Alejandro Rozado
El erudito inglés del siglo XIX, Lord Acton -un pensador burgués de cuna aristocrática- acuñó su frase más célebre afirmando:
El poder corrompe; y el poder absoluto corrompe absolutamente.
Más de cien años después, el presidente más popular del siglo XXI, el uruguayo José Mujica, declaró:
El poder no cambia a las personas, solamente revela lo que verdaderamente son.
La primera idea otorga un gran poder al poder mismo; la segunda, sólo concede al poder la capacidad de desnudar a quien lo ejerce. Parten de premisas distintas: "el hombre es corrupto" vs "el hombre es virtuoso". Hobbes o Rousseau. El poder "esclaviza" o el poder "libera"; la política es "siempre sucia y divide" o la política es "la oportunidad de unir". ¿La guerra o la paz? ¿Cuál será la verdadera? Yo diría que ambas lo han sido, según cada circunstancia concreta. Infinidad de veces se ha ejercido el poder para someter y obtener beneficios de ello; pero también ha habido ocasiones en que el poder se ha empleado para unir y beneficiar a sus representados.
En nuestro país ha dominado durante siglos la cultura patrimonialista del poder corrupto, y todo acto político lo vemos mal intencionado, que algo trama o esconde. Un abrazo entre opositores, un saludo cordial y sonriente frente a las cámaras, se acostumbra traducir en murmuraciones desconfiadas del tipo: "aquéllos ya se arreglaron".
Creo que en el México de la Cuarta Transformación está llegando la hora histórica de ir modificando esa cultura y abrirnos a la concepción de Mujica... Si ya ganamos las elecciones, ahora tal vez necesitemos ganarle al arisco, al truculento, al desconfiado que llevamos dentro.
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