Alejandro Rozado
No vivimos el "fin de la historia", como algunos vaticinaron hace casi veinte años, sino sólo el fin de esta historia: la de Occidente como cultura y como civilización. Los signos de su agonía son tantos y en todas las áreas de la vida (económica, política, artística, cultural, demográfica, ambiental, etc.) que pocos defienden aún la ideología de la "prosperidad".
Se ha especulado mucho acerca de las maneras en que morirá nuestra civilización... y en verdad que ha habido señales: el horroroso genocidio de mediados del siglo veinte (con el Holocausto, el Gulag y las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki); la venganza, con tintes apocalípticos (terremotos, huracanes, y sequías cada vez más devastadoras), de una naturaleza por siglos transgredida; o la reedición de las "invasiones bárbaras", revestidas ahora de gigantescas migraciones de los pobres del mundo hacia el Norte desarrollado, que amenaza la orgullosa identidad de la civilización blanca -colonialista mas nunca colonizada. Sin embargo, con los albores del nuevo siglo emerge al fin el más serio Sujeto histórico preparado para dar fin a la civilización occidental: el pausado pero poderosísimo dragón chino que desata ya una feroz guerra comercial de daños incalculables en todo el orbe.
Frente a esta ineludible fase final de Occidente, el pesimismo es la única actitud real posible. Quienes insisten en visiones optimistas acerca de esta historia terminan siendo parte integrante de esa lastimosa cadena de síntomas de lo que bien denominaríamos como lo decadente. Ahora bien, hay distintos pesimismos en la cultura de hoy; los más visitados en revistas, corrientes y expresiones artísticas de todo género serían tres: el nihilismo, el hedonismo vulgar y el decadentismo. El pesimismo nihilista, de distinguible color obscuro y sabor escatológico, proclama en el fondo que no hay nada más que hacer, salvo rumiar su palabra favorita: mierda. La ironía es su gran coartada para permanecer inmóvil, y la frivolidad, su fatal tentación. El pesimismo hedonista, en cambio, plantea que sí hay algo que hacer ante este fin epocal: simplemente pasarla bien. Esta ideología propaga el bacilo del conformismo cocacolero, no sin antes lamentar que el mundo en verdad "anda mal"; la consagración del instante (bajo el manido "principio del placer") es su máxima aspiración artística. Por último, el pesimismo decadentista o decadentismo trata de encarar de frente el ocaso y muerte de nuestra civilización, dando con ello un sentido activo y ético a la agonía. El decadentismo no se hunde en la queja ni permanece en la espera de "lo peor", sino que se prepara y trabaja en la mejor forma de recibir el desenlace paulatino de nuestro tiempo; lucha, incluso, en batallas que aún valen la pena dar -contra todo mal pronóstico. Es el único pesimismo que puede ser de izquierda -porque aún existe un programa social para vivir en las futuras y no tan favorables circunstancias-, aunque su identidad sea equívoca, pues se nutre también de lo mejor de la tradición poética y su gnoseología.
El decadentismo -que no lo decadente- es la línea editorial que procuramos seguir en este blog: Archipiélago. Legajos sobre la decadencia.
No vivimos el "fin de la historia", como algunos vaticinaron hace casi veinte años, sino sólo el fin de esta historia: la de Occidente como cultura y como civilización. Los signos de su agonía son tantos y en todas las áreas de la vida (económica, política, artística, cultural, demográfica, ambiental, etc.) que pocos defienden aún la ideología de la "prosperidad".
Se ha especulado mucho acerca de las maneras en que morirá nuestra civilización... y en verdad que ha habido señales: el horroroso genocidio de mediados del siglo veinte (con el Holocausto, el Gulag y las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki); la venganza, con tintes apocalípticos (terremotos, huracanes, y sequías cada vez más devastadoras), de una naturaleza por siglos transgredida; o la reedición de las "invasiones bárbaras", revestidas ahora de gigantescas migraciones de los pobres del mundo hacia el Norte desarrollado, que amenaza la orgullosa identidad de la civilización blanca -colonialista mas nunca colonizada. Sin embargo, con los albores del nuevo siglo emerge al fin el más serio Sujeto histórico preparado para dar fin a la civilización occidental: el pausado pero poderosísimo dragón chino que desata ya una feroz guerra comercial de daños incalculables en todo el orbe.
Frente a esta ineludible fase final de Occidente, el pesimismo es la única actitud real posible. Quienes insisten en visiones optimistas acerca de esta historia terminan siendo parte integrante de esa lastimosa cadena de síntomas de lo que bien denominaríamos como lo decadente. Ahora bien, hay distintos pesimismos en la cultura de hoy; los más visitados en revistas, corrientes y expresiones artísticas de todo género serían tres: el nihilismo, el hedonismo vulgar y el decadentismo. El pesimismo nihilista, de distinguible color obscuro y sabor escatológico, proclama en el fondo que no hay nada más que hacer, salvo rumiar su palabra favorita: mierda. La ironía es su gran coartada para permanecer inmóvil, y la frivolidad, su fatal tentación. El pesimismo hedonista, en cambio, plantea que sí hay algo que hacer ante este fin epocal: simplemente pasarla bien. Esta ideología propaga el bacilo del conformismo cocacolero, no sin antes lamentar que el mundo en verdad "anda mal"; la consagración del instante (bajo el manido "principio del placer") es su máxima aspiración artística. Por último, el pesimismo decadentista o decadentismo trata de encarar de frente el ocaso y muerte de nuestra civilización, dando con ello un sentido activo y ético a la agonía. El decadentismo no se hunde en la queja ni permanece en la espera de "lo peor", sino que se prepara y trabaja en la mejor forma de recibir el desenlace paulatino de nuestro tiempo; lucha, incluso, en batallas que aún valen la pena dar -contra todo mal pronóstico. Es el único pesimismo que puede ser de izquierda -porque aún existe un programa social para vivir en las futuras y no tan favorables circunstancias-, aunque su identidad sea equívoca, pues se nutre también de lo mejor de la tradición poética y su gnoseología.
El decadentismo -que no lo decadente- es la línea editorial que procuramos seguir en este blog: Archipiélago. Legajos sobre la decadencia.
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