Componer un poema es, en cambio, un salto al vacío: el instante eterno. Uno sólo espera la señal para lanzarse con la gracia de un clavadista. No se necesita un baño posterior, pues al fin del poema -de la caída- hay un rompiente chapuzón en aguas profundas.
¿Y el ensayo? Escribir un ensayo es como salir a la calle del barrio y echarte con los cuates una cascarita de fútbol: jugueteando con espíritu abierto y sin urgencia de tener la razón. Después, unas chelas bien frías.
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