domingo, 20 de septiembre de 2009

Luis Villoro: de la soledad al comunitarismo democrático


Alejandro Rozado


- El significado del silencio y otros ensayos, Luis Villoro, México, UAM, 2008, 358 pp.


Todavía recuerdo cuando en el verano terrible del 2006 mexicano, Luis Villoro escribió un artículo en La Jornada, titulado “Oposición en la realidad”, justo una semana antes de que la Convención Nacional Democrática se diera cita en el Zócalo capitalino para dar una respuesta estratégica ante la consumación del fraude electoral que le quitaba el triunfo probable a Andrés Manuel López Obrador. Villoro afirmaba, en esos días dramáticos, que sería un gran error optar por el nombramiento de un “presidente en rebeldía”; que eso generaría un enfrentamiento estéril y desgastante para el movimiento ciudadano y que lo mejor era preparar los trabajos de elaboración, discusión y organización democráticas con el objetivo superior de ofrecer un proyecto alternativo de nación, con una nueva Constitución y con las bases ciudadanas de una nueva república, que contemplase en su seno la institución de la democracia participativa y del comunitarismo democrático como pilares del funcionamiento de la nueva sociedad. Era un escrito apremiante que llamaba a la sensatez ante la inminencia de un fracaso mayor después de la derrota. Lamentablemente, no se le hizo caso al filósofo mexicano. Aquella tarde del 16 de septiembre, después de un aguacero torrencial, la CND aprobó por democracia directa la designación de nuestro ex candidato como “presidente legítimo”. Muy pocos votamos en contra, convencidos de las palabras de Villoro. Se impuso la emoción indignada de cientos de miles de personas que abarrotaban, empapados, la Plaza de la Constitución, pero también ganó el cesarismo que, ahora lo sabemos, llevaría al movimiento a un callejón sin salida. Los trabajos en pro de una nueva república se postergarían indefinidamente, entretenido el movimiento en una lucha más contestataria que verdaderamente alternativa. Rechazando y restando en vez de sumar y construir.

¿Qué tiene que ver esta anécdota de corte político con el libro El significado del silencio y otros ensayos, del mismo Luis Villoro? Pienso que mucho –y este es el ángulo que le quiero dar a mi intervención. Porque esta amplia edición, a cargo de la UAM, de distintas elaboraciones que dibujan un arco en el tiempo de casi 60 años de reflexión teórica del autor, si bien parte de consideraciones generales y análisis conceptuales aparentemente abstractos acerca de temas que preocupan a la sociedad moderna, tales como el individuo y la comunión, el silencio del ser y el sentido del mundo o el lugar de lo sagrado en la vida humana, este mismo libro desemboca finalmente en un notable ejercicio de filosofía política. Y del mismo modo que en uno de sus ensayos, titulado “El concepto de Dios y la pregunta por el sentido”, el autor afirma que una serie de hechos aislados carecen de sentido, pero contextualizados en un todo convergen entonces hacia una configuración superior de significado, del mismo modo, digo: los capítulos aparentemente autónomos que van sucediéndose ante el lector de este libro alcanzan a dimensionarse como textos que cobran un sentido político de una manera -para mí, asombrosa-, sobre todo al momento de leer “Democracia comunitaria y democracia republicana”, uno de los últimos escritos de este volumen. En este texto, privilegiado por la madurez de una prosa atinada y sin retórica, el filósofo expone su proyecto ético y político para México y naciones afines, largamente meditado, que propone soluciones integrales a los problemas que atentan hoy gravemente contra el tejido de la sociedad en su conjunto. En él, apreciamos cómo el autor señala los límites de la democracia representativa del Estado liberal, la reducida participación de que goza el ciudadano común a través de la emisión de un voto cada cierto número de años y el distanciamiento casi inmediato de los representantes respecto de sus electores homogeneizados en entidades ciudadanas cuantificables e indiferenciadas. Asimismo, rescata el valor histórico de las formas ancestrales de organización de los pueblos comunitarios y aprecia la trayectoria del republicanismo surgido durante el Renacimiento italiano y en la época de los fundadores de la nación norteamericana, como opciones combinadas, modernas y diferentes, al modelo liberal. Con ello, el filósofo mexicano recupera una tradición de obras tan antiguas como La república de Platón o, ya en nuestra cultura occidental, de trabajos como los de los clásicos de la filosofía política moderna: Juan Bodino, Tomás Moro, John Locke, Rousseau, y tantos otros. Es decir, el filósofo ejerce su responsabilidad histórica de intervenir en la vida política con su propuesta de soluciones y con el respaldo que le confiere la práctica de la filosofía misma.

Se trata, además, de un planteamiento de izquierda que el doctor Villoro ha ido concibiendo lenta y meditadamente, con gran cuidado y rigor en el ensamblado de las ideas, cotejadas con otras y con la realidad histórica misma. A diferencia de tantos intelectuales que “nacen” por decirlo así, en la izquierda y con el paso del tiempo van corrigiendo sus “excesos” hasta ubicarse discretamente en el lugar de una derecha muy bien disimulada dentro del espectro político, el caso de Luis Villoro es, quizá, único en México. La edición que nos ocupa tiene el mérito de mostrar esta excepcionalidad. Preocupado por el lugar de lo sagrado en la vida del hombre moderno, Luis Villoro parecía reflexionar sobre conceptos tan atingentes como la soledad, el individuo y la comunión de manera ontogenésica –si se me permite la expresión-, muy apartado, casi afuera, de la historia. El primer ensayo del presente libro, “Soledad y comunión” –que data del lejano año de 1948- es un hermoso texto en donde el joven Villoro describe con gran vocación didáctica cómo, desde el cristianismo, la separación del hombre, de la naturaleza y de sí mismo, establece una diferencia trágica entre sujeto y objeto, diferencia que se pronuncia aún más con el individualismo moderno. Entonces sugiere el descubrimiento del “otro”, el encuentro del “yo” con el “tú”, como la posibilidad de una comunión moderna: la aceptación del prójimo irreductible que nos acompañe en la modernidad. Contrasta esta reflexión impecable del joven y brillante intelectual con la carga histórica o el peso de los tiempos, por decirlo así, que gravita en sus ensayos más recientes, como “Sobre la identidad de los pueblos”, “El derecho de los pueblos indios a la autonomía”, “De la libertad a la comunidad” y el ya mencionado “Democracia comunitaria y democracia republicana”. En todos ellos parece responderse de otra manera a una pregunta inicial que el filósofo se hacía, muchos años antes, sobre el significado del silencio y sobre el sentido del mundo, que lindaba con lo sagrado y que, de algún modo indirecto, tenía que ver con la búsqueda de la identidad del hombre. Las elaboraciones últimas de Villoro sugieren que, lejos de conformarnos con la nostalgia de la tradición de realidades colectivas del pasado que remiten a un modo de sentir, comprender y actuar en el mundo y en formas de vida compartidas, la identidad auténtica de nuestra sociedad tiene que ver con un proyecto comunitario cargado de sentido histórico. Cito sólo un párrafo del admirado ensayo (“Democracia comunitaria y democracia republicana”) para dar una idea de lo que aquí afirmo; dice Villoro:
“(…) Trataré de resumir cuáles podrían ser los principales rasgos de esta nueva versión de republicanismo que propongo: (…) 1) En primer lugar, frente al individualismo de la democracia liberal, se inspiraría en una “democracia comunitaria” e intentaría renovarla. Trataría de revalorizar las formas de vida e instituciones comunitarias… Reconocería y consolidaría las que ya existen y fomentaría su surgimiento en distintas esferas de la sociedad: asociaciones obreras, fraternidades de vecinos, gremios profesionales, universidades y escuelas, organizaciones no gubernamentales. 2) El reconocimiento de la comunidad como base de la democracia implicaría una difusión radical del poder político, de la cima a la base del Estado… 3) El poder político se acercaría al pueblo real. Para impedir el dominio de los espacios locales por caciques y sectas partidistas, se tendrían que renovar… procedimientos de una democracia “participativa” o “radical”, mediante los cuales los hombres y mujeres, situados en los lugares en donde viven y trabajan, pudieran decidir libremente de los asuntos que les conciernen. Los mandatarios electos por esos procedimientos estarían bajo el control de sus electores y deberían rendir cuentas de su gestión ante ellos en todo momento, de modo de asegurar que las autoridades designadas ‘manden obedeciendo’.”

Luis Villoro historiza sus reflexiones frente un México neoliberal sacudido por la rebelión indígena finisecular, y en donde el sentido recuperado de lo íntimo y lo sagrado tiene que ver mucho, y se intuye fundamental, con la identidad comunitaria entendida como oportunidad histórica. Lo sagrado y lo histórico, lo íntimo y lo público, entrelazados por un diálogo de altura.

Pienso también, revisando en perspectiva los ensayos que integran este libro, que el autor, en tanto hijo, desde luego, de su tiempo, se ve sometido desde el principio al impacto provocado en múltiples niveles de conciencia por los bruscos cambios que ha vivido nuestro país. “Nada más dramático que el fin de un sueño colectivo”, nos dice en sus páginas al referirse al fin de la modernidad; pero lo mismo puede decirse del fin de la vida tradicional sustentada por siglos, incluso milenios, de sociedades con vida predominantemente rural como lo fue la nuestra. Para ilustrarlo con una comparación letal: mientras Inglaterra se tomó trescientos años en transitar de una sociedad predominantemente rural a otra predominantemente urbana, México se tomó sólo treinta o cuarenta años. Y a semejanza de los sociólogos clásicos alemanes, pero también de los filósofos pesimistas y los historicistas -igualmente alemanes- de fines del siglo XIX y comienzos del XX, Luis Villoro tuvo la virtud –entre muchas otras- de expresar desde sus primeros trabajos el conflicto entre los valores del mundo tradicional en franco peligro de extinción -o cuando menos de verse seriamente deteriorados- y los auspiciados por las filosofías del progreso y su irrenunciable confianza en el futuro, valores estos últimos que dominaron el panorama cultural de la edad moderna hasta hace poco tiempo, después de lo cual hemos caído en brazos de la anomia, tan temida por la humanística. Como en Max Weber, Ferdinand Tönnies, Georg Simmel, Emile Durkheim y otros importantes autores –hoy poco revisados-, y por referirme sólo a los sociólogos, el antagonismo histórico entre tradición y modernidad aparece convertido, en la obra de Villoro, en perspectiva teórica y cuerpo conceptual de análisis. La controversia intelectual que ha animado a la historia occidental alrededor de temas como la libertad individual, la lealtad a la comunidad, lo sacro y lo profano, la racionalidad del poder público y la irracionalidad del amor o de la poesía, surtió al pensamiento de Villoro de problemas y preguntas que, después de un largo ciclo, adquieren otra vigencia de cara a la crisis de la vida occidental toda. No es casual que, por la misma época de los cuarentas en que nuestro filósofo escribiera su ensayo temprano “Soledad y comunión”, el poeta Octavio Paz hubiera publicado también otro ensayo titulado casi igual: “Poesía de soledad y poesía de comunión”. Quizá sólo la poesía haya sido capaz de contener la misma temática que la filosofía y la sociología en el cuadro de motivaciones que la estructuraron como una fuerza espiritual crítica de la modernidad. El dilema de ésta: la industrialización y el progreso frente a la pérdida de los lazos comunitarios que sostenían el sentido de la existencia de pueblos enteros, golpeó la sensibilidad de la generación de intelectuales y poetas a la que pertenece Luis Villoro, y obligó a algunos de ellos a dar respuestas de extraordinaria vitalidad creativa en el terreno del conocimiento. En virtud de esta sacudida histórica, percibo en la riqueza conceptual de autores como Villoro una reacción parecida a la de los mejores artistas de su tiempo: objetivando estados mentales íntimos en obras críticas de los principios racionalistas de la sociedad del progreso. Ideas temáticas como las de comunidad o lo sagrado vertidas en el libro que nos ocupa, difícilmente pueden tener cabida en otras disciplinas como la economía, la ciencia política o incluso la psicología contemporánea. El comunitarismo democrático que Luis Villoro sustenta, no sin pasión comprometida con su realidad, como proyecto social moderno es un portentoso resultado intelectual y sensible que abre el derecho de nuestro país a tener su propia utopía contemporánea. Recomiendo el libro ampliamente.


(Texto leído en la presentación del libro de Luis Villoro, durante la Feria Internacional del Libro en Guadalajara–2008.)

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