Alejandro Rozado
- Camino del tabaco (Tobacco Road), Erskine Caldwell, 1932.
Erskine Caldwell, narrador identificado comúnmente con la llamada generación perdida norteamericana, tenía 29 años cuando publicó esta crudelista novela surgida de la gran depresión de los 30's en EU.
La producción tabacalera y algodonera del sur de Georgia se ve abandonada por los créditos; por consiguiente, los agricultores empobrecidos emigran a trabajar a las hilanderías de la región. De dicho contexto emerge, como las miasmas sureñas evaporadas por el sol inclemente, un "sentido común" aterrador entre los Lester: una de las infortunadas familias rurales que se niegan a adaptarse a la industrialización. Este clan hundido de pobres diablos ofrece (por ejemplo), a su hija menor de edad a un sucio vecino que al menos tiene empleo como trabajador agrícola. Con tal de no tener que mantenerla más, el padre Jeeter Lester, justifica su propia holgazanería culpando al slump productivo. Y Erskine Caldwell apunta:
Seguía sin comprender por qué no tenía nada ni lo tendría jamás, y no había nadie que lo supiera y fuese capaz de decírselo.
En efecto, toda caída dramática de la inversión provoca una abrupta miseria económica, pero también una precipitación moral entre los afectados. Una calamidad arrastra siempre a la otra. Tanto la abundancia como la escasez detentan cierta cualidad reveladora: del mismo modo que propician el surgimiento de extraordinarios gestos de piedad y entereza, también desnudan la verdadera naturaleza de los hombres y mujeres ruines. Tal es el caso de los Lester, quienes inducidos por los peores trastornos de personalidad creen al mismo tiempo que practican la ley de Dios. El viejo Jeeter masculla, mientras ve con desprecio pasar a una cuadrilla de negros algodoneros por delante de su desvencijado porche:
Esos negros están siempre haciéndose matar; por lo que parece, no hay modo de impedirlo.
Como si, en verdad, el granjero en decadencia hubiese en su vida hecho algo al respecto... La inmunda existencia de los Lester, arrastrada hasta la ignominia del hambre y la promiscuidad, pretende normarse por un Dios que negocia sus pecados a través de Bessie, una amañada viuda cuarentona -y, por añadidura, predicadora-, quien convence a los famélicos Lester de permitirle casarse con el quinceañero Dude Lester, a cambio de perdonar los pecados de la familia y, de pilón, pasearlos por los polvosos caminos del tabaco en su coche recién comprado. ¡Ah, el automóvil!: ese objeto tan simbólico y seductor de un progreso impensable para ellos.
Por supuesto que el clan de inoperantes agricultores -en desgracia insuperable- termina por destrozar that brand new car en menos de una semana -como todo lo que cae en sus manos torpes e inescrupulosas. Porque están condenados a desaparecer en el despiadado darwinismo social.
Pensaban que el haber torcido el eje delantero, estrellado el parabrisas, rayado la pintura, estropeado los asientos y vendido la rueda de repuesto no eran más que percances corrientes cuando se viajaba en automóvil. Al aplastarse el guardabarros delantero y romperse el muelle de atrás había disminuido el entusiasmo inicial.
Más allá de cierto humor macabro que se describe en las situaciones de absoluta indiferencia ante la muerte de un ser "querido" o simplemente la mala fortuna del prójimo, la novela narra -sin sermones- el estremecedor desencuentro de dos realidades históricas que apenas se tocan. Al fondo de la psicopatología fronteriza de los personajes (aquí expuesta con naturalidad pasmosa), se halla la imposibilidad definitiva de adaptación social de generaciones olvidadas que decidieron dar la espalda al tiempo mismo.
Tres décadas después de publicada la novela, circularon distintas versiones de un inspirado blues titulado igual (Tobacco Road), cuya letra dice:
I was born in a bunk / Mama died and my daddy got drunk / Left me here to die alone / In the middle of Tobacco Road.
No sé qué esperan los hermanos Coen para llevar Tobacco Road a la pantalla; está concebida para ellos.
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