestes cosacas odiantes y la sistemática agresión -realmente bestial- de los bashkires a través del inhóspito Desierto de Gobi hasta las inmediaciones del mismísimo lago Tenguiz, ya en territorio chino. Por ello, De Quincey evoca líricamente el acontecimiento comparándolo con el poderoso instinto con que ocurren ciertos fenómenos naturales como las arrasadoras migraciones de los lemmings de las estepas o de las plagas de langosta en África.
El éxodo tártaro culmina con una escena de furor miltoniano: "Una hueste de locos era perseguida por una horda de demonios". Muertos de sed y agotamiento, tanto unos como otros corrían en total desorden -bajo una implacable matanza mutua- desesperados por tomar agua del Tenguiz.
Nadie se detenía. Todos por igual, mendigos o nobles, continuaban su carrera enloquecida hacia el agua... Los crueles bashkires eran víctimas de los mismos padecimientos que los pobres calmucos y padecían los mismos síntomas (...) la misma angustia frenética poseía por igual tanto al asesino como a la víctima. Aún más, en ambos bandos, muchos habían perdido la razón, a causa de la sed.El saldo final del deplorable episodio fue de cuatrocientos mil civiles tártaros muertos en ese maldito año. Sobrevivieron sólo doscientos mil.
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