viernes, 2 de noviembre de 2012

Borges metafísico


Alejandro Rozado

Uno de los primeros libros que leí fue Las mil y una noches
en la versión inglesa de Lang. Después he leído otras traducciones (...)
pero he tenido la impresión de que todas son traducciones de la de Lang,
simplemente porque ésta fue la primera que leí;
de modo que para mí la versión árabe tiene que ser una traducción
más o menos buena de la versión inglesa de Lang.

JORGE LUIS BORGES


Si es cierto lo que escribió Octavio Paz sobre Jorge Luis Borges, en el sentido de que en su obra están ausentes tanto la historia como el amor y la mujer (tres elementos clave de la literatura romántica), habría que releer al políglota argentino a la luz de esa bengala que disparó en su momento el poeta mexicano y percibir desde otra perspectiva los elegantes relatos y poemas borgesianos. A esa tarea me dediqué en forma no muy exhaustiva, pero suficiente para atreverme a escribir el siguiente apunte. 

La literatura de Borges es, desde luego, una gran fantasía subsidiada por la imaginación universal que nos dio Occidente. De algún modo, su deslumbrante obra es, al mismo tiempo, una fastuosa alabanza de la visión infinita de universo que inauguró nuestra modernidad. Pero hay que añadir también que dicha celebración adquirió la forma disociada de mundos paralelos, de los cuales uno de ellos (preferentemente el ideal) es o termina siendo la hipóstasis del otro. Es decir: un Borges infinitista, pero también idealista y -más aún- metafísico.

La declaración del bonaerense que figura como epígrafe del presente artículo es algo más que un chispazo de inteligencia y humor; es una confesión circunstancial de su concepción (poética) del mundo. Para Borges, la realidad inmediata de las percepciones, las ilusiones, y la detallada configuración de los numerosos hechos que eslabonan la historia, se presenta hipostasiada en otra realidad -trascendente o inmanente- superior, igual a sí misma, que gobierna absolutamente, hasta en el menor de los detalles, las vicisitudes particulares de los hombres y la naturaleza. Dicha hipóstasis no consiste en una mera esencia intemporal cuyo relato (religioso o científico) establecería su origen cronológico en el tiempo cero del universo o de la historia, sino en una Verdad oculta y descubierta por la curiosidad imaginativa del propio Borges.

Así, del mismo modo en que la versión inglesa -leída por él- de Las mil y una noches podría ser el origen metafísico de las demás versiones -incluyendo la primera-, la reescritura idéntica del Quijote laboriosamente construida por un letrista podría ser aquella que, en retrospectiva, derivase en la novela de Cervantes. Se trata de una naturaleza borgesiana del mundo cuyos arcanos sólo son accesibles a través de discretísimas señales o herméticos oráculos. 

Repasemos algunos relatos de Ficciones, El Aleph y El hacedor para ilustrar este meta-procedimiento del autor. Por ejemplo, en "Tlön, Uqbar, Orbis Tertius", Borges "documenta" que a principios del gran siglo de la modernidad (obviamente, el XVII) un núcleo de sabios comenzaron a crear un mundo alternativo a partir de la elaboración detallada de una enciclopedia que comprobaría sus tesis idealistas; así comienza la invención de Tlön. Desde luego que a semejante sociedad secreta de filósofos no podía dejar de pertenecer el obispo Berkeley... Así, y a contracorriente del empirismo de Hume, la Idea de Tlön procedió a invertir los términos ("Las naciones de este planeta -escribe Borges- son congénitamente idealistas") y a llevarlos hasta sus últimas consecuencias ("Este monismo o idealismo total invalida la ciencia"), al grado de que la realidad del mundo humano se verá, a la larga, desplazada por el avance inexorable de Tlön -pues "siglos y siglos de idealismo no han dejado [ni dejarán] de influir en la realidad"...

En "El acercamiento a Almotásim" -ficción borgesiana relatada bajo el formato de una elegante reseña literaria-, este personaje árabe al cual no se le conoce más que por sus efectos en los demás, es concebido como una fuente de virtud que se propaga sutilmente a través del encadenamiento de encuentros, fortuitos o no, hasta convertirse en una insinuación disipada de su presencia a través del leve gesto involuntario de un malhechor cualquiera.

También bajo el género de una nota literaria ("Pierre Menard, autor del Quijote"), Borges despliega una de sus más geniales ocurrencias: reseñar la gran otredad de El Quijote. No la mundialmente conocida obra de Cervantes sino una versión esforzadamente idéntica, a cargo de un meticuloso y erudito escritor francés: Pierre Menard. Borges y el pasatiempo de construir soberbiamente otredades, algo banales pero siempre reificadas respecto de la realidad -jamás, por cierto, el otro infierno que ha desgarrado a la historia. Más que historicistas, las ideaciones borgesianas son onanistas.

Probablemente exista una condición fundamental que le impida al argentino bañarse en las aguas historicistas del tiempo humano, a pesar de su indudable erudición sobre el pasado: dicha condición es su "congénito" -como él diría- idealismo literario.

En "Borges y yo", el autor se disocia y en una breve narración perfecta expone la cualidad invasiva del uno sobre su otro: aquel Borges -el hombre de letras- va devorando poco a poco la existencia del Borges cotidiano que se deja vivir para que el primero trame su literatura. El ideador domina sobre el ser mundano. Y en "El hacedor", Borges es una mera manifestación o prolongación de Homero: el poeta que paulatinamente pierde la vista. Y del mismo modo en que "todos los hombres que repiten una línea de Shakespeare, son William Shakespeare", cada grado de ceguera que experimenta el creador de El Aleph lo va convirtiendo en el poeta griego. 

En "Las ruinas circulares", un mago se propone "crear" con sus sueños una encarnación. Del mismo modo en que dios creó al hombre, Borges inventa -y hace que sus personajes inventen- realidades materiales con todo el "poder" que le es dado detentar a un demiurgo. La Idea todopoderosa, aunque también trabajosa, está en Menard y en Almotásim, lo mismo que en la cultura de Uqbar. ¿Y qué decir de Homero en el preciso título de "El hacedor"? De la idea a la materia hay de por medio un laborioso y detallado quehacer. Así parece distinguirse la poética borgesiana: como una metafísica idealista pormenorizada.

"La lotería en Babilonia" y "La biblioteca de Babel" son variaciones de un mismo tema onanista: la construcción de realidades alternativas a partir de premisas arbitrarias -e ideales- como en todo sistema matemático. La especulación de mundos a partir de axiomas de vida. Por ejemplo, La Compañía de Babilonia, encargada de absolutamente todos los aspectos de la lotería -infundida, cual antigua hegemonía entre los habitantes-, adquiere un "funcionamiento silencioso, comparable al de Dios". 

Mientras la visión apolínea de la cultura clásica se asentó históricamente en la certidumbre de la presencia configurada en formas geométricas y magnitudes positivas y medibles, Borges juega con otros puntos de partida: "He concocido lo que ignoran los griegos: la incertidumbre". La lotería babilónica como la forma de organización representativa de otra concepción del mundo, a partir de la Idea inicial del azar, que luego se despliega hasta hacer de Babilonia una realidad totalizada por la suerte: "otra" congruencia. Y el narrador de "La biblioteca de Babel" reincide en el método de exposición literaria de Borges: "quiero rememorar algunos axiomas"...

En "Funes, el memorioso", Borges construye la semblanza de un personaje, el joven Funes, que encarna esa "perplejidad metafísica" que el autor busca: un supercerebro que recuerda la totalidad: no sólo todo lo vivido desde un único punto de vista, sino todo lo posiblemente vivido desde otros ángulos. La memoria holística de una mente que, al recrear el mundo con sus recuerdos, se aproxima, de nuevo, al ideal del gran demiurgo.

Y finalmente, en "El Aleph" -como es sabido-, el narrador argentino propone la localización de un punto que contiene a todos los puntos del universo. Un lugar concentrado de la exstencia desde el cual la experiencia humana puede enloquecer de semejante absoluto.

Curiosamente, este universalismo borgesiano es definitivamente fáustico-occidental, pues comparte con la mayoría de las mentes mayores de nuestra cultura la fascinación y el vértigo por lo asintótico: aquello que sin límites se aproxima al tiempo eterno y al espacio infinito sin tocarlo jamás. De ahí su cercanía con la matemática; pero sólo con cierta matemática: la moderna, el cálculo infinitesimal, una de las grandes creaciones de la mente occidental. En un sentido amplio, existe una relación de continuidad entre Dante, Leibnitz, Borges y Bill Gates...

El internet hubiese fascinado y, al mismo tiempo, deprimido a Borges, pues el nuevo cosmos cibernético sustituye ahora a la biblioteca de Babel, el cerebro de Funes o el punto absoluto del Aleph. Lo que uno quiera saber sobre el mundo es posible obtener con sólo teclear en un buscador. La red o Matrix son la nueva divinidad absoluta. Borges percibiría dolorosamente en el mundo-Facebook el aliento fétido de Mark Zuckerberg induciendo hasta la más leve gesticulación de un alegre e inocente usuario que, autómata, hace click en "Me gusta"...

Mientras que en su narrativa Borges es un sujeto verdaderamente cognoscente, separado de su objeto por su propia erudición, en sus versos el interrogador se vuelve de continuo interrogado:

Si para todo hay término y hay tasa
y última vez y nunca más y olvido
¿quién nos dirá de quién, en esta casa,
sin saberlo, nos hemos despedido?

Al repasar los poemas que aparecen en su conocida Nueva antología personal (1968), puedo apreciar un cambio de sensibilidad respecto de sus relatos aquí enumerados. La poesía de Borges es un profundo y preocupado interrogatorio acerca del paso inexorable del tiempo y de la muerte misma; aquí, el autor se transforma o, mejor dicho, se disuelve en el poema mismo. El idealismo metafísico, que frecuentemente deleita su prosa de ficción, tiende a diluirse en sus versos (sin desaparecer del todo), arrasado por el implacable curso de un mundo precipitado a través del cono de un reloj de arena.

No se detiene nunca la caída.
Yo me desangro, no el cristal. El rito
de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida. (...)

Todo lo arrastra y pierde este incansable
hilo sutil de arena numerosa.
No he de salvarme yo, fortuita cosa
de tiempo, que es materia deleznable.

El yo, el hombre real, ¿materia deleznable? Bueno, Borges al fin idealista... De cualquier manera, ante su distinguido rechazo a la vida (la historia, la mujer, el amor), la narrativa borgesiana edifica entretenidos sistemas infinitesimales, fríos y de extraña rareza, que responden a la convocatoria de un ser ideal e inmutable; mientras que en su poesía -ontológicamente más sensata-, el argentino no puede sustraerse de la realidad pavorosa de saberse pequeño y mortal; penetra, así, con la mirada, los recuerdos y la palabra misma, el insondable misterio de no obtener respuestas.

¿Cuál será el Borges real y cuál el Borges reificado? ¿El poeta? ¿El narrador?


Puerto Vallarta, Jal., octubre de 2012.