martes, 17 de septiembre de 2019

Macario: relación de épocas

Alejandro Rozado

- Macario, Bruno Traven, México, 1950.

- "La Muerte, madrina" en Cuentos de la infancia y del hogar, de los hermanos Grimm [1812].
- Las tres luces (Der Müde Tod), película de Fritz Lang (Alemania-1921), con Lili Dagover y Walter Janssen.
- Macario, película de Roberto Gavaldón (México-1960), con Ignacio López Tarso y Pina Pellicer. 

En alguna aldea de la Nueva España, vive el leñador Macario con su esposa y once hijos bajo condiciones paupérrimas -incluida el hambre permanente. Su sacrificada mujer compra con sus ahorros de años un pavo y lo cocina para regalárselo a su marido, quien todos los días añora comerse un guajolote entero para él solito. Muy contento, Macario se aleja a un paraje apartado del bosque, donde suele trabajar, para darse el atracón de su vida. Sin embargo, a punto de dar inicio al banquete, se le aparecen sucesivamente: el Diablo, Jesús y la Muerte para solicitarle una pieza del guisado. Tras negarse a los dos primeros, el pobre leñador acepta -resignado- compartir con la Muerte su almuerzo. En agradecimiento, ésta le llena el guaje -que aquél siempre carga- con un agua milagrosa capaz de sanar selectivamente a enfermos graves. La única condición para convertirse en el sanador más famoso de la región será que Macario acate en cada caso particular, sin chistar, la decisión de vida o fallecimiento que le indique la Muerte.

La fábula bellamente contada de Bruno Traven es una de las diversas estrellas literarias emanadas de la explosión cultural que fue la Revolución Mexicana. La sucesión de narraciones de atmósferas y personajes rurales es tan larga como la de sus autores. Entre Los de abajo, de Mariano Azuela, Al filo del agua, de Agustín Yáñez, El diosero, de Carlos Rojas González y El llano en llamas, de Juan Rulfo, la obra del anarquista y revolucionario alemán -exiliado en México en 1924- se integra con brillo propio a tan prodigiosa constelación de novelas y cuentos que testimonian el impacto de la reforma agraria -y su fracaso- en una nación históricamente convulsionada.



A diferencia de cualquier cantidad de artistas e intelectuales extranjeros que viajaron a México temporalmente para comprender la marea socio-cultural desatada en los años inmediatamente posteriores al fin del conflicto armado, Bruno Traven llegó para quedarse, perderse en la selva de Chiapas y fusionarse a la vida comunitaria y sus costumbres. Esta audaz particularidad biográfica del transterrado europeo intervino de manera más que jugosa en la configuración de Macario, punto culminante de la literatura de este autor. Porque resulta que -como algunos saben- se trata de la reelaboración y adaptación moderna de un cuento popular antiguo ("La Muerte madrina") conservado por la tradición oral alemana en la provincia de Hesse y rescatado por los hermanos Grimm en su conocida recopilación: Cuentos de la infancia y el hogar (1812). 

Macario, entonces, como una hazaña cultural: un comunalista que participa en la oleada de revoluciones europeas entre 1917 y 1919, funda la república soviética de Bavaria y, tras la represión, huye a México; un hombre culto y arriesgado que, ya en nuestro país, se lanza en pos de la experiencia colectiva espontánea y natural de los pueblos originarios mesoamericanos, imitando a sus antecesores paisanos -los Grimm- que habían asumido el compromiso romántico de ir al encuentro de la poesía popular antigua, acunada en las más apartadas aldeas germanas; un protagonista aventurero que decide de pronto, sin aspavientos, internarse en la selva, cambiar de nombre y extraviarse en el anonimato; un hombre así, lleva en la sangre una apremiante pasión comunitaria que necesita convertir en relato. Esa conversión es Macario: de una primitiva versión oral centro europea -tan breve como la estructura de un argumento- a una fábula mexicana novelada eficazmente con el lenguaje lacónico y sabio de los hombres sencillos del campo:
Aceptamos esta vida -dice Macario a la Muerte- porque fue la que nos dieron, y nos sentimos felices a nuestra manera, porque siempre estamos procurando hacer algo bueno de una cosa malísima y en la que parece no haber esperanza. 
Pero las nutriciones intertextuales no se agotan -en el caso de Macario- con la literatura sino que se extienden también al ámbito del cine.



Pocos años antes de que Traven llegase a México, en su país natal se exhibió una película (muda) llamada Las tres luces (Der Müde Tod, 1921), de Fritz Lang, considerada hasta la fecha una obra maestra. En ella se hace referencia al cuento "La Muerte, madrina", transcrito por los hermanos Grimm -en especial, cuando la protagonista del filme es conducida por la Muerte a un meta recinto poblado por velas encendidas que equivalen al tiempo de vida de los humanos: cada vela que apague su flama significa que alguien muere en la vida real. Si bien dicha imagen no es recuperada por el texto de Traven, reaparece transfigurada en la cinta mexicana del mismo nombre (Macario, de Roberto Gavaldón, México, 1960). En este memorable filme, la cámara de Gabriel Figueroa emula lo hecho por Fritz Lang y filma en premiado blanco y negro una gruta poblada por velas y cirios encendidos frente a los cuales la Muerte mexicana y Macario deliveran acerca de los límites fatales de la vida.



Nodo simbólico que se teje y desteje entre las costumbres aldeanas germánicas y la inspiración indígena nacional, entre el profundo suspiro romántico alemán y el brusco respiro revolucionario de nuestro país; entre el cine mudo de Lang y el cine mágico de Gavaldón, Macario es -más que un texto literario- una fascinante relación, casi inconcebible, de épocas. 



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