martes, 30 de julio de 2019

Lo Numinoso: un "mysterium tremendum"


Alejandro Rozado


Otto, Rudolf, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, 1917.


- El epígrafe de Goethe es profundísimo: El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Con ello, el clásico sociólogo alemán de las religiones, Rudolf Otto, compara fenomenológicamente –sin igualar del todo- la experiencia del horror con la de la revelación divina.

 - Las religiones teístas exigen una concepción más rigurosa de Dios a través de un sistema congruente de conceptos y predicados expuestos racionalmente. Sin embargo, dichos sistemas no agotan, ni mucho menos, la noción de lo esencial de la divinidad. La ortodoxia, pues, se refiere lógicamente a un objeto que, sin embargo, no es comprendido, porque la divinidad es inefable e indefinible. La atención de lo esencial de la religiosidad debe estar puesta en las emociones, desde sus más primitivas manifestaciones.

- Lo numinoso es el neologismo que Rudolf Otto acuña para designar aquello primitivo y común a todo sentimiento religioso que poco tiene que ver con la idea popular de bondad que hay en la palabra santo. Santo es más que bueno, y lo numinoso es ese mucho más. Lo divino. La categoría, sin embargo, sólo es comprensible por vía indirecta, por aproximaciones así como por analogías de otras experiencias.

- Ni la gratitud, ni el amor, ni la confianza, ni la resignación, ni la sumisión o la seguridad son el momento religioso propiamente dicho. Schleiermaher se ha aproximado bastante en la descripción de esta emoción esencial, cuando dice que se trata de un sentimiento de absoluta dependencia. Pero aún es una analogía. El autor cita a Abraham en el Génesis (“He aquí que me atrevo a hablarte yo, que soy polvo y ceniza”) para precisar más a Schleiermaher con esta otra categoría: sentimiento de criatura, es decir, sentimiento de hundimiento y anegación en la propia nada que desaparece frente a Aquél que está por encima de todo lo creado. Desde luego que este sentimiento de criatura no es lo numinoso en sí, sino un fenómeno concomitante a lo numinoso, como la sombra que provoca todo objeto –la sombra del numen.

- Mysterium tremendum.- Es la categoría que compendia “aquello que… puede agitar y henchir el ánimo con violencia conturbadora” a través de emociones asociadas por introyección o vibración empática con ellas. Dicho “miedo de algo oculto” es, en positivo, esa emoción esencial vinculada a la categoría de sentimiento de criatura; puede sentirse de varias maneras:

Puede penetrar con suave flujo de ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después se ahíla y tiembla y, al fin se apaga… Puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y convulsiones. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al éxtasis. Se presenta en formas feroces y demoniacas. Puede hundir al alma en horrores y espantos casi brujescos.

- Lo tremendo es algo más y muy diferente que un “temor natural”; es un espanto sobrenatural “que nada de lo creado, ni aun lo más amenazador y prepotente, puede inspirar” [terror y horror]. Este gran miedo es la médula de todas las religiones desde las manifestaciones primitivas hasta las más subliminales.




- ¿Cuáles son las expresiones más toscas de ese pavor numinoso?: El horror demoniaco, o a fantasmas y duendes, que es corpóreo (pelos erizados, escalofrío por la espalda, parálisis, mudez, carne de gallina, temblores). Aun en sus elaboraciones más elevadas de santidad mística, no deja de palpitar ese estremecimiento primario que convoca “al ya descrito ‘sentimiento de criatura’, de propia nulidad y anonadamiento ante lo espantoso que se experimenta”. / La cólera o ira de Dios es otro aspecto de lo numinoso que se inflama y estalla de forma inexplicable y que no tiene nada que ver con la “justicia divina”, como muchos teólogos racionalistas afirman.

- A la inaccesibilidad absoluta de lo numinoso es necesario añadirle el elemento de omnipotencia absoluta: lo majestuoso del poder numinoso. Esta mayestática presentida permanece aun cuando los aspectos primitivos de horror desaparecen –como es el caso de la mística. Es decir, persiste la concomitancia del sentimiento de criatura a la majestad tremenda de lo divino. La desestima del sujeto se expresa inmejorablemente en las palabras del místico mahometano Bajesid Bostami:

Entonces, el Señor, el muy alto, me descubrió su secreto y me reveló toda su gloria. Allí, mientras yo le contemplaba, no con los míos, sino con sus propios ojos, vi que mi luz, comparada con la suya, no era más que tiniebla y oscuridad. Y que mi grandeza y magnificencia no era nada ante la suya. Y cuando con los ojos de la verdad examiné las obras de piedad y devoción que había realizado en su servicio, reconocí al punto que todas procedían de Él mismo y no de mí.

- Un tercer elemento del mysterium que le es inherente al numen es su energía omnipresente: todo aquello que es vida, pasión, voluntad, movimiento, agitación, impulso, que no tiene pausa, es tanto una forma demoniaca (en las especulaciones de Fichte sobre lo absoluto como gigantesco con febril afán de acción como mística, o en la voluntad demoniaca de Schopenhauer), como una fuerza sublime, casi insoportable, del amor divino que arrasa con los místicos.

- El misterio es lo que provoca radicalmente aquello que es heterogéneo absolutamente; el alien, lo otro, la otredad totalmente ajena a lo conocido y que por lo mismo nos hace retroceder. No es el simple misterio de lo que no se ha tenido respuesta (pero que alguna vez tendremos) sino aquello que jamás tendrá explicación. ¿Lo supracósmico?

- El aspecto fascinante. Es el elemento cualitativo que define lo tremendo: algo dual que retrae y atrae; una armonía numinosa hecha de altos contrastes –incluso estéticos. Aquello que nos detiene y distancia en virtud de su majestad y, al mismo tiempo, nos fascina y embarga hasta capturarnos; “este doble carácter de lo numinoso se descubre a lo largo de toda la evolución religiosa, por lo menos a partir del grado de pavor demoníaco”, dice Rudolf Otto después de citar a Martín Lutero (“Así nosotros veneramos un santuario con temor y, sin embargo, no huimos sino que nos acercamos con más ahínco”). Esto es quizá lo más singular y notable de la historia de todas las religiones: “En la misma medida que el objeto divino-demoníaco pueda aparecer horroroso y espantable al ánimo, se le presenta otro tanto como seductor y atractivo”, de tal modo que aparece un efecto dionisíaco altamente perturbador que capta los sentidos, arrebata y hechiza hasta la embriaguez,como ocurre con las víctimas del mito de mitos de lo monstruoso occidental: Drácula.



- Otto vuelve a citar a Goethe en su obra Años de viaje, en que Whilhelm, en casa de Makarien, sube al observatorio y dice: “Lo enorme acaba por ser lo sublime: excede nuestra capacidad de comprensión”. Del mismo modo, en Las afinidades electivas el escritor alemán añade a la enormidad ese aspecto inquietante: “Así una ciudad, una casa, donde ha ocurrido un hecho enorme, sigue siendo medrosa a todos los que la pisan. Allí la luz del día no alumbra tan clara y las estrellas parecen haber perdido su brillo”. Alto contraste, pues.

- Pero ¡ah, lo sublime goethiano!: esa categoría estética que tan grácilmente se intercambia, por ley analógica, con lo numinoso. De hecho, la comparación o “acoplamiento” de experiencias parecidas entre lo sublime y lo horroroso y espantable se da –indirectamente pero con mucha facilidad- en ciertas medios de expresión de las artes como: la enormidad en la arquitectura gótica (especialmente en la Catedral alemana de Ulm), los montajes prosódicos en ciertas lecturas de salmos en lenguaje incomprensible (latín, etc.), la oscuridad y el silencio –particularmente entre los occidentales- y el vacío como una extensión horizontal yerma en las culturas orientales. Todos ellos, aproximaciones al horror como ansiedad fisiológica extrema que se emparenta, paradójicamente, a la experiencia de lo santo.

NOTA: El autor refiere que lo terrible y lo sublime se confunden sólo en las fases primitivas de la experiencia numinosa, pero al avanzar la racionalidad sistemática de las teologías, el horror y lo santo se separan definitivamente. Sin embargo, no considera Rudof Otto que las sociedades decaen y que al final de sus ciclos se aproximan a lo primitivo -aunque de una forma senil. En las decadencias civilizatorias el horror vuelve a adquirir la potencia sociológica de las primeras edades culturales -sólo que es un horror urbano, por decirlo así: moderno y decadentista. Ejemplos hay muchos: el vampiro que llegan a Londres, los muertos vivientes que emergen de sus tumbas tras lluvias ácidas, los monstruos alienígenas que invaden la Tierra, la venganza de una Naturaleza herida por la contaminación, la psicopatía asesina y caníbal, los demonios sueltos por las calles en busca de cuerpos que poseer, y un arrebatador etcétera. 

miércoles, 24 de julio de 2019

Cine e historia


Alejandro Rozado

- Cine e historia, Marc Ferro, Editorial Gustavo Gili, Barcelona, 1980.

El autor centra sus ensayos aquí reunidos bajo una premisa marxista: el cine es parte de la historia porque es parte activa de la lucha de clases. O sea: el cine crea historia, reflexiona históricamente sobre la sociedad y revela involuntariamente cómo es la sociedad en que se realiza cada película –incluso a través de lapsus y formas sutiles de autocensura. / El cine es desde el principio, objeto de disputa ideológica y de control político y económico. Pero el cine mismo no es pasivo sino que sus cineastas buscan desarrollar sus propias ideas al margen, en contra o aprovechando facilidades coyunturales que da el poder. Hoy, con la multiplicación social de formas de filmación, la sociedad se encuentra en la posibilidad inmediata de dejar de ser objeto de análisis y se convierta en sujeto histórico activo.

Marc Ferro plantea aquí 2 ejes: “lectura histórica de la película y lectura cinematográfica de la historia”. 

I. El film como fuente de la Historia, o de cómo el análisis del film permite descubrir aspectos tradicionalmente ocultos en el funcionamiento de las sociedades contemporáneas. / Todo filme es un testimonio: sus imágenes son terriblemente auténticas, ya se trate de documentales o de ficciones, vulgares o artísticos. Ataca las mismas estructuras sociales:

)…) El cine tiene por efecto la desestructuración de todo lo que varias generaciones de estadistas, pensadores, juristas, dirigentes o catedráticos [en suma, la intelligenzia] habían logrado estabilizar en hermoso equilibrio. Destruye la imagen del doble que cada institución, cada individuo, se había constituido delante la sociedad (Edgar Morin). [La cámara] descubre el secreto, exhibe la otra cara de la sociedad, sus lapsus. 

Un gesto, una calle en perspectiva, un detalle, pueden equivaler a un contra discurso escrito: un contra análisis de la sociedad. / Principio: partir de las imágenes; es decir, tomar a las imágenes como tales y no como referidas al texto escrito de la realidad. / Hipótesis: el film –cualquier film- es Historia. / Postulado: aquello que aún no ha sucedido (creencias, intenciones, imaginaciones, fantasías, horror), tiene tanto valor en la historia como la historia misma.

Una película siempre se ve desbordada de su contenido. En ella aparece “lo latente detrás de lo aparente, lo no visible a través de lo visible”. Una cinta puede derruir la Historia.

Todos los filmes son objetos de análisis, sean documentales o ficciones; tanto Los Lumiere como Pathé ofrecen información socio-histórico-psicológica en la misma intensidad. Aquella expresión de que “la ficción sólo reparte sueños” no considera que los sueños son parte de la realidad también, como si lo imaginario no fuese uno de los motores de la historia. La ficción inevitablemente ofrece zonas documentales que pasan desapercibidas por sus creadores, pues dichas zonas son parte de las creencias históricas con las cuales toda sociedad cuenta como premisas. Llamemos a toda esa información de objetos, gestos, lapsus y presuposiciones, el Museo de la Película.

II. El cine como agente de la Historia o el conocimiento de la acción del cine sobre la sociedad. / “Contra lo que suele decirse a veces, el espectador no mantiene ninguna actitud pasiva ante la película. Su sensibilidad funciona y mucho”, y: “Una película desprende una energía considerable: al profesor corresponde transformar esta energía en conocimiento activo y duradero”.

BALANCE DEL LIBRO: Su contenido es muy desigual y fragmentario. Sus breves artículos intentan ofrecer material de trabajo para la historiografía positiva, mas no para la filosofía de la historia ni para el historicismo. Sin embargo, hay ideas sugerentes.

lunes, 22 de julio de 2019

Cine y arte según Arnheim




Alejandro Rozado

El cine como arte, Arnheim, Rudolph, Paidós, Barcelona, 1986 [Edición corregida de la original de 1933].

- En una nota de 1957, el autor afirma que el arte del cine fue un fenómeno de 1900 a 1930, solamente. Después, la industria cinematográfica se inclinó por las narraciones populares. Según la teoría de la Gestalt,

“los procesos más elementales de visión no producen registro mecánico (copia idéntica) del mundo exterior, sino que organizan de forma creadora la materia prima sensorial, conforme a los principios de simplicidad, regularidad y equilibrio que rigen al mecanismo receptor”. (p. 14)

Por tanto, ninguna obra de arte es simplemente una imitación o duplicación –por selectiva que fuese- de la realidad, sino una “traducción de características observadas, a las formas de un medio determinado”. Existe, pues, un encuentro “precario” entre la realidad y la fotografía o el cine; pero, al mismo tiempo, aquello que impide la reproducción perfecta de lo real son las mismas propiedades que sirven de moldes necesarios del medio artístico. ¿Cuáles son?... / En el prólogo de 1968, Arnheim, bastante más entusiasta, afirma que el cine estaba desplazando a la pintura en la medida que ésta se había retirado del pensamiento y se recluía en la contemplación de objetos (Warhol) y el cine había incorporado ya las fantasías y recuerdos como formas nuevas de imagen y pensamiento. / Del prólogo de 1982, al autor le parece que a la crítica de cine ya no le interesa distinguir entre cine de arte y cine de taquilla exitosa. Sin embargo, todavía –afirma- se producen algunos filmes, o fragmentos de ellos, genuinamente artísticos pues se siguen apegando a las propiedades fundamentales del medio visual y sus normas derivadas. Con el sonido incorporado, el cine puede hacer que las palabras se desvanezcan en ruidos sin significado cuando éstos tratan de competir con el impacto inmediato de la acción visual y auditiva. La imagen debe dominar la pantalla y supeditar al discurso hablado. / El libro no intenta trazar una línea distintiva entre lo que es cine de arte y cine comercial; el problema es más concreto: 

“La forma y el color, el sonido y las palabras son los medios con los que el hombre define la naturaleza y el propósito de su vida. En una cultura que funciona, las ideas reverberan en los edificios, estatuas, canciones y obras teatrales. Pero una población sometida constantemente a imágenes y sonidos caóticos tropieza con grandes obstáculos para hallar su camino. Cuando se impide que los ojos y oídos perciban un orden significativo, sólo pueden reaccionar ante las señales brutales de la satisfacción inmediata”. (p. 17) 

De modo que discernir el arte cinematográfico en esta posmodernidad puede ser crucial para que la sociedad rescate su destino más digno. ¿Será el cine de horror un arte que abra esa brecha entre la sociedad sitiada y la sociedad libre? Después de todo, la decadencia civilizatoria del siglo XX ha tenido un sentido: la anomia y, al final de cuentas, la muerte misma. El desconcierto a que alude con cierta desesperación Arnheim no es más que el signo central de la época –no su interferencia.

Cine y realidad.- El cine no es necesariamente arte, pero no porque reproduzca mecánicamente a la realidad. De hecho, esto es falso. El cine provoca un efecto distinto de lo real. En primer lugar, porque el cine traduce una información tridimensional en una superficie bidimensional plana. El efecto es ambiguo: si colocamos la cámara de cine desde cierta altura se puede ver que un tren se acerca a nosotros y, al mismo tiempo, que ese tren se desplaza de la parte alta de la pantalla hacia la parte baja, casi verticalmente de arriba abajo. Otra deformación visual ocurre con la perspectiva: una mesa se ve cuadrada a nuestra mirada binocular, pero en la cámara se ve trapezoide. 

Es curioso cómo el espectador acepta la convención de creer que una película en blanco y negro refleja la realidad…

Todo campo visual es limitado. El ojo humano resuelve sus limitaciones con el movimiento de ojos, de cabeza y el desplazamiento. Pero existe siempre la visión focal y la periférica. En la cámara de cine la limitación es mayor y diferente. Sólo se ve lo que entra a cuadro. Por otro lado, el alcance de la cámara depende de la distancia en que se coloque respecto de su objeto: se puede encuadrar una mano o bien el cuerpo entero de un hombre, según la distancia dispuesta.

En la vida real, toda experiencia se percibe como una secuencia espacio-temporal ininterrumpida; el tiempo y el espacio son continuos. En el cine, no. Entre cada secuencia (sub unidad de tiempo y espacio) hay continuas rupturas de ambas dimensiones; pero llama la atención como Arnheim subraya que al interior de cada escena, la continuidad espacio-temporal debe respetarse, cosa que la Nueva Ola Francesa no hizo y reventó la gramática clásica para crear otra más flexible que permite los brincos abruptos en una sola escena.

Por otro lado, el montaje (edición, más bien) facilita que la discontinuidad entre escenas cortadas y pegadas consecutivamente dé la ilusión de continuidad al interior de una secuencia.

Finalmente, el desencuentro entre cine y realidad se hace también evidente en la ausencia de los otros sentidos físicos (olor, olfato, equilibrio, tacto) cuando estamos ante cualquier película. Pero que este desencuentro exista, y por tanto no se pueda acceder a una vivencia naturalista, no impide la identificación plena de un filme. La falta de sonido en el cine mudo no lo limitó para la expresión artística total en algunos filmes.

- La realización de un filme.- Veamos el uso artístico de las limitaciones del cine respecto de reproducir mecánicamente la realidad.

1) La limitación de la superficie plana del cine se convierte en ventaja para provocar ciertos efectos especiales siempre y cuando se abandone el emplazamiento de cámara para obtener la “vista más característica” (la socialmente esperada: centrada, a la altura de los ojos humanos y en ángulo abierto). Sería algo así como “la astucia de la cámara”. Ej.: un convicto se enfrenta a un juez, pero la primera toma del sujeto es de espaldas, donde tiene bordado un número de prisionero; Charlot, de espaldas, en la cubierta de un barco parece que vomita como los demás inmigrantes, pero se da vuelta a la cámara y ¡sorpresa! acaba de pescar algo con su bastón. Otro ejemplo, la toma contrapicada de un personaje dominante provoca una deformación de la imagen: un cuerpo más ancho y una cabeza más pequeña. El emplazamiento de cámara debe ser lo suficientemente inteligente y pensado para provocar un doble efecto (en este caso, la identificación del personaje y su rasgo autoritario al mismo tiempo). Pero dichos ángulos no deben ser gratuitos, sino emplazados en función de la acción. La forma por la forma es inútil y vacía. La diferencia entre cine y realidad fue poco a poco usándose por los verdaderos artistas para provocar una estética particular –y eso sin manipular el objeto, sólo captándolo desde una posición particular. / El espectador puede conformarse con atender al contenido solamente, pero la astucia de la cámara lo pone en tal situación que –si no es conformista- podría dar el salto a la comprensión y gozo del lenguaje visual. 

2) La limitación de la falta de profundidad es una ventaja más para la configuración de composiciones planas en la pantalla. Por ejemplo, una serie de objetos colocados al azar están a distinta profundidad entre ellos, sin embargo, en pantalla se ven superpuestos, obteniendo así un efecto de irrealidad. 

3) La iluminación y la ausencia de color brindan nuevas oportunidades al arte cinematográfico. La reducción del espectro cromático a una gran variedad de grises separa al cine de la realidad y permite la incorporación figurativa a través de luces y sombras: “Se trata de una de las más auténticas posibilidades estéticas del cine”. Tan sólo el más básico de los simbolismos (la luz es el bien y la oscuridad el mal) es en sí mismo inagotable. / También el retrato de rostros a blanco y negro sobresalta el papel de máscara del actor. / Y el arte de la composición en paisajes con diferente luz natural. / Según la distinta iluminación, los objetos transmiten infinidad de cualidades: tersura, limpieza, suciedad, esbeltez, juventud, vejez, enfermedad, frialdad, etc. / Y por supuesto, el empleo expresionista de las sombras alargadas o de los cuerpos oscuros colocando fuentes de luz detrás de ellos.

4) La delimitación de la imagen del cine es, asimismo, muy útil para el arte. El marco o recuadro de la cámara limita las posibilidades infinitas del ojo humano, pero permite seleccionar motivos visuales. El cuadro obliga a la elaboración de la composición para que todo lo significativo aparezca en su interior. Es imperativo para el espacio limitado organizarse formalmente. 

5) La ausencia de la continuidad espacio-temporal da lugar a uno de los recursos más brillantes del cine: el montaje. [Aquí, Arnheim emplea la palabra como sinónimo de edición –a diferencia de Einsenstein, para quien el montaje es el recurso artístico por excelencia: el choque de dos imágenes diferentes que forman una unidad formal con significado propio.] De hecho, dice Arnheim, la escuela soviética exageró el rol artístico del montaje, como si una toma simple no fuese ya una labor de selección, es decir una creación. Sin embargo, no hay duda de que el montaje es un acto plenamente creativo de manipulación del espacio-tiempo. Es el método formativo de primer índole. / En el montaje se pueden yuxtaponer tomas de episodios ocurridos en tiempos diferentes (un recuerdo traumático de pasado en el presente, por ejemplo) y tomas de lugares distantes. Combinación de imágenes que crean una metáfora.  Y ritmo cinematográfico con secuencias largas de un solo plano, o cortas hechas con varios cortes.

6) Y en fin, hay muchas otras aplicaciones del cine derivadas de las limitaciones de no imitar fielmente la realidad, desde el uso de la cámara lenta hasta el empleo de lentes especiales que distorsionen la imagen, desde la aceleración cómica de la velocidad de proyección hasta la superposición o exposición múltiple. 

El contenido del filme.- El autor hace disquisiciones acerca de la actuación en el cine mudo y enfatiza el peligro que significa la tendencia al cine “completo” (sonoro, a color y tridimensional) para el arte cinematográfico. Arnheim, en realidad, concede pocas obras de arte cinematográfico y más chispazos y secuencias maestras que obras maestras. 

NOTA: La importancia de este libro es el rescate de los ingredientes técnicos para la construcción del lenguaje artístico en el cine, sobre todo en virtud de que las primeras tres décadas del cine fueron silentes.

domingo, 21 de julio de 2019

El poder de las tinieblas


Alejandro Rozado

- El poder de las tinieblas, pieza teatral de León Tolstoi, 1888.

La tragedia ocurre en una aldea rusa, en la isba de un pequeño propietario (Piotr) enfermo de muerte y esposo de Anisia, mujer ambiciosa enamorada del criado Nikita -joven disipado que trabaja para Piotr.

Sí, la tragedia ocurre cuando Matriona -madre de Nikita- conspira con Anisia para acelerar la muerte de su marido y así emparentar entrambas con la pequeña fortuna de Piotr. 

Sí, esta tragedia ocurre cuando -una vez eliminado el marido y matrimoniados los jóvenes amantes- Nikita embaraza a Akulina, la hija tonta del finado, y las doñas ordenan al manipulable e indeciso Nikita enterrar vivo a su propio bebé. 

Y la tragedia sigue cuando, el débil filicida no logra acallar su mala conciencia y decide confesar sus pecados ante Dios en plena boda de la triste Akulina con otro tonto pretendiente. 

Oh, sí: la negra tragedia cae, plomiza, sobre los personajes y espectadores de esta pieza teatral (1888) de León Tolstoi -quien aquí alcanzó la plenitud que exigían los griegos para este tipo de obras: ese extraño entendimiento entre el horror y la piedad.

sábado, 20 de julio de 2019

Simbad el Marino: hazañas fundacionales


Alejandro Rozado

-Las mil y una noches (Alf laila ua-laila), Anónimo, Ediciones Huracán, La Habana, 1975  

Cuenta Borges su embelesada experiencia con Las mil y una noches:
Yo siempre fui lector de cuentos. Uno de los primeros libros que leí fue Las mil y una noches en la versión inglesa de Lang. Después he leído otras traducciones que, dicen, son más exactas… pero he tenido la impresión de que todas las versiones que he leído son traducciones de la de Lang, simplemente porque ésta fue la primera que leí; de modo que para mí la versión árabe tiene que ser una traducción más o menos buena de la versión inglesa de Lang.
No es de extrañarse esta lealtad que confiesa el autor de El Aleph por las obras fundamentales -que en realidad se confunden con las lecturas iniciáticas. Toda épica posee una fuerza mágica mayúscula donde cualquier hecho es posible; funda naciones mediante una gran explosión de imágenes poderosas e historias sobredimensionadas. Un Big Bang cultural que lanza a la imaginación en todas las direcciones de un universo que se va creando a sí mismo a través de la socialización de los relatos. Acaso semejante criterio sea condición de las literaturas de fundación (La Biblia, La Odisea, El Grial...): aquellas que inauguran grandes épocas culturales.  

Así sucede también con Las mil y una noches y la civilización islámica. El cruel rey fratricida Scharchiar, fascinado receptor de las historias diarias de Sherezada, contempla cómo se abren las puertas de un mundo maravilloso de aventuras que van sosegando su alma herida. La literatura como curación del espíritu, como cultivo reconciliatorio de las peores voluntades. Tal vez influya en ello la figuración de lo monstruoso: "El estremecimiento es la parte mejor de la humanidad... -decía Goethe-; sentimos lo enorme profundamente conmovidos".  

En una serie de sus narraciones, Sherezada cuenta las peripecias de Simbad el Marino en sus viajes comerciales por ultramar. Ahí se comparte ese horror, atrayente y común, por lo monumental: la tripulación de las distintas embarcaciones en que se aventura Simbad se encuentra con asombrosas ballenas durmientes que son confundidas con islas, aves Roc del tamaño de aviones que atrapan con sus garras a los humanos para llevarlos de a sus nidos como lombrices para sus crías, gigantes negros que se desayunan seres humanos después de asarlos... Fantásticos Súper Yos que habitan, amenazantes, en los límites del mar océano y sus pulsiones. Mitos de Estado... soberbios relatos de horror... en fin, literatura para niños.

Decía André Gide que Ulises tenía algo de Simbad... Creo que es al revés. 

jueves, 18 de julio de 2019

Elogio de la 4T: un "aggiornamento" inédito



Alejandro Rozado 

Estado esperanzador vs Estado oxidado, bloque social democrático y popular vs bloque elitista... Bajo esta pugna histórica, los mexicanos vivimos con intensidad particular el movimiento político identificado como la 4T, el cual va venciendo la resistencia de los restauracionistas y sus corifeos a base de franqueza, firmeza política, intenso activismo presidencial, capacidad de persuación pública -y una buena dosis de inocencia también.

¿Hacia dónde nos lleva esta pugna histórica? Pregunta apasionante para quienes consideramos vivir tiempos interesantes. Como se sabe, el ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y su partido Morena fue consecuencia inevitable del cambio en la correlación de fuerzas políticas ante la descomposición y caída del viejo régimen corrupto, presidencialista y de simulación democrática que promovió, mediante el más voraz capitalismo de cuates –modalidad de huarache del nefasto neoliberalismo económico-, uno de los mayores saqueos de que tenga memoria el país. 
El proyecto del nuevo gobierno emanado de las urnas es, desde luego, el rescate de la nación en ruinas, pero bajo bases dignas: la instauración de un régimen democrático irreversible garantizado por un Estado estoico que impulse el desarrollo económico con justicia social bajo el respeto absoluto a las leyes; renglón central de lo anterior es la lucha contra la corrupción para redistribuir en forma más equitativa, tanto por vías productivas como asistenciales, la riqueza entre los pobres. Ello tiene, además, implicaciones en distintas áreas clave de intervención pública como la educación, la salud, la infraestructura de comunicación y transporte, la recuperación y desarrollo del sector energético y la opción mediata de ampliar para la población las oportunidades económicas y de calidad de vida para combatir las causas últimas de la delincuencia. El amplio respaldo popular a este programa distinto de nación (con más del 50% de los votos emitidos) es suficiente para considerar a la 4T como el inicio de un proceso de cambio profundo que llegará, en principio, hasta donde lo permitan las circunstancias nacionales e internacionales.

Una izquierda no socialista
He escrito antes (http://archipielagodecadencia.blogspot.com/2019/07/la-cuarta-transformacion-mexicana.html) que la 4T es la oportunidad de acceder a nuestra propia modernidad. Con el fin de determinar las coordenadas de esta transformación histórica en ciernes, es preciso aquí responder a una pregunta casi obligada: ¿Es de izquierda el nuevo gobierno que encabeza este cambio de régimen? Por supuesto que la derecha retardataria se muestra horrorizada de que "AMLO nos llevará al comunismo", pero no me detendré en ese tipo de apuntes meramente viscerales afectados por un trastorno elitista de pánico social.   

Sin embargo, entre ciertas personalidades de la opinión pública persiste la duda. Por ejemplo, algunos radicales, decepcionados, creen que el gobierno de la 4T no es de izquierda porque no es socialista; para ellos, cualquier acción política con tufo a capitalismo es de derechas. Y como AMLO promueve para México una sociedad capitalista sin corrupción, entonces aquéllos concluyen catastróficamente que la Cuarta Transformación Mexicana es sólo una restauración derechista del sistema, una maniobra burguesa más, cargada de demagogia populista. Como es evidente, estos compañeros confunden izquierda con socialismo; su teoría entra de inmediato en conflicto al revisar la historia nacional, pues ninguno de los líderes y movimientos transformadores de la sociedad mexicana -desde Hidalgo hasta Lázaro Cárdenas- han sido socialistas, pero sí de izquierda. A propósito del tema, cabe recordar la definición que Adolfo Gilly propone:
Por izquierda entiendo un binomio: justicia y libertad. Si esta definición es buena, quien quiera la una sin la otra, quien haya atado su vida e ideas a regímenes que niegan una u otra, cualquiera sea su creencia o su imagen de sí mismo, no se ubica en la izquierda.
Creo que Gilly da en el clavo: desde la Guerra de Independencia hasta la 4T, México posee una rica tradición de doscientos años de izquierda no socialista -con la cual AMLO se alínea- que precisamente ha buscado trabajosamente vías de acceso a la modernidad. Desde luego que también tenemos cien años ya de una tradición igualmente rica de izquierda comunista que, no por ser tan exitosa es menos importante en sus contribuciones al país.

Aún así, la dicotomía izquierda-derecha es apenas uno de los ejes de lucha en la 4T; el otro eje, no menos importante, describe la tensa polaridad que hay entre modernidad y patrimonialismo. De tal modo que podríamos inscribir las coordenadas de la 4T en un cuadrante donde se mueven las fuerzas principales de una izquierda moderna, en contraposición tanto de una derecha neoliberal promotora de un capitalismo salvaje como de una izquierda y derecha patrimonialistas y, lo que es peor, de escaso pensamiento. A diferencia de lo que opina AMLO, la contradicción política principal de hoy dista mucho de ser entre liberales y conservadores (conflicto del siglo XIX). En el siglo XXI, México será escenario de la disputa mundial entre una sociedad justa, cooperativa y ambientalista y una barbarie decadente y depredadora. Sobre tal escenario tendrá que desenvolverse -motivada por la historia- una izquierda empeñada en ser moderna: la única manera de conducir, hoy, al país hacia un bienestar digno y libre.


Una metáfora deportiva

  
Eso significa que hasta las formas de la lucha de clases tendrán que cambiar, pues se trata de la disputa cultural más grande jamás dada que requiere el convencimiento de hasta el último de los ciudadanos, pues está en juego la sobrevivencia de la humanidad frente a una civilización en franco declive. Aquí, la 4T ha preferido -y seguirá prefiriendo- más la competencia que el choque frontal. Más el convencimiento con argumentos superiores que la descalificación soez y dogmática del adversario. Mediante la competencia, Andrés Manuel obtuvo treinta millones de votos -y así debe seguir la izquierda que lo acompaña. La analogía deportiva quizá pueda ilustrar con claridad la diferencia de los tipos de lucha. En vez del enfrentamiento tradicional, de poder a poder, entre dos grandes colosos en un ring de boxeo, la 4T deberá elegir la pista de atletismo y la carrera de medio fondo -digamos, los 400 metros planos- como deporte político moderno. Eso significa ocupar su propio carril y dar una gran carrera, venciendo a los rivales de la derecha sin distraerse mucho en ellos -quizá sólo viéndolos con el rabillo del ojo- y llegar a la meta de la modernidad como ganador indiscutible, sorteando las zancadillas de los competidores tramposos y los tropiezos de uno mismo, así como las limitaciones propias por falta del entrenamiento o de la estrategia adecuada. Entonces, la 4T es un fenómeno histórico que -como un atleta vigoroso y bien entrenado- corre por el carril de la izquierda no socialista, y compite con técnicas y espíritu modernos contra la derecha en sus diferentes versiones cachirulas y contra cierta izquierda patrimonialista. 

Revolución, revuelta, rebelión o reforma
De ahí la importancia de la 4T bajo los nuevos tiempos que corren. Con la complejidad que adquirió en Estado moderno capitalista, sobrevino en el mundo aquello que se llamó el ocaso de las revoluciones; a partir de 1968, el cambio radical ya no llegaría como un momento cataclísmico, sino como una sucesión interminable de sorpresas, caminando de manera zigzagueante hacia una sociedad más decente. Eso es la 4T: un acontecimiento inédito que ha ido cobrando forma con el paso de las años -para el asombro de muchos- desde los difíciles años de la oposición hasta su contundente hegemonía política. Antes, en tiempos que concebíamos como revolucionarios, no había medias tintas: o eras comunista o no lo eras y nos imponíamos como tarea inexorable "tomar al cielo por asalto"; hoy, en cambio, no hay necesidad de grandes acciones heroicas para participar en el proceso de transformación social. Acciones pequeñas, como ir a votar o defender tu humilde opinión, multiplicadas por millones de personas, pueden transformar el mundo.
Independientemente de la retórica sobre una “revolución de las conciencias”, en estricto sentido la 4T no es una revolución propiamente dicha, en el sentido filosófico de la palabra; es decir, no es "hija de filosofía radical" alguna (como lo fueron la francesa –heredera de la Ilustración- o la rusa –consumación histórica del marxismo), ni está dirigida por un puñado de poseedores de la verdad histórica (jacobinos, bolcheviques, etc.); tampoco, finalmente, pretende asaltar el aparato del Estado y destruirlo mediante el terror o la dictadura del proletariado -ni siquiera inaugurar un orden económico socialista en México. Ya no es tiempo de revoluciones. Éstas fueron la respuesta a un tipo de dominación estatal básicamente coercitiva que ya no es preponderante -de ello se ha estudiado ya mucho.
Tampoco la 4T es una revuelta de los pueblos, en el sentido en que Octavio Paz dio al término: es decir, un regreso social instintivo y nostálgico a los orígenes fundacionales de la nación -como fue el caso del zapatismo. El EZLN, expresión viva de la revuelta de los pueblos en la actual posmodernidad mexicana, no participa de la 4T, precisamente porque no se identifica con el perfil moderno de ésta.

 AMLO, ¿caudillo? 


La 4T tampoco es una mera rebelión que sólo pretenda eliminar los abusos -sin cambiar los usos-, ni es liderada por un alzado rebelde o caudillo regional de enorme carisma. Que el Presidente López Obrador sea carismático no lo convierte necesariamente en caudillo -como lo quiere ver Krauze. Una reciente intervención decrépita del no menos decrépito Mario Vargas Llosa recicla el espantajo neoliberal del "populismo". El Nobel de Literatura sostiene que el pueblo de México está embelesado con AMLO, pero que "la era de los caudillos debe terminar" tarde o temprano. Bien. Lo que debe terminar es esa dizque teoría de los "caudillos populistas" cada vez que surgen liderazgos sociales alternativos a las políticas que privilegian a los núcleos financieros más poderosos del planeta. A intelectuales como Vargas Llosa y Krauze les falta, ni más ni menos, que el "toque de ubicación histórica" en sus análisis. Así, por ejemplo, el caudillismo fue un fenómeno de rebeldes latinoamericanos del siglo XIX, en tiempos en que los diversos Estados incipientes carecían del control total del territorio y de una red de instituciones democráticas sólidas. Nada que ver con el presente. De igual modo, el populismo fue un fenómeno político del siglo XX -con Estados más desarrollados- que rompió los viejos esquemas de las democracias oligárquicas y dio paso a estructuras políticas que respondiesen a la emergencia de la sociedad de masas (Cárdenas, Perón, Getulio Vargas). En México, todo eso ya sucedió. Cierto: AMLO es carismático, mas ello no lo convierte automáticamente en caudillo, pues no vivimos una época de caudillos -así de sencillo: la circunstancia condiciona al fenómeno. Es decir, si la personalidad de Andrés Manuel hubiese existido en el siglo XIX, hubiese sido -no tengo duda- un caudillo típico. Pero al vivir en el México actual, eso es imposible, por mucho arrastre social que aquél tenga. La circunstancia moderna de México hace que AMLO sea un hombre de instituciones y apegado a la ley. Y su enorme carisma sólo ayuda a que la sociedad transite más rápido -pues urge- hacia un verdadero Estado de derecho. 

Hoy se está superando la crisis del modelo autoritario de democracia simulada que todavía defienden, inútilmente, los Krauze y los Vagas Llosa. El Estado que se fue carcomiendo durante los años neoliberales fue una mixtura particular de patrimonialismo y voracidad financiera que promovió, mediante el privilegio y la violación de la ley, la entrega a particulares de los recursos de la nación, arrojó a la miseria y la desprotección a la población más vulnerable y toleró y protegió el gran negocio del crimen organizado. Es la crisis de un Estado a todas luces canalla que está siendo sustituido por un verdadero Estado de derecho. Es decir, un Estado moderno.


Un Aggiornamento para México
Por eso, desde sus primeras medidas, López Obrador ha pegado “duro y a la cabeza” a la figura principal del patrimonialismo político mexicano: el presidencialismo. La cancelación de las onerosas pensiones presidenciales; la disolución del cuerpo de élite:el Estado Mayor Presidencial (EMP) y su reintegración al ejército; la conversión de la lujosa y hermética residencia oficial de Los Pinos en un gran centro cultural abierto al público; la venta del avión presidencial y la flotilla de aeronaves al servicio del poder ejecutivo; la reducción drástica del sueldo del presidente y de los demás altos funcionarios, la reforma constitucional para poder juzgar a quien ocupe la silla presidencial por el delito de corrupción y la iniciativa para la revocación del mandato si la ciudadanía así lo decidiese son algunas de las decisiones que modernizarán al régimen político desde el Poder Ejecutivo. Ello ha provocado ya una reacción en cadena: el cierre de los flujos de subsidio ilegítimo a otras estructuras como los medios de comunicación chayoteros y la eliminación del intermediarismo de los programas sociales y agrícolas, los contratos leoninos en Pemex y CFE, la disolución de la descompuesta y delincuencial Policía Federal, etc. Así, AMLO está desmontando los baluartes del viejo régimen. La batalla de los siguientes 30 años ha comenzado y será ganada por las fuerzas modernas frente a las tradicionales o patrimonialistas. Al extirpar de su vida la corrupción, México será una potencia a la cual le tendrán más respeto y consideración los demás países por la calidad que tendrán sus ciudadanos.
Entonces: ni revolución, ni revuelta, ni rebelión. Y aunque a menudo se manifiesten y confundan algunos rasgos de estas tres formas conocidas de cambio social, la 4T es otra cosa: una puntualización de la democracia moderna que tantas décadas hemos tardado en conquistar. Asistimos a una gran reforma histórica en todas las áreas de la vida nacional que buscará su definitivo Aggiornamento (puesta al día) en el siglo XXI. En efecto: la 4T es un reformismo pacífico, altamente participativo, legal y socialmente justo. En ello estriba el carácter inédito de la 4T. 


viernes, 12 de julio de 2019

La Cuarta Transformación Mexicana: modernidad a la vista



Alejandro Rozado 

Las grandes transformaciones históricas son fenómenos mayúsculos que se dan de manera necesaria y con cierta independencia de las voluntades individuales que participan en ellas. Cierto: las hacen los hombres; pero no es menos cierto también que se conducen sin complacer del todo a sus protagonistas. De ahí que convenga apreciar fenómenos como el de la llamada Cuarta Transformación Mexicana (4T) con una óptica diferenciada. 

Inmediatismo e historicismo  
Lo primero que amerita constatarse: la 4T es una marejada política y social que sorprende y rebasa a todos por igual. Sus efectos pueden vivirse desde dos planos diferentes: 1) la perspectiva inmediatista, y 2) la perspectiva historicista. La primera alude a un punto de vista “a ras del suelo”, como el de los jugadores de rugby que, aguerridos, se esfuerzan a nivel cancha por la posesión del balón: se empujan y golpean, se dan codazos, se pican los ojos, se agarran del cuello y -si pueden- cometen faltas; es decir, el inmediatismo ante la 4T es una actitud propia de individuos que se conciben aislados enfrentándose políticamente entre sí –sobre todo en las redes sociales-, sumergidos en un caos catastrófico donde, como decía Disraeli, "siempre ocurre lo inesperado". La segunda perspectiva observa este mega fenómeno desde alguna altitud con mayor horizonte, donde es posible atisbar alguna dirección del movimiento por encima del desorden aparente. La inmediatista es, a menudo, una mirada agobiante y colmada de pasiones intensas (desde los excesos de fe ciega en ambos bandos políticos opuestos, hasta las calculadas desilusiones veleidosas de los propensos a desmarcarse rápidamente de sus posiciones iniciales, pasando por los indecibles miedos y fobias de los perdedores); la segunda, en cambio, es una mirada fascinante que alcanza a captar en la 4T el carácter inevitable e irreversible de su poderosa irrupción histórica. Como método, es preferible adoptar la mirada historicista para desenvolvernos mejor en la inmediatista -no al revés. Para ilustrar este método, es pertinente aquí hacer un breve apunte sobre los fariseos de la 4T.

Fariseísmo
Aparte de la derecha neoliberal, en vías de su propia desaparición histórica, hay en México un curioso fenómeno inmediatista llamado fariseísmo. Lo integran un nutrido núcleo de clasemedieros orgullosos de ser siempre fieles a sí mismos -aunque nunca fieles a la historia que viven- y que han adoptado la oportunista postura de respaldar a la 4T, pidiéndole a Dios que AMLO comience a dar traspiés para desmarcarse de inmediato de su compromiso. Padecen el síndrome de Germán Martínez o de Pedro Urzúa. A estos pasajeros que compran un viaje redondo pero que se bajan del tren en la primera estación los caracteriza una mañosa desilusión que incuban cautelosamente en sus corazones por un tiempo hasta que, al fin, llega el momento de la catarsis. Comienzan a armarla de tos al menor contratiempo de un proceso político que -lo saben- es sinuoso y accidentado por naturaleza. Pequeños narcisos, creen que el cambio histórico debe ser pulcro, como su puritana epistemología social. A menudo se dicen “decepcionados” y gustan de rasgarse las vestiduras a la menor nota periodística negativa sobre la 4T. Usuarios del viejo y falso método de "apoyar lo positivo y criticar lo negativo", en realidad sólo son partidarios de sí mismos, sin importarles si con ello le dan la espalda a un proceso histórico único, en el cual vamos todos intentando salir del hoyo. Son los quejicas de siempre en todo cambio histórico radical. Ya deberían de cambiar de narrativa –o sea, de su perspectiva inmediatista.

Todo tiene su tiempo
Siguiendo con el método aquí sugerido, no he encontrado mejor criterio historicista para orientarse uno en la vida histórica que el formulado en el Eclesiastés, donde –no sin belleza- se afirma:
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora. / Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de sembrar y tiempo de cosechar; / tiempo de matar y tiempo de curar; tiempo de destruir y tiempo de edificar; / tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de endechar y tiempo de bailar; / tiempo de esparcir piedras y tiempo de juntar piedras; tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar; / tiempo de buscar y tiempo de perder; tiempo de guardar y tiempo de desechar; / tiempo de romper y tiempo de coser; tiempo de callar y tiempo de hablar; / tiempo de amar y tiempo de aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz.
En efecto, no hay nada más relevante que aprender a tomarle a nuestra época el pulso e identificar lo que palpita en ella para, luego, decidir si nos sintonizamos a conciencia con sus designios o no. Quizá éste del Antiguo Testamento sea el mayor –y más poéticamente expuesto- criterio de libertad que podríamos aplicar en nuestra vida peregrina.
Religiones aparte, habría que preguntarnos con el Eclesiastés: ¿de qué es tiempo hoy, en México? No hay que especular mucho, pues sin duda nos toca el tiempo –largamente gestado- de la Cuarta Transformación. Es decir, vivimos la ocasión de transformar radicalmente este país por cuarta ocasión en los últimos 200 años. Así de enorme es la oportunidad que se nos presenta. De la anterior respuesta se deriva, entonces, la siguiente interpelación: ¿Y tú qué vas a hacer con ello? ¿Le entras o no le entras a la 4T? ¿Estarás tú a la altura política de este momento histórico o simplemente le darás la espalda? Cuestión fundamental. Porque transformaciones sociales semejantes son pocas en nuestra mortal existencia; además, nunca avisan cuándo llegan ni cuándo se van. Son, hasta cierto punto, impredecibles; pero cuando irrumpen en la historia, nada ni nadie las detiene. En este sentido, estos cataclismos sociales son como una avalancha de tierra y piedras que cae de una montaña, cuando la estructura que sostiene a aquéllas se debilita por el propio peso gravitatorio y cede dando paso a una tremenda precipitación de materia que arrasa con lo que se encuentre debajo de ella. Como un gran acomodo urgente, necesario e inaplazable de energía potencial para formar un nuevo equilibrio de fuerzas: una nueva estabilidad. Un nuevo orden.

Un camión guajolotero
Y por lo mismo que las revoluciones sociales son impredecibles, también son impuntuales. La puntualidad no es su fuerte. Podríamos decir que la 4T es como un camión guajolotero de pueblo: el día que pasa hay que treparse a él -con todas las incomodidades que ello implique-, porque no se sabe cuándo volverá a pasar otro transporte igual. De modo que, ¿te subes al incómodo transporte guajolotero o prefieres quedarte a esperar indefinidamente? En efecto, todo cambio radical -por más "amable", pacífico y civilizado que sea- siempre será incómodo para todos -no solamente para los hasta entonces privilegiados. La 4T no será de ningún modo tersa. Sin embargo, habría que dimensionar bien qué significa un "cambio radical", hoy.

¿Modernidad o modernización?
Ya lo decía Chaplin con fino sarcasmo: "Una revolución es una de las pequeñas molestias de la vida moderna". Y subrayo esta última palabra, porque la modernidad es el gran proyecto de la vida occidental en la que todos estamos comprometidos –concientemente o no. Es algo que a los occidentales ni se nos ocurre cuestionarnos –por obvio. Queremos ser modernos: punto; esa es nuestra premisa indiscutible, nuestra creencia fundacional como civilización. Punto de partida, pero también de llegada. Para los occidentales, la modernidad es un fin que no necesita justificación alguna. Estamos aquí para llegar a ser modernos; es decir, una sociedad abierta al cambio, librepensante, democrática, pluralista, transparente y respetuosa de sus leyes. Y todo ello con el fin de tener bienestar para todos.
La historia de México, desde 1810, es la historia de esta aspiración: hemos corrido hacia el futuro en pos de nuestra ansiada modernidad sin alcanzarla nunca. Octavio Paz lo apuntó –hace 70 años- con profunda lucidez en El laberinto de la soledad: México debe plantarse ante sí mismo y ante el concierto de las demás naciones con voz y agenda propias. Y para ello, es indispensable que el país deje los “traumas” de su infancia histórica y madure. México tiene como destino particular la ineludible tarea de sobreponerse de los golpes del pasado y llegar a la adultez política y cultural: la modernidad. El problema es que la nuestra ha sido una carrera muy accidentada: sin recursos económicos ni espirituales suficientes, con una vecindad geopolítica desfavorable y a través de violentas sacudidas revolucionarias intercaladas con autoritarias revoluciones “pasivas” (a saber: la porfirista, la alemanista y la salinista). Hoy, tras dos siglos, podemos decir que aún no tenemos nuestra anhelada modernidad; en cambio, hemos tenido varias modernizaciones -incluso una pesadillesca posmodernidad. Y ello es así porque no es lo mismo ser modernos que estar modernizados (voz pasiva). La modernidad proviene de abajo (por decirlo así), mientras que la modernización es una gran acción desde arriba. La primera es el resultado de un largo y consistente desarrollo orgánico de una formación social históricamente dada, parecido al sano y paciente cultivo de cualquier árbol frutal; por el contrario, la segunda es el resultado de intervenciones “quirúrgicas” impuestas por la prisa, por la urgencia de que la atrofia social se destrabe y progrese mediante técnicas, palancas, terapias de shock y demás estímulos más o menos artificiales. Las revoluciones pasivas de México han sido, en este sentido, típicas modernizaciones desde el Estado autoritario aplicadas a un país rezagado para la modernidad… 

Pues bien, en este panorama histórico se inscribe la Cuarta Transformación.
¿Será ésta el inicio de una nueva modernización “por arriba”? ¿O acaso será la oportunidad única de acceder, por fin, a la anhelada modernidad mexicana tan reclamada por Octavio Paz? No olvidemos que el ascenso al poder de Andrés Manuel López Obrador provino de un acto de elevadísima conciencia cívica colectiva: 30 millones de votos a favor del cambio. Por primera vez, aquel 1 de julio de 2018, los mexicanos decidieron modificar democráticamente el rumbo del país. Punto a favor de la modernidad por abajo: la absoluta transparencia electoral en el cambio de régimen. Al fin, después de un siglo, se cumple a plenitud el programa de Madero: amplia participación ciudadana mediante el sufragio efectivo. Y este logro, avanzar hacia la modernidad mediante un acto moderno (elecciones limpias), representa una nueva congruencia para el país: una acción trascendental en forma y fondo. Con dicha congruencia, México pareciera echar definitivamente al cesto de su basura la parafernalia del fraude en los comicios y actuar con sensata madurez.
La segunda gran vindicación moderna de la 4T es, desde luego, la lucha a fondo contra la otra parafernalia: la corrupción orgánica de la sociedad en general, pero principalmente adjunta a todo acto administrativo de gobierno y del Estado. Residuo de la cultura y del Estado patrimonialista, la corrupción es radicalmente incompatible con la modernidad, incluido el capitalismo. En estricto sentido, como descubrió Marx, el capital no necesita de la “transa” para explotar el trabajo asalariado, competir en el mercado y realizar su plusvalor. Con el derecho a la propiedad privada de los bienes productivos y comerciales, está garantizada la legalidad de la explotación capitalista. En este sentido, la corrupción, además de ser un lastre innecesario, es señal de baja productividad e ineficiencia en la economía nacional. Las relaciones capitalistas son esencialmente modernas y, si son “sanas”, pueden prescindir de la corrupción para prosperar en sus afanes. Como AMLO cree que la causa última de nuestros males es la corrupción, cuando él habla de un "cambio radical" lo que propone con la 4T es un país capitalista libre de aquélla: una nación donde se juegue limpio por primera vez en su historia. Y el nuevo Estado de la 4T sería, por tanto, un espacio político de relaciones de servicio público general separado nítidamente de los intereses económicos particulares: ahora sí, un verdadero Estado de derecho. ¿Será posible? ¿Una sociedad mexicana de nuevo tipo que destierre las prácticas corruptas de su propio funcionamiento capitalista? Más allá de la ingenuidad de creer en un "capitalismo bueno", de lo que se trataría es de establecer las clásicas reglas de juego capitalista con los mismos jugadores; un Fair Play, con mayor autoridad para el árbitro, sometido a su vez a estricto control reglamentario. Nada, por cierto, que no se hayan propuesto con anterioridad otros países occidentales. Insisto: ¿será posible?  He ahí el segundo gran desafío moderno de la 4T.

Andrés Manuel López Obrador y su pueblo han comenzado a enfrentar una de las peores decadencias imaginables en cualquier civilización: un país escandalosamente saqueado, asolado por las más crueles organizaciones criminales, sin crecimiento económico en los últimos treinta años y con una de las más abismales desigualdades del mundo entre ricos y pobres. De algún modo, la historia nos ha abierto un nuevo portal que conduce a un túnel largo y oscuro por donde será menester transitar a duras y riesgosas penas, con enorme esperanza y altas dosis necesarias de imaginación y pragmatismo. Al otro lado del peligroso túnel está la expectativa de una nueva era mexicana, con parámetros más humanos para alcanzar el bienestar social, ejercer la política y convivir con ética ciudadana. La única forma de realizar esta travesía nacional es mediante el último y fundamental principio de modernidad pendiente: la fraternidad. Principio de convivencia que ninguna revolución en la historia ha cumplido hasta el momento. Ahora corresponde a México lanzarse en pos de ella. Qué oportunidad tan honrosa.