lunes, 21 de septiembre de 2009

Ser rudo no es suficiente (sobre ''Million Dollar Baby'')


Alejandro Rozado


- Golpes del destino (Million Dollar Baby), de Clint Eastwood (EU-2004), con Clint Eastwood, Hilary Swank y Morgan Freeman.

Tough ain't enough: ser rudo no basta, parece ser el balance biográfico del director de esta cinta en palabras de Frankie, el experimentado manager de boxeo, cuando conoce a Maggie Fitzgerald en los pasillos de un ruinoso gimnasio. Antes, en tiempos de Dirty Harry, la ética intuida de Clint Eastwood era “agredir al agresor”; hoy, el veterano cineasta sabe que ello no es (nunca fue) suficiente; si acaso ahora los puñetazos -tan aplaudidos siempre como parte consubstancial del cine norteamericano- son propinados sólo con guantes dentro del área restringida por las cuerdas. Porque los verdaderos son los golpes “como de Dios”, diría César Vallejo.

Pero además, el box no es un deporte sano... Ni siquiera es deporte. Es un lugar donde acude la escoria humana en busca de una oportunidad. Un sitio deplorable: el gimnasio en que se ventilan los peores olores junto a las creencias más estúpidas, como la de que con mucha pasión llegarás al campeonato. No, el boxeo es un muladar en el que tienes que aprender todos los días la misma lección: protegerte siempre. Saber atacar mientras retrocedes, mantener el mismo ritmo de la respiración aun cuando vayas perdiendo, obedecer sin preguntar, mover tus pies de tal modo que apoyes tus golpes sobre ellos, bajar el mentón, obedecer una y otra vez, mantener más alto el brazo izquierdo, obedecer, obedecer… hasta que se te olvide que fuiste de una manera, hasta que tu cuerpo responda aun contra la propia conciencia. Incluso así, bajo la más fría e implacable de las disciplinas, aquella que mata el alma del soñador como condición para aspirar a un poco de respeto en la vida, el viejo Frankie encontrará una relación paulatina, tierna y discreta, de amor paternal por su pupila.

Hay veces que para seguir el combate necesitas alejarte del rival. Pero si te alejas demasiado ya no estarás peleando... No es fácil equilibrar la protección y el ataque. Él la quiso proteger. Sabía que no era la mejor, que debía prepararse unos años más; pero su carrera meteórica en el cuadrilátero empujó a todos al desastre. Él la mató: al aceptar entrenarla contra toda norma personal –“I don’t train girls”, le decía-, al conseguirle la rival asesina, al poner el banco esquinero sobre el que ella se rompería la médula espinal. La mató a ella, a Maggie: su Mo Cuishle ("mi querida, mi sangre", en gaélico), a quien quiso tener a su lado. Frankie todavía pretendió cuidarla por el resto de sus días, leerle poemas de Keats en la cabecera de su cama, y mirarla como sólo un hombre atormentado por los siglos puede hacerlo para protegerla del mal. Pero tuvo que desconectarla y alejarse de ella en la oscuridad del pasillo de la clínica, del mismo modo en que Will Munny (en Los imperdonables) se retiró del pueblo bajo la tormenta de la noche más negra del cine, después de vengar la muerte ominosa de su amigo. Como el viejo pistolero, Frankie se pierde y no vuelve a saberse nada de él. Ambos estaban perdidos desde antes; era cuestión de esperar la ejecución de sus propios destinos.

Clint Eastwood ofrece con Million Dollar Baby otra cinta más que se suma a una lista de ocho respetabilísimas obras en sus últimos veinte años como cineasta. Junto con Los imperdonables, Mundo perfecto, Los puentes de Madison, y Río Místico, este antiguo matón de la pantalla grande -convertido, hoy por hoy, en el artista más consistente del cine norteamericano- hilvana como pocos un discurso personal, sincero e introspectivo. Su mirada, lejos siempre de las vanguardias, se ha caracterizado por seguir el camino de los clásicos. Sutil, casi anónimo detrás de la cámara, Eastwood subraya al cine mismo, no a la genialidad del autor, lo cual lo dota de una notable confiabilidad. Para ello posee una base narrativa muy sencilla: suceder un plano tras otro; así, sin barroquismos ni efectos espectaculares; con una gramática que ha mostrado su eficacia: sujeto-verbo-predicado. De este modo, cinco semanas le bastaron al antiguo Harry El Sucio para rodar ésta película y llevarse los más importantes premios de la Academia.

Aunque parezca paradójico, el tema del filme es la orfandad paterna: el padre que pierde a su hija adoptiva y se queda ya sin razón para vivir… y sin embargo no puede más que seguir vivo. Dolor universal que encuentra en la atmósfera oscura del cine negro el medio idóneo para exponer sus secuencias más sensibles: A contraluz de una pared sucia del viejo gimnasio, Maggie y Frankie (interpretados espléndidamente por Hilary Swank y el propio Eastwood) cierran un trato y se dan la mano frente a la perilla de golpes, como dos sombras proyectadas sobre el rincón más triste de un barrio de boxeadores. O bien, Frankie sale de la clínica al amanecer, después de que Maggie -amputada ya de una pierna- le ha pedido que la desconecte del respirador y, ante la negativa, ella se ha cortado la lengua con los dientes: la luz del alba se asoma a lo lejos, los rascacielos contemplan impávidos al personaje sumido en su enorme pena, como emanando oscuridad desde su propia figura; más que un nuevo amanecer, el encuadre parece un signo sombrío del drama que se está precipitando en los últimos y magistrales veinte minutos de la película. Los rostros de los personajes maduros aparecen retratados con luces oblicuas sobre fondo oscuro, pronunciando aún más los estragos del tiempo; una luz de media luna: una parte del cuerpo expuesto a la frialdad de la iluminación y la otra parte sumergida en indescifrables tinieblas de escepticismo.

El guión tiene la virtud de dar voz a Morgan Freeman, asistente y conciencia irónica del viejo manager; este ex pugilista rescatado del fracaso por Frankie va dando testimonio de la convergencia de ese par de seres expulsados de su propia historia y refugiados en su irrenunciable pasión por el ring. Hasta que llega un momento en el desarrollo de la obra en que la narración omnisciente desaparece del todo por la fuerza trágica de los acontecimientos: la única voz que escuchará la joven pugilista maltrecha será la de su mentor. Otra virtud del guión es la cuidada correspondencia entre encuadre y parlamento, donde los elementos actorales siempre están dando un paso más adelante de la imagen, complementándola y generando un producto fuertemente nutrido de drama; el cine, entonces, es algo más que un script filmado o, a la inversa, un texto subordinado a la imagen: es una realidad artística que se justifica por sí misma en su unidad y no por el predominio de alguno de los factores que intervienen en su hechura.

Eastwood es un portento en la historia del cine mundial. Nadie como él ha demostrado que el cine te puede literalmente convertir, nadie como él puede pasar de ser el protagonista de un cine de violencia sadista e ideologizante en los setentas a dirigir hoy un cine autocrítico, inteligente, anti-violento, de situaciones y caracteres complejos que medran bajo una mirada arrepentida y fatal. "Tough ain't enough" reza una pared en la desvencijada oficina del viejo Frankie, mientras éste ve receloso por su ventana a los pobres diablos que llegan, afanosos, diariamente a su gimnasio en busca de una oportunidad… Tenía razón el historiador de cine Emilio García Riera cuando afirmaba que el cine se beneficia conforme sus mejores directores envejecen. Eastwood, a sus 74 años, corroboró con esta cinta esa extraña verdad de la vida cinematográfica.


Febrero, 2005.

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