Alejandro Rozado
Otto, Rudolf, Lo santo. Lo racional y lo irracional en la idea de Dios, 1917.
- El
epígrafe de Goethe es profundísimo: El
estremecimiento es la parte mejor de la humanidad. Con ello, el clásico
sociólogo alemán de las religiones, Rudolf Otto, compara fenomenológicamente
–sin igualar del todo- la experiencia del horror con la de la revelación
divina.
- Las religiones teístas exigen una concepción
más rigurosa de Dios a través de un sistema congruente de conceptos y
predicados expuestos racionalmente. Sin
embargo, dichos sistemas no agotan, ni mucho menos, la noción de lo esencial de la divinidad. La ortodoxia,
pues, se refiere lógicamente a un objeto que, sin embargo, no es comprendido,
porque la divinidad es inefable e indefinible. La atención de lo esencial de la
religiosidad debe estar puesta en las emociones,
desde sus más primitivas manifestaciones.
- Lo numinoso es el neologismo que Rudolf
Otto acuña para designar aquello primitivo y común a todo sentimiento religioso
que poco tiene que ver con la idea popular de bondad que hay en la palabra santo. Santo es más que bueno, y lo numinoso es ese mucho más. Lo divino. La
categoría, sin embargo, sólo es comprensible por vía indirecta, por
aproximaciones así como por analogías
de otras experiencias.
- Ni la
gratitud, ni el amor, ni la confianza, ni la resignación, ni la sumisión o la
seguridad son el momento religioso propiamente dicho. Schleiermaher se ha
aproximado bastante en la descripción de esta emoción esencial, cuando dice que
se trata de un sentimiento de absoluta
dependencia. Pero aún es una analogía. El autor cita a Abraham en el Génesis (“He aquí que me atrevo a
hablarte yo, que soy polvo y ceniza”) para precisar más a Schleiermaher con
esta otra categoría: sentimiento de
criatura, es decir, sentimiento de hundimiento y anegación en la propia
nada que desaparece frente a Aquél que está por encima de todo lo creado. Desde
luego que este sentimiento de criatura no es lo numinoso en sí, sino un
fenómeno concomitante a lo numinoso,
como la sombra que provoca todo objeto –la sombra del numen.
- Mysterium tremendum.- Es la categoría
que compendia “aquello que… puede agitar y henchir el ánimo con violencia
conturbadora” a través de emociones asociadas por introyección o vibración empática
con ellas. Dicho “miedo de algo oculto” es, en positivo, esa emoción esencial
vinculada a la categoría de sentimiento de criatura; puede sentirse de varias
maneras:
Puede penetrar con
suave flujo de ánimo, en la forma del sentimiento sosegado de la devoción
absorta. Puede pasar como una corriente fluida que dura algún tiempo y después
se ahíla y tiembla y, al fin se apaga… Puede estallar de súbito en el espíritu,
entre embates y convulsiones. Puede llevar a la embriaguez, al arrobo, al
éxtasis. Se presenta en formas feroces y demoniacas. Puede hundir al alma en
horrores y espantos casi brujescos.
- Lo tremendo es algo más y muy diferente que
un “temor natural”; es un espanto sobrenatural “que nada de lo creado, ni aun
lo más amenazador y prepotente, puede inspirar” [terror y horror]. Este gran
miedo es la médula de todas las religiones desde las manifestaciones primitivas
hasta las más subliminales.
- ¿Cuáles
son las expresiones más toscas de ese pavor numinoso?: El horror demoniaco, o a fantasmas y duendes, que es corpóreo (pelos
erizados, escalofrío por la espalda, parálisis, mudez, carne de gallina,
temblores). Aun en sus elaboraciones más elevadas de santidad mística, no deja
de palpitar ese estremecimiento primario que convoca “al ya descrito
‘sentimiento de criatura’, de propia nulidad y anonadamiento ante lo espantoso
que se experimenta”. / La cólera o ira de Dios es otro aspecto de lo
numinoso que se inflama y estalla de forma inexplicable y que no tiene nada que
ver con la “justicia divina”, como muchos teólogos racionalistas afirman.
- A la
inaccesibilidad absoluta de lo numinoso es necesario añadirle el elemento de
omnipotencia absoluta: lo majestuoso del poder numinoso. Esta mayestática
presentida permanece aun cuando los aspectos primitivos de horror desaparecen
–como es el caso de la mística. Es decir, persiste la concomitancia del
sentimiento de criatura a la majestad tremenda de lo divino. La desestima del
sujeto se expresa inmejorablemente en las palabras del místico mahometano
Bajesid Bostami:
Entonces, el Señor, el
muy alto, me descubrió su secreto y me reveló toda su gloria. Allí, mientras yo
le contemplaba, no con los míos, sino con sus propios ojos, vi que mi luz,
comparada con la suya, no era más que tiniebla y oscuridad. Y que mi grandeza y
magnificencia no era nada ante la suya. Y cuando con los ojos de la verdad
examiné las obras de piedad y devoción que había realizado en su servicio,
reconocí al punto que todas procedían de Él mismo y no de mí.
- Un tercer
elemento del mysterium que le es
inherente al numen es su energía
omnipresente: todo aquello que es vida, pasión, voluntad, movimiento,
agitación, impulso, que no tiene pausa, es tanto una forma demoniaca (en las
especulaciones de Fichte sobre lo absoluto como gigantesco con febril afán de
acción como mística, o en la voluntad
demoniaca de Schopenhauer), como una fuerza sublime, casi insoportable, del
amor divino que arrasa con los místicos.
- El
misterio es lo que provoca radicalmente aquello que es heterogéneo absolutamente; el alien, lo otro, la otredad totalmente
ajena a lo conocido y que por lo mismo nos hace retroceder. No es el simple
misterio de lo que no se ha tenido respuesta (pero que alguna vez tendremos)
sino aquello que jamás tendrá explicación. ¿Lo supracósmico?
- El
aspecto fascinante. Es el elemento
cualitativo que define lo tremendo: algo
dual que retrae y atrae; una armonía numinosa hecha de altos contrastes
–incluso estéticos. Aquello que nos detiene y distancia en virtud de su
majestad y, al mismo tiempo, nos fascina y embarga hasta capturarnos; “este
doble carácter de lo numinoso se descubre a lo largo de toda la evolución
religiosa, por lo menos a partir del grado de pavor demoníaco”, dice Rudolf
Otto después de citar a Martín Lutero (“Así nosotros veneramos un santuario con
temor y, sin embargo, no huimos sino que nos acercamos con más ahínco”). Esto
es quizá lo más singular y notable de la historia de todas las religiones: “En
la misma medida que el objeto divino-demoníaco pueda aparecer horroroso y
espantable al ánimo, se le presenta otro tanto como seductor y atractivo”, de
tal modo que aparece un efecto dionisíaco altamente perturbador que capta los
sentidos, arrebata y hechiza hasta la embriaguez,como ocurre con las víctimas
del mito de mitos de lo monstruoso occidental: Drácula.
- Otto vuelve
a citar a Goethe en su obra Años de
viaje, en que Whilhelm, en casa de Makarien, sube al observatorio y dice:
“Lo enorme acaba por ser lo sublime:
excede nuestra capacidad de comprensión”. Del mismo modo, en Las afinidades electivas el escritor
alemán añade a la enormidad ese aspecto inquietante: “Así una ciudad, una casa,
donde ha ocurrido un hecho enorme, sigue siendo medrosa a todos los que la
pisan. Allí la luz del día no alumbra tan clara y las estrellas parecen haber
perdido su brillo”. Alto contraste, pues.
- Pero ¡ah,
lo sublime goethiano!: esa categoría estética
que tan grácilmente se intercambia, por ley analógica, con lo numinoso. De
hecho, la comparación o “acoplamiento” de experiencias parecidas entre lo
sublime y lo horroroso y espantable se da –indirectamente pero con mucha
facilidad- en ciertas medios de expresión de las artes como: la enormidad en la
arquitectura gótica (especialmente en la Catedral alemana de Ulm), los montajes
prosódicos en ciertas lecturas de salmos en lenguaje incomprensible (latín,
etc.), la oscuridad y el silencio –particularmente entre los occidentales- y el
vacío como una extensión horizontal yerma en las culturas orientales. Todos
ellos, aproximaciones al horror como ansiedad fisiológica extrema que se
emparenta, paradójicamente, a la experiencia de lo santo.
NOTA: El autor refiere que lo terrible y lo sublime se confunden sólo en las fases primitivas de la experiencia numinosa, pero al avanzar la racionalidad sistemática de las teologías, el horror y lo santo se separan definitivamente. Sin embargo, no considera Rudof Otto que las sociedades decaen y que al final de sus ciclos se aproximan a lo primitivo -aunque de una forma senil. En las decadencias civilizatorias el horror vuelve a adquirir la potencia sociológica de las primeras edades culturales -sólo que es un horror urbano, por decirlo así: moderno y decadentista. Ejemplos hay muchos: el vampiro que llegan a Londres, los muertos vivientes que emergen de sus tumbas tras lluvias ácidas, los monstruos alienígenas que invaden la Tierra, la venganza de una Naturaleza herida por la contaminación, la psicopatía asesina y caníbal, los demonios sueltos por las calles en busca de cuerpos que poseer, y un arrebatador etcétera.