sábado, 23 de febrero de 2019

Zombies: todos vamos a Busan


Alejandro Rozado

- Estación Zombie: Tren a Busan, de Yeon San-ho, Corea del Sur, 2016. [En Netflix]

Un joven e inescrupuloso directivo de cierta empresa corporativa, divorciado y con la custodia de su única hija de 8 años, se ve obligado a acompañar a su niña -con motivo del cumpleaños de ésta- en un viaje en tren rápido desde Seúl hasta la próspera ciudad de Busan -donde reside su madre. Sin embargo, el trayecto de los personajes se ve afectado por la expansión -primero paulatina y luego incontenible- del inesperado contagio masivo de algún virus letal que mata personas y reactiva muertos vivientes. A bordo del maravilloso tren, el padre y su hija se ven inmersos en una imperiosa interacción con pasajeros -igualmente desconcertados- para responder ante la emergencia que los acecha desde el interior mismo del transporte.

Se trata de la mejor película de zombies realizada hasta ahora, desde el clásico fundacional: La noche de los muertos, de George A. Romero (EU-1968). Y como en la mayoría de las demás cintas del género, la invasión creciente del peligro suscita un espectro fascinante de conductas disímbolas e inesperadas de los humanos acosados por el miedo horripilante, desde el espíritu de sacrificio mostrado por quien de menos se esperaría que lo tuviese hasta el más predecible pánico egoísta y traicionero del hombre de negocios o del esposo misógino, pasando por la entrañable simpatía de personajes secundarios de todo tipo. Sin embargo, lo notable de Tren a Busan reside en el vertiginoso ritmo con que se desarrollan las sucesivas acciones; en ellas, el relato va seleccionando una legión espontánea de personajes provenientes de microhistorias propias (eficazmente sugeridas por el hábil director San-ho) que se hermanan espontáneamente ante la nueva y nefasta adversidad. Ellos son, a saber: un grandulón protector de su frágil esposa embarazada, un chico beisbolista que sabe usar su bate -incluso contra sus propios compañeros infectados- y hasta un homeless aterrorizado que elige su momento de sacrificio en aras de la sobrevivencia del grupo. 

En suma, Tren a Busan es un railroad movie espectacular en que los protagonistas maduran a partir de sus propios recursos y habilidades, incluso cuando desfallecen -especialmente el joven padre que aprende la lección de solidaridad y empatía que su pequeña hija prodiga para con los demás pasajeros. Una aventura de horror trepidante con la participación de cientos de dobles que hicieron un esfuerzo actoral prodigioso para representar a muertos vivientes que se tuercen corporalmente y corren (ya no caminan lento) en pos de sus nuevas víctimas, Definitivamente, una concepción visual y narrativa del joven cineasta sudcoreano, quien hasta entonces se había dedicado exclusivamente a realizar largometrajes de animación.



Pero también hay en esta gran cinta una analogía histórica que relaciona el surgimiento y desarrollo del género cinematográfico de los muertos vivientes con la decadencia civilizatoria que vivimos desde 1968, precisamente. Y Tren a Busan hace explícita semejante analogía: del mismo modo que un grupo plural de pasajeros necesita rápidamente llegar a salvo a su destino (Busan), resistiendo y huyendo de una plaga de zombies de exterminio, así vivimos nuestra desconcertante época. Vamos como en un tren del escape hacia un lugar tiempo incierto -aunque pretendidamente más seguro-, perseguidos y asediados sin descanso por la infecta economía y la cultura degradada que nos destruye, superando obstáculos y problemas que también desatan pánicos y veleidades de nosotros mismos y nuestros compañeros de viaje. Todos vamos hacia cierto Busan: un futuro al que desesperadamente necesitamos acceder para salvarnos como país, como especie, como planeta. 


Nada más escalofriante que aquella turba de zombies persiguiendo a los pocos sobrevivientes que se trepan a una locomotora de relevo. Qué metáfora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario a este artículo: