lunes, 11 de marzo de 2019

Todo se desmorona


Alejandro Rozado

- Todo se desmorona, de Chinua Achebe,1958.

Hace sesenta años se publicó la novela africana más influyente hasta la fecha: traducida a cincuenta idiomas y con más de ocho millones de ejemplares vendidos. El autor -quien nos otorgaría posteriormente La flecha de dios a manera de continuación- da cuenta, a través de relatos locales cronológicamente hilvanados del pueblo igbo, la riqueza cultural que florecía al sur de Nigeria a fines del siglo XIX, antes de la colonización británica y su veloz desmoronamiento bajo el influjo de la civilización occidental. 

Okwonko es un esforzado guerrero de la zona tribal de Umuofia, quien -con tiempo y fuerza de carácter- ha logrado destacar entre los suyos hasta formar parte de los "señores principales" del clan y sus 9 aldeas. Vive con su familia poligámica en un cosmos ordenado por una imbricada estructura de niveles normativos, entre dioses y mensajeros divinos, hombres sabios, sacerdotisas y antepasados. La nutrida cultura aborigen -que identifica a los arcoiris como "pitones del cielo"- se desenvuelve entre lo sacro, lo profano y lo maldecido, una diversidad de guisos de ñame y vino de palma, plagas de langostas que caen milagrosamente como manjares del cielo en tiempos de hambruna, y reglas mundanas precisas que rigen la vida imperfecta de los aldeanos.

Sin embargo, con la llegada de los primeros evangelizadores cristianos, todo ese lábil orden tradicional comienza a deteriorarse a pesar de la impaciente resistencia de su líder. La descomposición de la comunidad ancestral inducirá el destino trágico de Okwonko: un macho alfa fatalmente destinado por la adversidad, un héroe fallido por su propia circunstancia. Lo más dramático de esta historia es que aquel tiempo inmenso y originario, poblado por una riquísima cotidianidad, podrá caber -a la postre- en un méndigo párrafo en las memorias del inescrupuloso comisario inglés asignado al territorio igbo para "normalizar" la colonización. Los vencedores de Occidente conceden a los vencidos, si acaso, un pie de página en sus gloriosas memorias de conquista. 

Okwonko, ese león negro de la sabana, hombre de acción más que de ideas, solía decir: 
Yo no puedo vivir a la orilla de un río y lavarme las manos con saliva.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario a este artículo: