sábado, 30 de marzo de 2019

Sombrero de tres picos


Alejandro Rozado

- El sombrero de tres picos, Pedro Antonio de Alarcón, 1874.

Un molinero, el Tío Lucas, y su guapa esposa viven felices a las afueras de una ciudad andaluza en tiempos de Carlos IV; en la santa paz que proveen los años previos a la invasión francesa, la pareja trabaja afanosamente la harina por las mañanas, y por las tardes ambos son estupendos anfitriones de altos funcionarios del clero y el ayuntamiento que se reúnen en la soleada terraza campirana de aquéllos con cualquier pretexto para admirar las gracias de la "señá Fresquita" -quien es además muy salerosa. 

Esta novela realista de Pedro Antonio de Alarcón relata los sinsabores del corregidor del lugar obsesionado con la esposa del buen molinero. Ataviado con un traje anticuado en plena época napoleónica que lo retrata de cuerpo entero -una capa morada y un sombrero tricornio negro que le queda grande-, el torvo funcionario asemeja un buitre con bastón de mando que, abusando de sus atribuciones políticas, conspira apoyado por su propio alguacil contra el honrado marido para poseer a su mujer. Pero el agraviado Tío Lucas resultó, a decir del narrador: 
(...) un hombre como el de Shakespeare, de pocos e indivisibles sentimientos; incapaz de dudas; que creía o moría, que amaba o mataba; que no admitía gradación ni tránsito entre la suprema felicidad y el exterminio de su dicha. Era, en fin, un Otelo con alpargatas y montera, en el primer acto de una tragedia posible... 

De modo que nuestro impulsivo molinero, sin mediar por su cabeza aturdida las mínimas averiguaciones necesarias, decide vengarse de su mujer y del funcionariete... metiéndose con la esposa de este último. ¡Anda, pues tampoco la corregidora estaba de mal ver! La confrontación cara a cara de los cuatro cornudos resultará chispeante y edificadora.


El delicioso enredo sabe a los taninos de un Lope, aunque relanzado posteriormente a la modernidad gracias al vanguardismo musical de Manuel de Falla, quien compondría un ballet en 1919 que haría inolvidable a la novela. La prosa es tan exquisita y colorida como los racimos de uva que Fresquita le ofrece, coqueta, al buitre en uno de los momentos más graciosos de la narración. 

La solución de El sombrero de tres picos es redondamente teatral. Muy recomendable lectura para un domingo cualquiera que se anuncie aburrido. 

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