miércoles, 16 de septiembre de 2009

La animalización había comenzado (crónica para una sociología del rock)


Alejandro Rozado



I

Mi chica halló un lugar nuevo adónde ir
anda rondando en la ciudad por el Club a Go Go.
Me pide dinero dizque para ver una película
pero sé que se lo gasta en el Club a Go Go.


Principios de los sesentas. Aquello no fue en realidad una época, un tiempo extendido con su cabo y su rabo, fue ante todo la sorpresa de un estado de ánimo que explotó en Occidente. El rock and roll se debilitaba rápidamente tras el ocaso de Elvis, y los Beatles estaban por dar forma a un estilo musical que inauguraría a otra sociedad. Con el dominante sonido beat que impusieron como modo social de aceptar el rock, cualquier grupo de chavos con guitarras eléctricas y batería sería medido a partir de entonces en relación con esa forma melosa, inocentemente gritona y, desde luego, romántica de escandalizar al puritanismo clasemediero anglosajón. Pero el movimiento musical que bullía entre los jóvenes de Inglaterra era mucho más diverso y complejo que ese sonido Liverpool: los brotes de rhytm and blues denotaban que una tradición añosa de música negra norteamericana estaba adquiriendo nueva vida en el espíritu de tantos chavos británicos que apenas habían salido de los alrededores de sus ciudades natales. Música de viejos negros tocada por adolescentes blancos, el nuevo rock no podría alcanzar plenitud –incluyendo al sonido beat- sin esa fuerza de arrastre cultural del blues, tan profunda como las cenagosas corrientes del río Mississipi.

Resulta difícil ubicar un centro geográfico del rock inglés de los sesenta. Es común mencionar a Liverpool como la ciudad-germen, o en todo caso Londres. Sin embargo, un examen detallado de los grupos importantes de la década nos indicaría claramente que fermentos semejantes se extendieron por todo el país. Tal fue el caso de The Animals, formación procedente del puerto hullero-carbonífero de Newcastle-Tyne, situado al norte de Leeds y bañado por las frías aguas del Mar del Norte. En esta población y sus inmediaciones nacieron y crecieron los cinco miembros originales del grupo. Hijos de familias obreras muy tradicionales, conocieron desde niños la rudeza del trabajo industrial respirado en sus hogares y la amarga disolución de los mismos. Por ejemplo, el guitarrista Hilton Valentine, quien vivió en la decadente y ruinosa área de North Shields –ciudad minera y astillera colindante con Newcastle-, perteneció a una familia abandonada por el padre cuando aquél tenía 15 años de edad; su madre murió al año siguiente. A los 17, Valentine fue adoptado por los padres de un amigo suyo. Como él mismo dijera: “Yo escogí a mis propios papás”… todo un privilegio. Ya para entonces trabajaba aquí y allá para mantenerse mientras aprovechaba cualquier ocasión para tocar guitarra ensayando con otros chavos del barrio. Pronto se incorporaría a un grupo ya formado por el precoz Alan Price desde 1958 y que fuera el inmediato antecedente de Los Animales. Este conjunto se hacía llamar The Alan Price Combo, sugestivo nombre que delataba la temprana inclinación de Price por los ritmos negros y que no dejaría en adelante. En 1962 se integró la banda que sería definitiva y comenzó a tocar en clubes y bailes, todavía con aquel nombre. Mas ese mismo año cambiarían su identificación a The Animals, señal de la fuerza brutal que emergía de los barrios proletarios y que era conducida por el pulso de la sangre musical negra.


II

Es uno de los salones más alivianados del pueblo
donde te revientas a gusto, aunque
más bien está destinado a deprimirte.


El ambiente de esos clubes de Newcastle atizaba el fuego. El grupo adoptó el nuevo nombre de Los Animales debido a las feroces reacciones que las audiencias exhibían ante su música y también como respuesta provocadora del espectador eventual que gustaba ironizar a la banda comparándola con una manada salvaje. Este escandalismo gazmoño propició el éxito comercial del grupo en la región, aunque a decir verdad eran bastante serios sobre el escenario. Lo que realmente sucedía era el contagio por vía musical de una sed insaciable de revitalizar el rhytm and blues de principios y mediados de los 50’s, y que lograban gracias a los arreglos rockeados de Price.

The Animals fueron: Alan Price en los teclados, nacido en Country Dirham en 1942; un tal Eric Viktor Burdon del mero Newcastle, nacido en 1941, y que se convertiría en una de las mejores voces de los 60’s; en el bajo, Bryan Chas Chandler, también de Newcastle, 1948, quien al momento de integrarse al grupo en 1962 contaba con apenas 14 años de edad; Milton Valentine en la guitarra, de North Shield –como ya vimos-, 1943; y John Steel, batería, de Gateshead, 1941. Al principio combinaban sus tocadas de fin de semana con empleos de poca monta: Price era cobrador de rentas, Chas Chandler trabajaba en la industria de partes para barcos, Steel era caricaturista y vendedor. Por su parte, Burdon asistía a ratos a la escuela y la hizo de cartero, copista y diseñador. Durante los años 1962-1963, la banda se convirtió en la sensación del puerto de Newcastle, copado hasta entonces por el malhumorado espíritu de los mineros del carbón. Hartos de ceños fruncidos, deprimentes borracheras proletarias y horizontes más que aburridos, los jóvenes acudían a escuchar rock a los salones de baile; particularmente atestaban el Club a Go Go donde Los Animales eran la atracción principal: "Ahora ellos tocan el blues por ahí / todo el día y roda la noche. / Todo el mundo payasea y / no habrá problemas". La animalización había comenzado.

En tanto, los Beatles editaban su primer sencillo en octubre de 1962: “Love me do”, y meses después el segundo: “Please, please me”. Ya ese año de 1963 sería beatlemaniaco en toda Inglaterra y el sonido beat se elevaría a la categoría de género, con un código melódico vocal estándar, al cual se adscribirán infinidad de grupos nuevos. Sin embargo, pronto se vería que el beat no agotaba ni mucho menos las posibilidades creativas del rock naciente en esa su segunda generación. Un paso atrás de los Beatles, los Rolling Stones y Los Animales empujaron en otra dirección atrayendo poco a poco un movimiento músico-cultural alternativo, identificado inicialmente con la obra de Ray Charles, Bo Diddley, Muddy Waters, John Lee Hooker y Chuck Berry, pero que rápidamente representó a un sector social cada vez más numeroso: el de los marginados, esos-mugrosos-desaliñados-buenos-para-nada, amantes de las causas perdidas que se reproducían como moscas y que distinguían en el rhytm and blues algo que les hablaba directamente al corazón y a los riñones. La primera auténtica generación de la post-guerra inventaba, no sin fascinación, una forma pura de decir y hacer: un ritmo.


III

La gran crisis de la sociedad post-industrial había empezado por ser una crisis intelectual, un existencialismo en pose; en la década de los sesentas se convertiría en una crisis moral de masas: un gesto. Quizá el gesto social más profundo y radical que haya tenido la civilización del progreso; quizá también el más dramáticamente estéril… Pero definitivamente no sería entre los miembros de la clase obrera inglesa, conformista por tradición y laborista por definición, donde se expresarían los rasgos más acusados de dicha crisis, sino entre sus hijos: chicos subocupados que encontraban repugnante el mundo automatizado, frígido y burocrático que les ofertaba morir literalmente en vida en una línea de producción, o ya de perdida detrás de un mostrador. El nuevo rock, en especial el de aliento bluesístico, significó una vuelta al sentimiento pasional, al pre-sentimiento de que se podía estar vivo sin tener que entrar al engranaje:

En esta sucia y vieja parte de la ciudad
donde el sol se rehúsa a brillar
la gente me dice que no hay nada que valga la pena
… y mi padre no está ahí para guiarme
se la pasa escudriñando escondrijos
trabajando y abandonando su propia vida.
Oh sí, yo sé
que ha trabajado muy duro
y yo también he trabajado
durante noches y días.
Tenemos que irnos de aquí
así sea lo último que hagamos.
Tenemos que irnos de aquí
hay una vida mejor para ti y para mí.

 
Con un sonido más subterráneo y grave, de donde la rítmica parecía provenir gracias al ímpetu con que ejecutaban las piezas, y con una pulcra pero decidida manera de tocar sus instrumentos –como si cada uno de ellos se convirtiese en alguna variedad de percusión-, Los Animales fueron retratando con trazos enérgicos en las legendarias audiciones de Newcastle, su propia versión del escepticismo marginal de la época. A ello contribuyó especialmente la poderosa voz del joven Eric Burdon, cuya gravedad tonal uniformaba al conjunto; en efecto, si algo podía distinguir a este grupo era que el eficaz bajo de Chandler y luego el resto de los instrumentos desembocaban en las vocalizaciones negroides de Burdon, mismas que tanto conducirían su talento a lo largo de esa década. Los cuerpos sonoros que emitió la banda promovieron gélidas pesadumbres de fastidio:

Supongo que no puedo culparla
por querer frecuentar y crecer allí
y aunque este lugar está cargado de alma
no sabes cuánto me fastidia.


Pese a la popularidad ganada en su ciudad natal, Los Animales carecían de algo primordial para el éxito: un productor. Como más tarde recordaría Burdon, él y sus socios le propusieron al dueño del Club a Go Go y amigo suyo, que fuera su administrador. “Somos capaces de hacer mucho dinero”, le dijeron, a lo que contestó: “Deben estar zafados del cráneo”. Pero poco después, Graham Bond –conocido en el medio musical de Londres- llegó a escuchar al grupo y le gustó, lo que hizo cambiar de opinión a aquel amigo e inmediatamente firmó un contrato con la “animalada”. Pronto promovió sus grabaciones locales entre agentes de otras ciudades inglesas, obteniendo compromisos de presentaciones fuera de Newcastle en 1963. Cada contrato incrementó sostenidamente la reputación de la banda, lo que allanó el camino de su primera presentación en Londres al finalizar el año. Cuando éste se dio en el programa de radio “Saturday Club” de la BBC, el 27 de diciembre de 1963, Los Animales decidieron adelantar su mudanza a la capital.


IV

Días antes, en aquel afortunado diciembre de 1963, Los Animales habían dado un último concierto en su ciudad natal, al lado ni más ni menos que del tan admirado por ellos Sonny Boy Williamson, justo dos años antes de su muerte. Catorce años después se editaría en un álbum el material original de este encuentro: In Concert from Newcastle 1963… Para coleccionistas. Ya en Londres, a principios del 64 firman con el productor Mickey Most, quien les consigue contrato con la British Columbia para grabar su primer sencillo: “Baby let me take you home”, que ya había grabado Bob Dylan en 1962. La buena aceptación que tuvo en el mercado les permitió figurar junto a Chuck Berry en una gira que éste realizaba por Inglaterra en abril de ese año. Yendo y viniendo por los clubes londinenses, el grupo se posicionó estratégicamente en el Scene Club que le serviría de plataforma para la grabación y lanzamiento de su segundo sencillo: “The House of the Rising Sun” (“La casa del sol naciente”) que también, por cierto, aparecía interpretada por Dylan en su primer álbum.

La rola es hasta la fecha un verdadero hito en la historia del rock, un punto de referencia que es -al mismo tiempo- un punto de partida, e identifica con bastante fidelidad lo que The Animals contribuyó a la nueva cultura en ciernes: a saber, que el nuevo movimiento musical tenía un legado espiritual de hondo dolor social, transmitido por la cultura poderosa del blues negro norteamericano. Quizá hubo en aquellos tiempos ejecuciones más vigorosas a cargo del grupo; pienso en “Don’t let me be misunderstood” (“No dejes que sea un mal pensado”), interpretada simultáneamente por la gran Nina Simone; o tal vez realizaron versiones más puristas dentro de la vena del rhytm and blues, como la pegajosa “Boom, boom” de su maestro John Lee Hooker. Pero lo cierto es que “La casa del sol naciente” fue la que socializó definitivamente el sonido animal en el panorama del rock de los sesentas. Curiosamente, la pieza no se caracterizaba por su fuerza de choque auditivo ni por el particular ritmo al que eran adictos los integrantes de la banda; más bien se trató de un lamento tradicional sureño frecuentemente interpretado por Josh White en Norteamérica, y que sería adaptado por un atinado arreglo del organista y guía inicial del grupo, Alan Price. ¿Por qué entonces se dio este afortunado encuentro entre unos jóvenes músicos del norte de Inglaterra y la vieja tradición de la música negra del sur de los EU? Tal parece que fue una identificación histórica de dos grupos sociales que compartían no sólo un idioma común sino también un sentimiento similar de soledad y abandono. El círculo de notas que estructura la pieza propicia la entrada de la pesadumbre humana por los acordes de la guitarra de acompañamiento; con el segundo ciclo, la música se abre deslizando a la vez una combinación de lamentos cálidos y de frías emisiones eléctricas de los instrumentos lidereados por el órgano de Price; el canto de Burdon emerge de un rumbo impreciso: “Hay una casa en Nueva Orleáns / la llaman del sol naciente / ha sido la ruina de muchos chavos pobretones / y ¡oh Dios!, sé que soy uno de ellos”. Mientras, el viejo padre fullero ya no tiene qué apostar, cansado de tanto morir, y “el único momento en que se siente satisfecho / es cuando está sobre la trompeta”… El círculo ensanchado por ese inconmensurable feeling se convierte entonces en el manantial donde el rock reconocerá, de ahí en adelante, que para seguir siendo rock tendrá que descender a abrevar de su maldita energía.

“La casa del sol naciente” sería el máximo hit de Los Animales, primero en Inglaterra, donde bastaron tres semanas para ser la número uno en preferencias, y después en los Estados Unidos, alcanzando también el primer lugar en ventas a lo largo de tres semanas. En agosto de 1964, la banda hizo, finalmente, su presentación en EU. Para ellos, la invención del rock era un gesto intenso de John Lee Hooker; faltaba ahora inventar la realidad.

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