sábado, 23 de marzo de 2019

Tiempos difíciles siempre


Alejandro Rozado

-Tiempos difíciles, Charles Dickens, 1854. 

En la industriosa ciudad de Coketown, al norte de Inglaterra, dos importantes y ufanos hombres de negocios (Mr. Gradgrind y Mr. Bounderby) deciden emparentarse a través del matrimonio -convenido, claro está, en forma patriarcal- de uno de ellos con Luisa, hija del otro. Al mismo tiempo, el flamante novio -Mr. Baunderby, banquero y próspero industrial de la región- posee una fábrica de telares donde labora, entre tantos otros trabajadores hilanderos, Steve Blackpool, un hombre maduro y ensimismado que ama a Rachel, una humilde obrera a la que sin embargo no puede unirse por estar casado con una mujer alcohólica y de vida disipada. El noble tejedor es despedido injustamente por su patrón y, después, acusado de un robo bancario que no cometió. Con la ayuda de Luisa Gradgrind, la joven esposa del arrogante capitalista Bounderby, Blackpool necesita aclarar los malos entendidos que se ciernen contra su serena templanza.

El contexto urbano en que transcurre esta micro historia de lucha de clases sitúa el tipo de adversidad que el espíritu de los personajes enfrentan. En efecto, la ficticia Coketown:
Era una ciudad de ladrillo rojo (…) una ciudad de máquinas y de altas chimeneas por las que salían interminables serpientes de humo que no acababan nunca de desenroscarse, a pesar de salir y salir sin interrupción. Pasaba por la ciudad un negro canal y un río de aguas teñidas de púrpura maloliente; tenía también grandes bloques de edificios llenos de ventanas, y en cuyo interior resonaba todo el día un continuo traqueteo y temblor y en el que el émbolo de la máquina de vapor subía y bajaba con monotonía, lo mismo que la cabeza de un elefante enloquecido de melancolía. La ciudad contaba con varias calles anchas, todas muy parecidas, además de muchas otras estrechas que se parecían entre sí todavía más que las grandes; estaban habitadas por gentes que también se parecían entre sí, que entraban y salían de sus casas a idénticas horas, levantando en el suelo idéntico ruido de pasos, que se encaminaban hacia idéntica ocupación y para las que cada día era idéntico al de ayer y al de mañana y cada año era una repetición del anterior y del siguiente. 

Si uno lee este relato de Dickens a la par de El Capital, de Marx, se encontrará con una correspondencia estética directa entre ambas obras: la analogía desglosada entre la opulencia y la pobreza, entre la mezquindad burguesa y la generosidad proletaria. También entre la máquina y el hombre... 

En Tiempos difíciles, el autor de Oliver Twist emula las visiones del revolucionario alemán con este párrafo: 
Steven se inclinó sobre su telar; tranquilo, vigilante, sereno. Formaba raro contraste -lo mismo que todos los demás hombres que trabajaban en el mismo bosque de telares que Steven- con el crujir, aplastar y chirriar de las máquinas que atendían.(…) Tantos o cuantos centenares de brazos en esta fábrica de tejidos; y tantos y cuantos centenares de caballos de vapor. Se sabe, a la libra de fuerza, lo que rendirá el motor; pero ni todos los calculistas juntos de la Casa de la Deuda Nacional pueden decir qué capacidad tiene en un momento dado, para el bien o para el mal, para el amor o el odio, para el patriotismo o el descontento, para convertir la virtud en vicio o viceversa, el alma de cada uno de estos hombres que sirven a la máquina con caras impasibles y ademanes acompasados. En la máquina no hay misterio alguno; en cambio, hay un misterio que es y será insondable para siempre en el más insignificante de esos hombres…

Cotéjese esta cita literaria con la siguiente conclusión de Marx acerca del papel del obrero en el tránsito hacia el sistema industrial de trabajo:
En la manufactura y en la industria manual, el obrero se sirve de la herramienta; en la fábrica, sirve a la máquina. Allí, los movimientos del instrumento de trabajo parten de él; aquí, es él quien tiene que seguir sus movimientos. En la manufactura, los obreros son otros tantos miembros de un mecanismo vivo. En la fábrica, existe por encima de ellos un mecanismo muerto, al que se les incorpora como apéndices vivos. (...) El trabajo mecánico afecta enormemente al sistema nervioso, ahoga el juego variado de los músculos y confisca toda la libre actividad física y espiritual del obrero. [Cap. XIII: "Maquinaria y gran industria", Sección Cuarta: "Plusvalía relativa", Tomo I de El Capital.
En 1854, ambos autores vivían en Londres -es sabido que se cruzaban en el camino- y escribían acerca del mismo tema: las condiciones de explotación de la clase obrera inglesa en el proceso productivo de trabajo. Y mientras la narrativa de uno era novelada, la del otro era analítica y dialéctica. Tiempos difíciles y la Contribución a la crítica de la economía política (con todo y su famoso prólogo) pueden considerarse una sola obra, simultáneamente concebida y realizada por el socialismo inglés de la época. Una pieza compuesta por separado: de amor por un lado (Dickens) y de compromiso por el otro (Marx) con los proletarios. Un dueto dedicado a observar con realismo el exprimidor trabajo fabril del capitalismo de entonces. Un testimonio más, un capítulo inglés acerca de la infamia del progreso universal, aunque -como dijeran los clásicos- "históricamente necesaria".

Novela de estereotipos dickensianos, la estampa modesta de Steve Blackpool contrasta con la grosera fanfarronería de su patrón: el buen sentido del personaje obrero se planta con sencillez frente a las continuas balandronadas clasistas del empresario acerca de la vida utilitarista que cualquier hombre "sensato" debería de poner en práctica, desterrando con ello de una vez para siempre -según el arrogante Bounderby- todo aquel estéril sentimentalismo "tipo Schiller" acerca de nada.

En efecto, en los alegatos y peroratas de Bounderby subyace la voluntad de vencer a las dos grandes corrientes críticas de la modernidad: el socialismo y el romanticismo. Los distintos personajes de Dickens encarnan las distintas ideas políticas y culturales en pugna de su época: por un lado, el par de amigos empresarios proclaman el triunfo del positivismo (comtiano) en la educación y en prácticamente todas las áreas de la vida; por otro, el punto de vista proletario tiene en Steve Blackpool, pero también en otros figurantes sindicalistas de intenciones más bien demagógicas, a protagonistas del mundo antagónico al empresarial; y, finalmente, la aparición del afectado Santiago Harthouse, un joven encantador y arribista que llega a Coketown comisionado por el parlamento para dizque asesorar el buen desarrollo de la industria, cristalizaría la caricatura del viejo y obsoleto romanticismo -ya de holgazanes y aventureros en un mundo como el británico que optó francamente por el progreso productivo y abandonó los devaneos estéticos de antaño.

Tiempos difíciles aquellos, muy difíciles -observa Dickens- para los hombres de la civilización Occidental y su criatura predilecta: el espíritu capitalista. 

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