viernes, 29 de marzo de 2019

Chandler


Alejandro Rozado

Alfred Hitchcock decía que su única experiencia de colaboración con el escritor norteamericano Raymond Chandler resultó desafortunada; en 1950, trabajaban en el guión de la película Strangers On A Train, intentando adaptar infructuosamente la inquietante novela de Patricia Highsmith. El cineasta recordaba:
(...) la cosa no marchó bien entre nosotros. Me sentaba a su lado buscando una idea y le decía: "¿Por qué no hacer esto?" Y él me contestaba: "Bueno, si usted encuentra las soluciones, ¿para qué me necesita?"  
El intratable novelista y guionista de cine, Raymond Chandler (1888-1959), de estilo agrio y prosa endurecida como piedra volcánica, esparcía en sus relatos golpes demoledores: 
Estaba ya a medio camino del ascensor cuando me golpeó el pensamiento. Me golpeó sin razón ni sentido, como un ladrillo que cae.(…)
Así fue su comunicación con el lector: a pedradas, a macanazos, a cachetadas o a balazos. Un escritor poco amable con su público. No hay en sus textos espacio para sentimentalismo alguno -ni para el sentimiento, casi. Escritura sin concesiones, sin psicología. Si acaso, una atmósfera nocturna que inspira morbidez en la mayoría de sus situaciones. El detective privado Philip Marlowe fue el vehículo agresor que el autor empleó para escupir certeramente a los ojos del lector unos cuantos improperios que le nacían del alma cáustica que anidó en sus letras. Su tono literario era como el gruñido de una fiera acosada en una jungla precisamente de asfalto. 

El autor de El sueño eterno (1939) se relacionó pragmáticamente con la muerte, como con un dato más en la anécdota de nuestra existencia: 
¿Qué importaba dónde se yacía una vez muerto? ¿En un sucio tiradero o en una tumba de mármol en lo alto de una colina? Muerto, se dormía el sueño eterno y esas cosas no importaban. 
Con obras como ¡Adiós, preciosidad!, La ventana alta y El largo adiós, el relato negro norteamericana se vistió apropiadamente para el crepúsculo de la civilización, se acicaló el sombrero mientras encendía ceremoniosamente su pipa, sólo para simular que pensaba algo importante -cuando realmente no pensaba en nada: 
Me puse en pie, fui al lavabo de la esquina del cuarto y me mojé la cara con agua fría. Al rato me encontraba un poco mejor, pero no mucho. Necesitaba una copa, necesitaba muchos seguros de vida, necesitaba unas vacaciones, una casa en el campo. Lo único que tenía era una chaqueta, un sombrero y una pistola. Me los puse y salí de la habitación. [en Farewell My Lovely!] 
Como dijera uno de sus personajes femeninos más encantadores, Chandler -uno de tantos californianos por adopción- poseía un sentido del humor "como de mozo de funeraria". Cuando Marlowe visita la pocilga de una testigo mañosa y alcohólica para interrogarla, se detiene a describir la decrepitud del sitio: "Un par de lámparas que alguna vez lucieron pantallas cursis, ahora son tan alegres como una prostituta jubilada". Y de su ruinosa dueña, dice: 
Es una vieja encantadora. Me gusta estar con ella. Me gusta emborracharla para conseguir mis sórdidos propósitos. Soy un buen chico. Me divierte ser así…. 
Novelista tardío -ya que publicó su primera novela a los cincuenta y un años-, Chandler destrozó con procaz vocación misantrópica las convenciones melosas o preciosistas del romance: 
Era una cara limpia y vibrante con grandes ojos. Una cara con hueso debajo de la piel. (…) Muy bonita cara. 
A lo que sus heroínas solían responder: 
-Usted tiene unos ojos castaños tan bonitos... Y todavía se cree que es rudo.
La contribución de Chandler al modelo de virilidad del héroe noir emula lo hecho por Dashiell Hammett unos años antes. El investigador privado es un constructo del ocaso de la modernidad: un sujeto individualista, racional y pragmático que rige sus conductas bajo estricto criterio y conveniencia personales. Un hombre que desenreda la trama misteriosa del crimen abriendo sus cartas tanto a los delincuentes como a la policía misma. Un profesional que suele no mentir, pero que se reserva el derecho de confidencialidad que pueda comprometer a sus clientes -por barbajanes que éstos sean. Un individuo antipático, aunque de ego eficaz; alguien que suele no usar armas pero que no duda en portar alguna pistola bajo su ropa en caso de previsible peligro. Rudo, autosuficiente y solitario. Sin apegos afectivos y con sus papeles en regla. O sea, el tipo ideal. ¿Por qué no seremos como Philip Marlowe? El modelo masculino sin expectativas hacia el prójimo; un misógino moderno lo minuciosamente constituido para no sucumbir nunca ante el amor y sus telarañas. Un macho alfa a quien no asustan los sobornos ni la seducción femenina, y que -por lo mismo- es acreedor frecuente de sendas palizas.

Vamos, Chandler no respetaba ni a sus propios maestros: 

-¿Quién es Hemingway? -le preguntan a Marlowe.
-Un tipo que dice algo una y otra vez hasta que se empieza a creer que debe de ser interesante. 

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