Alejandro Rozado
Estado esperanzador vs Estado oxidado, bloque social democrático y popular vs bloque elitista... Bajo esta pugna histórica, los mexicanos vivimos con intensidad particular el movimiento político identificado como la 4T, el cual va venciendo la resistencia de los restauracionistas y sus corifeos a base de franqueza, firmeza política, intenso activismo presidencial, capacidad de persuación pública -y una buena dosis de inocencia también.
¿Hacia dónde nos lleva esta pugna histórica? Pregunta apasionante para quienes consideramos vivir tiempos interesantes. Como se sabe, el ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su partido Morena fue consecuencia inevitable del cambio en la correlación de fuerzas políticas ante la descomposición y caída del viejo régimen corrupto, presidencialista y de simulación democrática que promovió, mediante el más voraz capitalismo de cuates –modalidad de huarache del nefasto neoliberalismo económico-, uno de los mayores saqueos de que tenga memoria el país.
¿Hacia dónde nos lleva esta pugna histórica? Pregunta apasionante para quienes consideramos vivir tiempos interesantes. Como se sabe, el ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su partido Morena fue consecuencia inevitable del cambio en la correlación de fuerzas políticas ante la descomposición y caída del viejo régimen corrupto, presidencialista y de simulación democrática que promovió, mediante el más voraz capitalismo de cuates –modalidad de huarache del nefasto neoliberalismo económico-, uno de los mayores saqueos de que tenga memoria el país.
El proyecto del nuevo gobierno emanado de las urnas es, desde luego, el rescate de la nación en ruinas, pero bajo bases dignas: la instauración de un régimen democrático irreversible garantizado por un
Estado estoico que impulse el desarrollo económico con justicia social bajo el
respeto absoluto a las leyes; renglón central de lo anterior es la lucha contra
la corrupción para redistribuir en forma más equitativa, tanto por vías productivas como
asistenciales, la riqueza entre los pobres. Ello tiene, además, implicaciones en distintas áreas clave de
intervención pública como la educación, la salud, la infraestructura de
comunicación y transporte, la recuperación y desarrollo del sector energético y la
opción mediata de ampliar para la población las oportunidades económicas y de calidad
de vida para combatir las causas últimas de la delincuencia. El amplio respaldo popular a este programa distinto de nación (con más del 50% de los votos emitidos) es
suficiente para considerar a la 4T como el inicio
de un proceso de cambio profundo que llegará, en principio, hasta donde lo permitan las circunstancias nacionales e internacionales.
Una izquierda no socialista
Una izquierda no socialista
He escrito antes (http://archipielagodecadencia.blogspot.com/2019/07/la-cuarta-transformacion-mexicana.html) que la 4T es la oportunidad de acceder a nuestra propia modernidad. Con el fin de determinar las coordenadas de esta transformación histórica en ciernes, es preciso aquí responder a una pregunta casi obligada: ¿Es de izquierda el nuevo gobierno que encabeza este cambio de régimen? Por supuesto que la derecha retardataria se muestra horrorizada de que "AMLO nos llevará al comunismo", pero no me detendré en ese tipo de apuntes meramente viscerales afectados por un trastorno elitista de pánico social.
Sin embargo, entre ciertas personalidades de la opinión pública persiste la duda. Por ejemplo, algunos radicales, decepcionados, creen que el gobierno de la 4T no es de izquierda porque no es socialista; para ellos, cualquier acción política con tufo a capitalismo es de derechas. Y como AMLO promueve para México una sociedad capitalista sin corrupción, entonces aquéllos concluyen catastróficamente que la Cuarta Transformación Mexicana es sólo una restauración derechista del sistema, una maniobra burguesa más, cargada de demagogia populista. Como es evidente, estos compañeros confunden izquierda con socialismo; su teoría entra de inmediato en conflicto al revisar la historia nacional, pues ninguno de los líderes y movimientos transformadores de la sociedad mexicana -desde Hidalgo hasta Lázaro Cárdenas- han sido socialistas, pero sí de izquierda. A propósito del tema, cabe recordar la definición que Adolfo Gilly propone:
Sin embargo, entre ciertas personalidades de la opinión pública persiste la duda. Por ejemplo, algunos radicales, decepcionados, creen que el gobierno de la 4T no es de izquierda porque no es socialista; para ellos, cualquier acción política con tufo a capitalismo es de derechas. Y como AMLO promueve para México una sociedad capitalista sin corrupción, entonces aquéllos concluyen catastróficamente que la Cuarta Transformación Mexicana es sólo una restauración derechista del sistema, una maniobra burguesa más, cargada de demagogia populista. Como es evidente, estos compañeros confunden izquierda con socialismo; su teoría entra de inmediato en conflicto al revisar la historia nacional, pues ninguno de los líderes y movimientos transformadores de la sociedad mexicana -desde Hidalgo hasta Lázaro Cárdenas- han sido socialistas, pero sí de izquierda. A propósito del tema, cabe recordar la definición que Adolfo Gilly propone:
Por izquierda entiendo un binomio: justicia y libertad. Si esta definición es buena, quien quiera la una sin la otra, quien haya atado su vida e ideas a regímenes que niegan una u otra, cualquiera sea su creencia o su imagen de sí mismo, no se ubica en la izquierda.
Creo que Gilly da en el clavo: desde la Guerra de Independencia hasta la 4T, México posee una rica tradición de doscientos años de izquierda no socialista -con la cual AMLO se alínea- que precisamente ha buscado trabajosamente vías de acceso a la modernidad. Desde luego que también tenemos cien años ya de una tradición igualmente rica de izquierda comunista que, no por ser tan exitosa es menos importante en sus contribuciones al país.
Aún así, la dicotomía izquierda-derecha es apenas uno de los ejes de lucha en la 4T; el otro eje, no menos importante, describe la tensa polaridad que hay entre modernidad y patrimonialismo. De tal modo que podríamos inscribir las coordenadas de la 4T en un cuadrante donde se mueven las fuerzas principales de una izquierda moderna, en contraposición tanto de una derecha neoliberal promotora de un capitalismo salvaje como de una izquierda y derecha patrimonialistas y, lo que es peor, de escaso pensamiento. A diferencia de lo que opina AMLO, la contradicción política principal de hoy dista mucho de ser entre liberales y conservadores (conflicto del siglo XIX). En el siglo XXI, México será escenario de la disputa mundial entre una sociedad justa, cooperativa y ambientalista y una barbarie decadente y depredadora. Sobre tal escenario tendrá que desenvolverse -motivada por la historia- una izquierda empeñada en ser moderna: la única manera de conducir, hoy, al país hacia un bienestar digno y libre.
Una metáfora deportiva
Eso significa que hasta las formas de la lucha de clases tendrán que cambiar, pues se trata de la disputa cultural más grande jamás dada que requiere el convencimiento de hasta el último de los ciudadanos, pues está en juego la sobrevivencia de la humanidad frente a una civilización en franco declive. Aquí, la 4T ha preferido -y seguirá prefiriendo- más la competencia que el choque frontal. Más el convencimiento con argumentos superiores que la descalificación soez y dogmática del adversario. Mediante la competencia, Andrés Manuel obtuvo treinta millones de votos -y así debe seguir la izquierda que lo acompaña. La analogía deportiva quizá pueda ilustrar con claridad la diferencia de los tipos de lucha. En vez del enfrentamiento tradicional, de poder a poder, entre dos grandes colosos en un ring de boxeo, la 4T deberá elegir la pista de atletismo y la carrera de medio fondo -digamos, los 400 metros planos- como deporte político moderno. Eso significa ocupar su propio carril y dar una gran carrera, venciendo a los rivales de la derecha sin distraerse mucho en ellos -quizá sólo viéndolos con el rabillo del ojo- y llegar a la meta de la modernidad como ganador indiscutible, sorteando las zancadillas de los competidores tramposos y los tropiezos de uno mismo, así como las limitaciones propias por falta del entrenamiento o de la estrategia adecuada. Entonces, la 4T es un fenómeno histórico que -como un atleta vigoroso y bien entrenado- corre por el carril de la izquierda no socialista, y compite con técnicas y espíritu modernos contra la derecha en sus diferentes versiones cachirulas y contra cierta izquierda patrimonialista.
Aún así, la dicotomía izquierda-derecha es apenas uno de los ejes de lucha en la 4T; el otro eje, no menos importante, describe la tensa polaridad que hay entre modernidad y patrimonialismo. De tal modo que podríamos inscribir las coordenadas de la 4T en un cuadrante donde se mueven las fuerzas principales de una izquierda moderna, en contraposición tanto de una derecha neoliberal promotora de un capitalismo salvaje como de una izquierda y derecha patrimonialistas y, lo que es peor, de escaso pensamiento. A diferencia de lo que opina AMLO, la contradicción política principal de hoy dista mucho de ser entre liberales y conservadores (conflicto del siglo XIX). En el siglo XXI, México será escenario de la disputa mundial entre una sociedad justa, cooperativa y ambientalista y una barbarie decadente y depredadora. Sobre tal escenario tendrá que desenvolverse -motivada por la historia- una izquierda empeñada en ser moderna: la única manera de conducir, hoy, al país hacia un bienestar digno y libre.
Una metáfora deportiva
Eso significa que hasta las formas de la lucha de clases tendrán que cambiar, pues se trata de la disputa cultural más grande jamás dada que requiere el convencimiento de hasta el último de los ciudadanos, pues está en juego la sobrevivencia de la humanidad frente a una civilización en franco declive. Aquí, la 4T ha preferido -y seguirá prefiriendo- más la competencia que el choque frontal. Más el convencimiento con argumentos superiores que la descalificación soez y dogmática del adversario. Mediante la competencia, Andrés Manuel obtuvo treinta millones de votos -y así debe seguir la izquierda que lo acompaña. La analogía deportiva quizá pueda ilustrar con claridad la diferencia de los tipos de lucha. En vez del enfrentamiento tradicional, de poder a poder, entre dos grandes colosos en un ring de boxeo, la 4T deberá elegir la pista de atletismo y la carrera de medio fondo -digamos, los 400 metros planos- como deporte político moderno. Eso significa ocupar su propio carril y dar una gran carrera, venciendo a los rivales de la derecha sin distraerse mucho en ellos -quizá sólo viéndolos con el rabillo del ojo- y llegar a la meta de la modernidad como ganador indiscutible, sorteando las zancadillas de los competidores tramposos y los tropiezos de uno mismo, así como las limitaciones propias por falta del entrenamiento o de la estrategia adecuada. Entonces, la 4T es un fenómeno histórico que -como un atleta vigoroso y bien entrenado- corre por el carril de la izquierda no socialista, y compite con técnicas y espíritu modernos contra la derecha en sus diferentes versiones cachirulas y contra cierta izquierda patrimonialista.
Revolución, revuelta, rebelión o reforma
De
ahí la importancia de la 4T bajo los nuevos tiempos que corren. Con la complejidad que adquirió en
Estado moderno capitalista, sobrevino en el mundo aquello que se llamó el ocaso
de las revoluciones; a partir de 1968, el cambio radical ya no llegaría como un
momento cataclísmico, sino como una sucesión interminable de sorpresas,
caminando de manera zigzagueante hacia una sociedad más decente. Eso es la 4T: un acontecimiento inédito que ha ido
cobrando forma con el paso de las años -para el asombro de muchos- desde los
difíciles años de la oposición hasta su contundente hegemonía política. Antes, en tiempos que concebíamos como revolucionarios, no había medias tintas: o eras comunista o no lo eras y nos imponíamos como tarea inexorable "tomar al cielo por asalto"; hoy, en cambio, no hay necesidad de grandes acciones heroicas para participar en el proceso de transformación social. Acciones pequeñas, como ir a votar o defender tu humilde opinión, multiplicadas por millones de personas, pueden transformar el mundo.
Independientemente de la retórica sobre una “revolución de las conciencias”, en estricto sentido la 4T no es una revolución propiamente dicha, en el sentido filosófico de la palabra; es decir, no es "hija de filosofía radical" alguna (como lo fueron la francesa –heredera de la Ilustración- o la rusa –consumación histórica del marxismo), ni está dirigida por un puñado de poseedores de la verdad histórica (jacobinos, bolcheviques, etc.); tampoco, finalmente, pretende asaltar el aparato del Estado y destruirlo mediante el terror o la dictadura del proletariado -ni siquiera inaugurar un orden económico socialista en México. Ya no es tiempo de revoluciones. Éstas fueron la respuesta a un tipo de dominación estatal básicamente coercitiva que ya no es preponderante -de ello se ha estudiado ya mucho.
Tampoco la 4T es una revuelta de los pueblos, en el sentido en que Octavio Paz dio al término: es decir, un regreso social instintivo y nostálgico a los orígenes fundacionales de la nación -como fue el caso del zapatismo. El EZLN, expresión viva de la revuelta de los pueblos en la actual posmodernidad mexicana, no participa de la 4T, precisamente porque no se identifica con el perfil moderno de ésta.
AMLO, ¿caudillo?
La 4T tampoco es una mera rebelión que sólo pretenda eliminar los
abusos -sin cambiar los usos-, ni es liderada por un alzado rebelde o caudillo regional de enorme carisma. Que el Presidente López
Obrador sea carismático no lo convierte necesariamente en caudillo -como lo
quiere ver Krauze. Una reciente intervención decrépita
del no menos decrépito Mario Vargas Llosa recicla el espantajo neoliberal del
"populismo". El Nobel de Literatura sostiene que el pueblo de México
está embelesado con AMLO, pero que "la era de los caudillos debe
terminar" tarde o temprano. Bien. Lo que debe terminar es esa dizque
teoría de los "caudillos populistas" cada vez que surgen liderazgos
sociales alternativos a las políticas que privilegian a los núcleos financieros
más poderosos del planeta. A intelectuales como Vargas Llosa y Krauze les falta, ni más
ni menos, que el "toque de ubicación histórica" en sus análisis. Así,
por ejemplo, el caudillismo fue un fenómeno
de rebeldes latinoamericanos del siglo XIX, en tiempos en que los diversos
Estados incipientes carecían del control total del territorio y de una red de instituciones
democráticas sólidas. Nada que ver con el presente. De igual modo, el populismo fue un fenómeno político del
siglo XX -con Estados más desarrollados- que rompió los viejos esquemas de las
democracias oligárquicas y dio paso a estructuras políticas que respondiesen a
la emergencia de la sociedad de masas (Cárdenas, Perón, Getulio Vargas). En México,
todo eso ya sucedió. Cierto: AMLO es carismático, mas ello no lo convierte automáticamente en caudillo, pues no vivimos una época de caudillos -así de sencillo: la circunstancia condiciona al fenómeno. Es decir, si la personalidad de Andrés Manuel hubiese existido en el siglo XIX, hubiese sido -no tengo duda- un caudillo típico. Pero al vivir en el México actual, eso es imposible, por mucho arrastre social que aquél tenga. La circunstancia moderna de México hace que AMLO sea un hombre de instituciones y apegado a la ley. Y su enorme carisma sólo ayuda a que la sociedad transite más rápido -pues urge- hacia un verdadero Estado de derecho. AMLO, ¿caudillo?
Hoy se está superando la crisis del modelo autoritario de democracia simulada que todavía defienden, inútilmente, los Krauze y los Vagas Llosa. El Estado que se fue carcomiendo durante los años neoliberales fue una mixtura particular de patrimonialismo y voracidad financiera que promovió, mediante el privilegio y la violación de la ley, la entrega a particulares de los recursos de la nación, arrojó a la miseria y la desprotección a la población más vulnerable y toleró y protegió el gran negocio del crimen organizado. Es la crisis de un Estado a todas luces canalla que está siendo sustituido por un verdadero Estado de derecho. Es decir, un Estado moderno.
Un Aggiornamento para México
Por
eso, desde sus primeras medidas, López Obrador ha pegado “duro y a la cabeza” a
la figura principal del patrimonialismo político mexicano: el presidencialismo.
La cancelación de las onerosas pensiones presidenciales; la disolución del
cuerpo de élite:el Estado Mayor Presidencial (EMP) y su reintegración al
ejército; la conversión de la lujosa y hermética residencia oficial de Los
Pinos en un gran centro cultural abierto al público; la venta del avión
presidencial y la flotilla de aeronaves al servicio del poder ejecutivo; la
reducción drástica del sueldo del presidente y de los demás altos funcionarios,
la reforma constitucional para poder juzgar a quien ocupe la silla presidencial
por el delito de corrupción y la iniciativa para la revocación del mandato si
la ciudadanía así lo decidiese son algunas de las decisiones que modernizarán
al régimen político desde el Poder Ejecutivo. Ello ha provocado ya una reacción en cadena: el
cierre de los flujos de subsidio ilegítimo a otras estructuras como los medios
de comunicación chayoteros y la eliminación del intermediarismo de los
programas sociales y agrícolas, los contratos leoninos en Pemex y CFE, la
disolución de la descompuesta y delincuencial Policía Federal, etc. Así, AMLO está
desmontando los baluartes del viejo régimen. La batalla de los siguientes
30 años ha comenzado y será ganada por las fuerzas modernas frente a las
tradicionales o patrimonialistas. Al extirpar de su vida la corrupción, México
será una potencia a la cual le tendrán más respeto y consideración los demás
países por la calidad que tendrán sus ciudadanos.
Entonces: ni revolución, ni
revuelta, ni rebelión. Y aunque a menudo se manifiesten y confundan algunos
rasgos de estas tres formas conocidas de cambio social, la 4T es otra cosa: una puntualización de la democracia moderna que tantas décadas hemos tardado en conquistar. Asistimos a
una gran reforma histórica en todas
las áreas de la vida nacional que buscará su definitivo Aggiornamento (puesta al día) en el siglo XXI. En efecto: la 4T es
un reformismo pacífico, altamente
participativo, legal y socialmente justo. En ello estriba el carácter
inédito de la 4T.
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