lunes, 12 de agosto de 2013

La batalla de Iztapalapa (sueño no.3)

 
 
Alejandro Rozado
 
Fui uno de los que murieron en la batalla de Iztapalapa. Lo recuerdo bien, aunque los registros históricos sean aún vagos; no fue una batalla memorable, no cayó acribillado ningún general de renombre y, además, perdimos contra el enemigo. Nunca he podido precisar la fecha exacta del combate, pero sí sé que aconteció a mediados del siglo XIX. Como toda batalla idónea para sucumbir en ella, la nuestra inició también al romper el alba. Era un día húmedo de verano. En aquel entonces, yo todavía cumplía como soldado raso de infantería, y llevaba ya una agotadora campaña militar contra el ejército invasor; además, el batallón al que pertenecía estaba muy maltrecho por el cólera.
 
Acampados en un terreno cubierto por lodo al pie de la gran colina de Iztapalapa, por donde siglo y medio después correría un eje vial de ocho carriles, nos despertó la intensa agitación de los oficiales que gritaban llamándonos a formación. Los enemigos estaban al otro lado de la loma, a escasos dos mil metros de nuestro campamento. Era todavía de noche, pero atrás de la cima, en dirección oriente, justo por donde se ubicaba el bastión enemigo, resplandecía el rojo del cielo magnífico. El sordo murmullo de los nuestros se extendía rápidamente sobre los espíritus de combate y se sobreponía al dolor de huesos... Ésta es la guerra. El relincho de caballos nerviosos, el roce del cuero de las mochilas acomodándose en las espaldas, el golpeteo vacío de las cantimploras, las órdenes estridentes de los oficiales, los fusiles cargados, la bayoneta calada, el sonido silbante de las espadas de la caballería al desenfundarse, las siluetas a contraluz de nuestros pobrísimos estandartes... Marcharemos cerrando filas al ritmo pausado de nuestros tambores de guerra y resistiendo el fuego encarnizado de la artillería extranjera; después haremos una carga directa a paso veloz y pelearemos ferozmente, cuerpo a cuerpo... Se aproxima la hora. Ajusto mi uniforme y mi ánimo. Sé que moriré tras esa colina. Pero extrañamente no percibo mi miedo. Más bien estoy excitado por el amanecer: en esa dirección solar es por donde me encontraré brutalmente con mi muerte.
 
 
[Texto escrito en 1994]