lunes, 14 de septiembre de 2009

Una antología de Carlos Pellicer


Alejandro Rozado

Septiembre es ese hombre
que está echando sus redes
(…) sin ganas de pescar


- Primera antología poética, de Carlos Pellicer, selección de Guillermo Fernández, prólogos de José Alvarado, Gabriel Zaid y Guillermo Fernández, México, Fondo de Cultura Económica, Colección Popular, 1969, 366 pp.


Mucho se ha escrito sobre Carlos Pellicer y su obra: poeta inequívoco del sol y del mar; voz del paisaje -no de su contemplación sino de su estallido-; cantor de los colores del trópico; viajero incansable del mundo –especialmente de América-; encarnación lírica de un sentimiento bolivariano de entelequia; sonetista perfecto que proclamaba que la realidad exterior existía –en contraste, por ejemplo, con los dubitativos posmodernos de fines del siglo pasado, quienes afirmaban que sólo el lenguaje era real-; nuestro primer poeta realmente moderno; el más alegre y joven de su generación, el más abundante también… Cualquier lector que se asome a sus páginas podrá comprobar, efectivamente, lo que se ha dicho sobre él.

He gozado, recién, del suficiente tiempo para revisar una meritoria Antología poética del autor, a cargo de Guillermo Fernández. Y sí, su vastedad lírica me parece asombrosa y única, prácticamente incansable. De todo lo escrito o dicho sobre Pellicer, me ha atraído su capacidad de echar a volar imágenes: “Esa nube es mi camisa / que se llevó el viento”. O bien: “La soledad está pensando / junto a la ventana”. Versos hechos de fortuna visual, que al leerlos o escucharlos nos hacen voltear hacia arriba, y ver lo que sus rimas pintan:
Si yo fuera pintor,
me salvaría.
Con el color
toda una civilización yo crearía. (…)
Mi taller estaría en las llanuras
de Ápam. Cesaría la duda
actual. No pintaría hombres sino volcanes.
(de “Elegía”, 1922.)
El poeta es un valle fértil en el que florece todo lo que se siembra, pero también todo lo silvestre que va extendiendo vínculos naturales entre sí hasta formar el prodigio de la vida como algo inevitable. No se trata sólo de un don bien habilitado, de unos sentidos bien abiertos y conectados en una inmejorable fisiología poética; hay algo más allá de la mera facilidad en las composiciones de Pellicer, algo determinante que permite ese vuelo fastuoso de imágenes: es lo que Octavio Paz llamó la inspiración: “La facilidad es maestría, habilidad, recursos, don externo; la inspiración, manar interior, canto que brota de una herida, fatalidad. El poeta transmuta su fatalidad en imagen” (Las peras del olmo).

La lectura general de esta antología me da una perspectiva de privilegio: contemplo un ecosistema hecho de versos verdes, un boscoso paisaje de letras, sonidos, aleteos y calor. Un organismo vivo superior rebosante de oxígeno. Como si en cada verso asistiésemos a la portentosa conversión de la energía solar en imágenes coloridas, a la fotosíntesis de la poesía, propiamente dicha:
Los relojes se atrasan
se perfecciona la pereza.
Las palmeras son primas de los sauces.
El caimán es un perro aplastado.
Las garzas inmovilizan el tiempo.
El sol madura entre los cuernos
del venado.
La serpiente
se suma veinte veces.
La tarde es un amanecer nuevo y más largo.
En una barca de caoba,
desnudo y negro, baja por el río Quetzalcóatl. (…)
(de “Estudios”, 1930.)
Y los paisajes de Pellicer son tan entrañables que éste los convierte en escenario de juegos infantiles –juegos de poeta. Acomoda a los barcos en la bahía universal (“Jugaré con las casas de Curazao, / pondré el mar a la izquierda / y haré más puentes movedizos. / ¡Lo que diga el poeta!”); dibuja y rellena de colores las páginas que va ojeando (“Dibujar las colinas / de un solo trazo, / aquietar las palabras y unirlas / debajo de los árboles; / … / o comprar palabras nuevas en la tienda de colores con brisa…”); o trabaja miniaturas (“Aquí no suceden cosas / de mayor trascendencia que las rosas”).

Y en fin, por la virtud poética de Carlos Pellicer, los elementos del planeta dialogan, intercambian miradas, deseos, recuerdos. La vida conversa consigo misma a través de la poesía y sus imágenes; o bien a la inversa: la poesía es la que platica con ella misma desglosándose en el color del mar, la agitación de las palmeras, el plomo del sol.


Cuernavaca, enero de 2003.















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