miércoles, 20 de marzo de 2019

Halcón maltés


Alejandro Rozado

- El halcón maltés, Dashiell Hammett, 1932.

- El halcón maltés (The Maltese Falcon), de John Huston (EU-1941), con Humphrey Bogart, Peter Lorre, Sydney Greenstreet y Mary Astor. 

El detective privado Sam Spade, en San Francisco, vive una semana de enredosos misterios alrededor de ciertos clientes, taimados sin escrúpulos, que lo contratan para apoderarse de una joya histórica (una estatuilla de oro que representa a un altivo halcón templario) que vale miles de dólares... y muchas vidas. 


El tipo de novela norteamericana hard boiled que circuló durante la década de los treintas del siglo XX tuvo como figura principal al escritor norteamericano Dashiell Hammett. Eran los años en que despuntaba otra ola de pesimismo ilustrado en el mundo moderno. Las historias de hombres desangelados que se entremezclaban con el hampa comenzaron a publicarse en revistas y comics de la época. Los protagonistas masculinos exhibían amarga ironía a través de cáusticas muecas y comportamientos e iban en pos de dinero mal habido y dominio local, mientras -con el mismo fin- las mujeres ejercían su poder sexual con una astucia y atrevimiento casi desconocido hasta entonces en la literatura. Capaces de matar en última instancia, ambos sexos se cuidaban sin embargo de no hacerlo más que en caso necesario. Por ejemplo, en El halcón maltés, el personaje central le aclara a uno de sus ambiciosos clientes:

Se entiende que usted no me contrata para cometer asesinatos o robos por su cuenta, sino sencillamente para recuperar la estatuilla del halcón [maltés] por medios honrados y legales, si ello es posible.

Si ello es posible... Es decir, un código ético de intervención profesional que se desplazaba equívocamente sobre la difusa frontera entre la ley y el delito, entre el "bien" y el "mal" (aunque código al fin). No se trataba tanto -en esta clase de narraciones- de un desarrollo de la sociopatía compartida entre héroes y villanos, sino más bien el registro de la enfermedad de la sociedad misma que orilla a aquéllos hacia los linderos del crimen de éstos. Una forma también necesaria de infiltrarse o aproximarse al mundo criminal, practicar sus métodos y solucionar, así, intrincados dilemas ocultos a la ley.  


El detective privado, símbolo urbano del individualismo moderno, libre de jefes que obedecer, dueño de su propio tiempo y de su modo desenfadado y solitario de existir, es portador de una nueva prosodia cínica y directa que revienta los parlamentos literarios convencionales al mismo tiempo que deconstruye los protocolos del Estado y sus agencias policiacas: 

 -(…) Hace ya mucho tiempo que no lloro cuando le soy antipático a un policía -le dice Spade a un inspector.
O bien, cuando interpela a un ex colega del Departamento de Homicidios que sospecha de él: 
-Trataré de ser razonable, Tom. Recuérdame: ¿cómo maté a Thursby? Se me ha olvidado. 
El halcón maltés y el estilo anti psicológico de Hammett: el lector jamás se entera de los conflictos subjetivos de los personajes; sólo alcanza a atisbar el carácter de sus personalidades a través de palabras, movimientos corporales y acciones. Se trata de un portento de literatura behaviorista apropiadísima para el cine. Quizá por ello, el libro cobró incluso mayor impacto cinematográfico que literario gracias a la bien lograda adaptación que realizó el cineasta primerizo John Huston en 1941. Pues, en efecto, el filme The Maltese Falcon -además de ser el lanzamiento icónico de Humphrey Bogart- representó el inicio puntual del posteriormente llamado cine negro norteamericano con espléndidos resultados. 

La cinta de Huston da rostros al texto, fijando a Bogart como el indisputable Sam Spade -también consagrando a la media luz oblícua en escenarios interiores como la atmósfera iniciática de un movimiento artístico único en la historia del cine de estadounidense. A diferencia de El ciudadano Kane (también del año 41), del grandilocuente Orson Welles, el filme The Maltese Falcon es más modesto, aunque no por ello menos eficaz. Sus secuencias son un cuidadoso trabajo en pequeño, como un traje de sastre hecho a la medida, con una cámara que sabe realizar discretos ajustes de movimiento a la necesidad del relato y sus personajes. En vista de que muchas de las escenas transcurren en habitaciones de hoteles con sofás y sillas, en despachos u oficinas, los encuadres de Huston en esta cinta se sitúan por lo regular a la altura del hombre sentado -quizá unos veinte centímetros más arriba que en el cine del maestro japonés Yasujiro Ozu, donde los actores, en lugar de sentarse, suelen permanecer arrodillados a nivel de piso para comer o tomar el té y conversar.



Hammett, para entonces, había dejado de escribir novelas y se dedicaba al cine. Años después, cuando Hollywood se vio sometida a la persecución macartista de los años 50, el novelista y guionista tuvo que enfrentar la cárcel al negarse a delatar a compañeros de trabajo acusados de comunistas. En la víspera de su arresto, el escritor declaró: 

No me va a pasar gran cosa, aunque creo que iré a la cárcel durante una temporada (…) quizá deba decir que si fuera algo más que la cárcel, si fuera mi vida, la daría por lo que yo creo que es la democracia, y no dejaré que ni los polis ni los jueces me digan lo que es la democracia. 




Dashiell Hammett y el desafío liberal del ego individual ante las instituciones de un Estado opresor -instituciones que un depresivo como el pobre de Kafka, por ejemplo, no pudo siquiera vislumbrar sino tan sólo padecer. De modo que: Dashiell Hammett hablando como su personaje Sam Spade... o quizá al revés.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario a este artículo: