sábado, 23 de junio de 2012

Georg Simmel: el largo eclipse de su sociología


Alejandro Rozado
 
 

Todos somos fragmentos no sólo del hombre
en general, sino de nosotros mismos.
 
GEORG SIMMEL

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la lucha de clases ascendió al escenario político visible de la modernidad, el pensamiento intelectual se vio fuertemente atraído por la nueva y poderosa percepción de que toda existencia individual estaba determinada o condicionada por innumerables influencias sociales. Las sociedades históricas, vistas como grandes conjuntos, engendrarían las existencias individuales del mismo modo en que “el mar engendra las olas”.

Había que establecer las bases de ese conocimiento social a través de la fundación de una nueva ciencia, aunque muy diferente a la estructura de las ciencias experimentales hasta entonces desarrolladas. La idea inicial de una ciencia social tendría que ver con el estudio del hombre en todo aquello que no fuese su naturaleza; de ahí surgió la primera versión de la sociología como una macro disciplina que contemplase en su seno a la Ética, la Economía, la Historia, la Etnología, y un largo etcétera de materias preexistentes; algo así como el gran puchero de la sociología, en donde el objeto de estudio -el hombre social-  fuese el común denominador que se confundía y sobreponía en las diferentes ciencias. Esta tentación de la sociología de ser el compendio de todas las ciencias sociales particulares pronto cedió su impulsividad inicial (tanto positivista como marxista) para dar paso a una etapa más madura y decantada en la cual la sociología misma debía ubicarse en un lugar más modesto y auténtico a la vez, al lado de las demás ciencias particulares "del espíritu" -como las llamó su gran epistemólogo Whilhelm Dilthey.

Los fundamentos de esta nueva sociología se dieron en el contexto del ascenso de las luchas sociales en Alemania a finales del siglo XIX, cuando el partido socialdemócrata obrero se convirtió en una poderosa opción electoral tras la abolición de las leyes antisocialistas. Un nutrido conjunto de pensadores contemporáneos veía al fenómeno de lo social como el compuesto unitario de la acción recíproca de los individuos.
 
El filósofo alemán Georg Simmel (1858-1918) -quien disputa hasta la fecha con Max Weber y Emile Durkheim la paternidad de la sociología moderna- tuvo el mérito de hacer simultáneamente una propuesta lúcida, concreta, funcional y congruente en su artículo: "El problema de la sociología" (1894). Para este profesor berlinés, la unidad de análisis de la sociología no debía ser un objeto de estudio específico (la sociedad), sino todas aquellas maneras en que dicho objeto se expresa histórica y contextualmente. No tanto los contenidos sociales que dan sustancia al devenir histórico como las formas en que aquéllos se manifiestan particularmente.

Esta abstracción metodológica –la distinción entre forma y contenido- abrió un campo amplísimo y específico, escasamente explorado, para el conocimiento de las sociedades modernas. Ofreció a los estudiosos la posibilidad de tender sobre la realidad una nueva mirada, focalizada en las innumerables formas de socialización en que incurren inevitablemente los hombres para llevar adelante sus motivaciones, impulsos, metas e intereses -que Simmel identificaba como "contenidos", los cuales seguirían siendo objeto de estudio de las otras ciencias sociales como la antropología, la economía, la psicología o la historia.

Para que este tipo de análisis formal de la sociología fuese válido, Simmel sostenía como necesario comprobar y cotejar dos condiciones:

1) la existencia de una forma de socialización que contuviese a diversos contenidos. Al respecto, el académico alemán demostró en innumerables estudios particulares que algunas formas de interacción como “subordinación, competencia, imitación, división del trabajo, partidismo, representación, inclusión y exclusión… se encuentran tanto en una sociedad política como en una comunidad religiosa, en una banda de conspiradores como en una cooperativa económica, en una escuela de arte como en una familia”; y, de manera simétrica, 

2) la existencia de diversas formas que expresen un mismo contenido. Por ejemplo, Simmel afirmó que “el interés económico lo mismo se realiza por la concurrencia que por la organización de los productores conforme a un plan… Los contenidos religiosos, permaneciendo idénticos, adoptan unas veces una forma liberal; otras, una forma centralizada. Los intereses basados en las relaciones sexuales se satisfacen en la pluralidad casi incalculable de las formas familiares” y extra familiares.

Sólo de este modo comprobable sería válido separar ambas categorías (forma y contenido) en favor de una teoría sociológica formal. Una suerte de geometría social -como el propio Simmel expuso metafóricamente.

En estricto sentido, entonces, la sociología simmeliana trata las formas de socialización o acción recíproca que establecen el fenómeno de lo social. Ahora bien, dichas formas de socialización concretas son numerosísimas y la sociología formal simmeliana no las simplifica –tan sólo las reagrupa. Por ejemplo, la subordinación es una forma general que incluye muchos tipos que varían según contextos y gradaciones de ciertas variables históricas. Destacan además, bajo dichos tipos, algunos perfiles sociales que representan la forma determinante de los grupos (el pobre, el imparcial, el tercero en discordia, el secreto o el entrecruzamiento de círculos sociales en la personalidad del individuo). Así, este pensador se convirtió en un experto viajero entre las cosas de la vida cotidiana y de las instituciones, cuyo medio de transporte preferido fue el pensamiento analógico.

Aunque parezca contradictorio, toda esta morfología sociológica propuesta tuvo el mérito de partir de un método intuitivo: “Es preciso decidirse –afirmaba Simmel- a hablar de un procedimiento intuitivo… Nos referimos a una particular disposición de la mirada, gracias a la cual se realiza la escisión entre la forma y el contenido”. A esa cierta disposición intuitiva de la mirada sobre lo social se iría uno acostumbrando a través del examen de ejemplos casuísticos hasta llegar inductivamente a un estado superior de conceptuación. En otras palabras, Simmel reivindicó para la sociología un método artístico de apropiación de la realidad; método que se alejó de las pretensiones cientistas de otros sociólogos como Durkheim, al tiempo que se aproximó a los pensadores historicistas como Dilthey.  

Pero hay otra contribución de la sociología simmeliana todavía insuficientemente valorada; antes y después del profesor berlinés, la sociología se ha caracterizado por el estudio de las unidades sociales “visibles”, es decir, objetivadas en instituciones o en grandes conflictos: el Estado, los sindicatos, iglesias, ejércitos, familia y división del trabajo. Simmel, en cambio, llamó la atención sobre un campo infinitesimal de la sociedad: el de las interacciones cotidianas, pequeñas y efímeras que sostienen la trama social. El interés de la mirada de Simmel fue la sociedad en estado naciente, por decirlo así. “Se trata aquí de los procesos microscópico-moleculares que se ofrecen en el material humano”. Una micro sociología: el juego de miradas, los celos, la correspondencia epistolar y nuevas formas bilaterales de comunicación (la conversación telefónica que podría derivar sus enseñanzas hasta la comunicación actual por internet), el ritual de los comensales, la moda, la simpatía, y mil tramas adicionales entrelazan incesantemente a los hombres en sociedad, sin que los estudios sociológicos hayan prestado aún la debida atención. En esos intersticios sociales se engendra, por ejemplo, la rigidez o la elasticidad que las instituciones exhiben en los fenómenos supraindividuales. Ahí también, en la interacción social microscópica -mas no invisible-, radica el carácter irrompible de la sociedad: podrán quebrarse las instituciones, pero nunca el tejido social.

Por alguna histórica razón, el legado de Georg Simmel ha tardado mucho en tomar cuerpo en la sociología posterior -a diferencia de sus contemporáneos equivalentes: Weber y Durkheim. Sólo hasta hace un cuarto de siglo, se comienza a retomar ese universo fragmentario y plural que se plasmó en 25 libros y más de 300 artículos escritos con un estilo único, entre artístico, elegante y doctoral a la vez. Con su libro La filosofía del dinero (1900), por ejemplo, Simmel dio plenitud corporal al pensamiento sociológico de la vida urbana y cotidiana, salpicado aquí y allá con reflexiones de un esteta y un filósofo de la modernidad postrera. Un Montaigne tardío y apasionado que se apartaba discretamente de su realidad para estudiarla mejor.


Guadalajara, junio de 2012.


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