domingo, 13 de septiembre de 2009

Próximo destino: el rey Lear (notas sobre la poesía invernal)


Alejandro Rozado


Sólo el poeta invernal puede hacer algo con sentido en los tiempos que corren. ¿Qué es la poesía invernal? Es, a grandes rasgos, aquella obra que expresa la inevitabilidad histórica del sentimiento final de nuestra civilización y sucede orgánicamente al fenómeno romántico que equivalió al otoño de Occidente.

Más que una nueva escuela, una corriente más, o la novedad efímera de cierta temporada literaria, o el reciclamiento voluntarioso de las ya gastadas vanguardias en su afán por dejar de ser poéticas, la poesía invernal es un gran aliento estético y moral de amplio alcance, nutrido por el profundo malestar del acabamiento. Es la obra de un ser viejo, con la majestad de su sabiduría y lo ignominioso de su senilidad. El invernalismo es neorromántico sólo en la medida en que anuncia una nueva edad de Occidente. Si el romanticismo abrió la fase otoñal de la cultura, el invernalismo canta su última etapa. Por lo mismo, no se trata de un retorno melancólico sino de un sumergimiento asumido en las aguas frías del tiempo histórico.

Las manifestaciones son diversas y las actitudes también; distintos tipos de pesimismo artístico se encuentran y desencuentran regidos por una misma espiritualidad. Por ejemplo: el heroico que privilegia el gesto combativo ante la derrota; el nihilista que se siente atraído por la mierda; el hedonista que prefiere exprimir el presente, o el historicista que busca la pertinencia de la eutanasia epocal.

Sea como fuere, todas coinciden en un punto central: lo nuevo no será lo nuevo, lo nuevo será lo viejo. No lo antiguo, sino lo viejo. No será necesariamente, como piensan algunos, la tecnología aplicada en expresiones ocurrentes que quieren la originalidad (arte cibernético, fotografías de colectividades desnudas, performance tipo gore, etc.). Lo novedoso serán las arrugas del tiempo que habitan detrás de la cosmética, será la enfermedad de lo senil, la lucidez esporádica que alumbre la suma de las épocas, la memoria aguda entresacada del olvido, el necio delirio, la grandeza caída, la honra de lo ancestral, el agotamiento último. Lo nuevo serán las lecciones del anciano, la compasión con la vida amorosa, el soliloquio del demente y el diálogo inequívoco con la muerte. Como los Poemas de la locura, de Hölderling.

Lo nuevo será lo viejo. Con ello no quiero decir que la gente más que madura tiene la exclusividad histórica; no es que le toque el turno a los ancianos. Tan solo digo que la poesía que tiene sentido histórico hoy es aquella que se reconoce como producto del agotamiento de la cultura. Nuestro destino es el rey Lear, no Romeo y Julieta. Poco importa la edad biológica o emocional del artista: que un joven escritor como Albert Camus encarne esta necesidad histórica, o un hombre maduro como Primo Levy o un filósofo centenario como Gadamer, es enteramente igual para esta concepción. Lo decisivo es que el Sujeto (la cultura hipertrofiada) es ya un ser cuyo espíritu agoniza, y los poetas no pueden hacer otra cosa que expresar esta profunda e ineludible verdad.

A la luz de lo anterior, el optimismo empresarial tanto como el contestatario devienen así en voluntarismos bofos y tercos, semejantes a la cerrazón y ridículo de aquel hombre de la tercera edad que se empeña en creer que puede desenvolverse con la gracia y agilidad de cualquier jovencito. La propia vejez del alma se encargará de defraudar al poeta iluso.

De manera que lo nuevo (y lo último) será el invernalismo. Su influencia podrá durar, a lo mucho, otros doscientos años.

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