lunes, 13 de mayo de 2024

Cada momento tiene su guadaña: la "poesía fúnebre" de Edward Young

 



Alejandro Rozado


-Pensamientos nocturnos (Night Thoughts), de Edward Young, Londres, 1743 [versión en español de Juan Viana Razola, Madrid, 1828].


De los llamados “poetas fúnebres” (graveyard poets) ingleses del siglo XVIII, el más leído por los románticos europeos fue, sin duda, el ministro anglicano Edward Young, quien entre 1742 y 1745 compuso diez mil versos blancos para su obra mayor: la elegía “Pensamientos nocturnos” (“Night Thoughts”), motivada por la muerte de su hija, luego su mejor amigo, finalmente de su esposa. Tales golpes cimbraron la vida oportunista y lisonjera que el abate había exhibido durante su carrera pública en busca de fallidos mecenazgos.

Este largo poema –ilustrado en una de sus ediciones de 1797 por William Blake- contiene poderosas imágenes que abisman su lectura. Night Thoughts versa mortuoriamente sobre el tiempo desperdiciado del hombre: una vida rentada que anuncia su fin a cada instante:


Cada momento tiene su guadaña.

Envidioso del tiempo, enfurecido

escita cuya espada inexorable

imperios corta al borde de sus filos:

cada momento su asegar emplea

en el estrecho campo, en el recinto

del doméstico hogar, y de las dichas

que ofrecen al espíritu tranquilo

las sublunares bienaventuranzas

… ¡Las sublunares bienaventuranzas!...

¡Soberbias voces, términos vacíos! …


(NOCHE I, CANTO II)


La crítica esnob –como la de Cristopher Domínguez Michael- reduce el vigoroso poema de Young a un “Eclesiastés para anglicanos”. ¿De verdad?, ¿un mero pasaje de consolación divina respecto a la vanidad de la existencia?... Habría que sumergirse en el poema mismo –y no leerlo por encimita- para evitar comparaciones superficiales y constatar que el lirismo descorazonado de Young proviene de un genuino dolor por lo funesto y sin propósito ejemplar alguno. Aquí estamos lejos de Rousseau -y de Salomón.


… Pero el reloj… La una… ¡Desdichados!

¡Y que el tiempo veloz no conocemos,

ni se nos da de su existencia misma

otra señal que el hecho de perderlo! ...

¡Oh, cuánto que hacer resta! Aquí mi miedo,

y mi esperanza aquí, se alarman juntos,

y de la vida sobre el borde estrecho

miro abajo… y ¿qué miro?... ¡Me confundo!

 

(NOCHE I, CANTO I)

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